Gente sin alma ni corazón. Deambulan errantes cual perro en un parque, siguiéndose la cola, haciendo círculos imaginarios que el tiempo en 5 segundos borra. Gente indigente, indigente de visión, de susceptibilidad y de pasión. Los que de verdad deberían estar en la calle. Pero ahí están. Sentados en sus pent house, comiendo caviar y cuánta mierda sale en el mercado y que sea cara.
Acá estamos nosotros. Ilusos, pobres ilusos. Con los pocos pesos que ganamos pretendemos satisfacer nuestras carencias materiales. Pero por suerte no las espirituales.
Con todo lo que nos falta, valoramos lo poco que tenemos. Y estamos orgullosos. Por que tenemos un rostro. Porque hay algo que refleja qué somos.
Porque nuestro rostro no es un reflejo de People o Seventeen.
Porque nuestro rostro, aunque jodidamente feo y sin operar, es de verdad.