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Cuando Teresa tenía 28 años se embarazó por primera vez, se le había pasado por la cabeza la idea de no tener hijos, no por opción propia si no por que “las circunstancias” no se lo permitían. Siempre decía que si tenía un hijo, debería de dolerle con todo el dolor del mundo, que no le importaba cuanta tecnología hubiese, el asunto pasaba más que nada por que fuese capaz de aguantar el dolor. Todo esto se lo imaginaba en torno a lo que las romanas de antes de Cristo pasaban al parir, admiraba lo que ellas habían logrado en su tiempo y si el problema era muy grande se practicaban cesáreas donde sobrevivir era mucho más que una suerte, era una virtud.
Fue de ese modo que lo imagino cuando vio las dos rayitas rosadas en la diminuta pantallita del examen de orina que se practico en la soledad de la casa de su mamá, antes de pensar que le diría a sus padres por la repentina noticia o al padre, que no tenía ni idea de quien era, pensó en que su hijo lo traería al mundo como lo hicieron las romanas, con dolor, para sacarle lustre al termino “parir”.
El tema del embarazo la tuvo de arriba abajo concentrada en sus asuntos normales, siguió cortando uvas del viñedo descansando en igualdad de condiciones que sus compañeras y cuando le llego el periodo de pre-natal, no tardo en volver al trabajo, se sentía sola y aburrida, así que se saltaba la alambrada y llegaba acompañada de las risas y preocupaciones de sus compañeras a trabajar.
Eran eso de las ocho y media cuando un dolor extraño se le vino, a las 38 semanas, justo en la vagina, la barriga se le puso dura y en su columna le venían unas puntadas que no sabía explicar, por la entrepierna le corría un liquido viscoso y sangrado, se sentó en la tierra y comenzó a respirar profundo. Fue ahí cuando llego la Cristina, gorda compañera de línea, a preguntarle por sus cajas cuando la vio en el suelo a piernas abiertas botando líquido, respirando agitada, traspirando con firmeza y mordiendo un mango de las tijeras de poda, esbozando una sonrisa nerviosa.
-Marta! Carmen! Amalia!- Gritó para el otro lado –que alguien llame un medico, la Tere está pariendo!- Las demás corrieron al grito, unas pocas llegaron ayudar mientras que las demás buscaban entre capataces y cocina, agua caliente, paños limpios y un doctor, mientras que la Teresa se deshacía en insultos al que le puso el dolor entre las piernas y maldecía la cuna en la que había nacido.
-Maldito hijo de gran puta!- Gritaba fiera para luego respirar, mientras una se acerco y con su delantal sucio, le limpió el sudor de la frente y le hacía un fuerte masaje en los hombros, otra le corto los calzones con sus tijeras de poda y le aprisionaba el vientre duro y otra le tomo la mano y se la apretó.
-Respira weona después puteas al pelotuo.- Le decía la Carmen. –Respira, déjalo que salga al mundo que si lo dejas adentro no se te va a quitar el dolor.
Entre todas la hicieron pujar, sin epidural, ni relajantes musculares, vino al mundo un bultito rosado, un machito, de brazos gruesos y piernas firmes, hijo de la Teresa y del parron de uvas pisqueras, el hijo de la Romana, el pequeño Octavio.

Texto agregado el 05-06-2011, y leído por 101 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-06-2011 muy bueno!! magoazul
05-06-2011 tiene contenido... tal vez deberías sacarle mas jugo seroma
 
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