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LA HERENCIA

Doña Francisca era la típica abuela de barrio. Siempre se la veía con sus plantitas, haciendo las compras en el supermercado o conversando con sus vecinos. Por la tarde, tomaba mate y lloraba con las telenovelas. A pesar de su edad, era una mujer sana, que no visitaba a su médico muy seguido.
Después que enviudó, de a poco se armó una rutina que seguía a diario. Los domingos iba a misa, los miércoles al cementerio, los jueves al centro de jubilados y los viernes, indefectiblemente, a jugar a las cartas. Sus hijos la visitaban a veces. Ella no les reprochaba nada, en pocos meses se acostumbró a la soledad. A su marido le descubrió varias infidelidades que perdonó. Y a los hijos les inculcó prudencia y respeto.
Una mañana despertó dolorida y afiebrada. Guardó cama por tres días, no quiso ver ningún médico, pues el suyo estaba de viaje. Finalmente tuvo que hacerlo. El que la atendió era un joven muy amable que de inmediato la trató como si de fuera su propia familia.
— ¿Siempre viene sola, abuela?
— Si, mis hijos trabajan mucho, no me pueden acompañar. Además yo estoy bien. Puedo andar sola.
Días más tarde el facultativo citó a uno de ellos para ver si conocía las actividades de su madre.
— ¡Por supuesto! Se perfectamente cuáles son. Mi madre es una mujer muy transparente
— Bueno; vamos a repetir los exámenes para salvar algunas dudas…
— ¿Usted piensa que es grave, doctor?
— No, pero vamos a asegurarnos.
Dos días después, la internan. El médico reunió a los hijos y les dio el diagnóstico.
— Doña Francisca tiene una enfermedad venérea…; como ustedes saben, esto solo puede suceder cuando uno no tiene protección en una relación quizá casual.
Quedaron mudos. Camila, la hija, se levantó y lo abofeteo, diciendo:
— ¡¿Cómo se atreve a decir semejante cosa de mi madre?!
— No soy yo, señora, si no los estudios practicados. Confío que con un tratamiento va a andar bien. Aunque les aconsejo convencerla de tener una pareja estable para una vida sexual segura.
— ¡Esto es una infamia que no vamos a tolerar! ¡Ahora mismo vamos a llevárnosla de este lugar incompetente y la haremos tratar con otro médico!— gritó mientras su esposo ocultó una sonrisa socarrona.
— Está bien, si ustedes lo quieren así; pero aquí o en otro lado le van a decir lo mismo.
Trasladada a otra clínica, decidieron hacerla atender con un especialista en geriatría. Este confirmó el diagnóstico. Esta vez, Camila se echó a llorar con desconsuelo.
— ¡No lo puedo creer! ¡Cuanta vergüenza!
Sus hermanos estaban contrariados y su marido trató de contenerla.
— ¡Tranquila, mi amor! Tal vez haya una explicación.
— Hay que hablar con mamá
Al visitarla, no se atrevieron a tocar el tema, sólo le dijeron que se cuidara, pues podía ser grave. ¿Cómo decirle lo que el médico había sugerido?
La anciana volvió a su casa y a sus actividades. Los hijos comenzaron a vigilarla de cerca. Llegaban sin previo aviso, en cualquier momento del día, frustrando sus posibles salidas. Además, la acompañaban a todos lados, le dejaban alguno de sus nietos a dormir, y hasta le compraron un celular. Sin embargo, los viernes no se podían descuidar. Si llegaban tarde, ella ya se había ido a su habitual partido de naipes, y no la encontraban porque cada vez lo hacían en una casa distinta y llevaba el celular apagado.
Doña Francisca no quería hacer caso a los reclamos, comenzó a sentirse asfixiada con tanto control y estalló.
— ¡Antes no me visitaban nunca, ahora que me formé una vida, no me dejan hacer nada!
No se atrevieron a enfrentarla y preguntarle que clase de vida se había formado.
Cierto día, a la salida del centro de jubilados, apareció su hijo Juan en el auto, mientras ella conversaba con un hombre. Enojado, el hijo la reprendió, dejando al anciano boquiabierto.
— ¿Qué haces acá, conversando con este viejo, mamá?
La tomó del brazo y la subió al auto. El viaje fue corto, pero el reproche intenso
— ¡¿No te das cuenta de los papelones que haces?! ¡Pareces una adolescente calentona!
— ¡¿Qué?!
— ¿Te parece bien lo que estas haciendo? ¡Sos una mujer grande!
— ¡¿Cómo?!
— ¿No pensas que a nosotros nos da vergüenza? ¿Ese es el ejemplo que le das a tus nietos? ¡Estas mostrándote como una anciana prostituta!
Francisca golpeó la puerta del auto al bajarse
— ¡No te permito que me faltes el respeto!— le gritó entrando en la casa— ¡Que sea la última vez que me decís esas cosa delante de la gente y me tratas como a una vieja degenerada!
— ¡Sos… una vieja degenerada, igual que ese viejo alzado que te estaba charlando!
Nunca había discutido así con ninguno de sus hijos. La cachetada que voló le dolió mucho más a ella.
— ¡Aunque me arrancaras la piel de las mejillas, no podría perder la vergüenza de verte arrastrada!
— ¡Andate de mi casa, mal hijo!
Completamente consternado, el joven se fue
— ¡No puedo creer lo que me están haciendo!— lloraba doña Francisca.
Al rato fueron los otros. Sebastián, el mayor, trató de explicarle:
— ¿Sabes que pasa, mamá? La enfermedad por la que tuvimos que internarte es…venérea…
Ella lo miró extrañada. Camila agregó:
— Si, mamá, es una enfermedad que sólo puede contraerse por contacto sexual. ¿Entendes?
Entonces dio un salto de la silla
— ¡Es lo que me faltaba! ¡Esa debe ser la herencia de su amado padre que tantas veces me engañó!
— ¡Por favor, mamá! ¡No metas a papá en esto!
Doña Francisca, llorando, amenazó con no volver a hablarles ni mirarlos, pero los hijos no lograron creerle del todo.
Al otro día la internaron nuevamente; esta vez por un pico de presión a raíz del disgusto, que le provocó una parálisis parcial del lado izquierdo. Los hijos advirtieron que era el momento ideal para llevarla a un geriátrico. Allí la cuidarían bien.




Ya instalada y después de la recuperación, trata de armar su rutina de mate, conversación, telenovelas y cartas, aburriéndose como los demás. Ahora no tiene salidas. A veces sus hijos la visitan, pero ella los ignora.
Don Ramiro, sentado en un rincón, se la pasa todo el día protestando, y dice que por las noches, cuando la enfermera duerme, ve a algunos impúdicos caminando por los pasillos.
Nadie puede asegurar si Francisca está entre ellos; aunque los viernes, después de la ronda de la enfermera, no se la ve en su cama.

Texto agregado el 08-06-2011, y leído por 106 visitantes. (2 votos)


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