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La leyenda del Diablo de Abra de Zenta 2.Parte
Esa noche había sido precisamente una de las de Luna Nueva. La profunda oscuridad cubría todo y las ovejas y cabras corrían nerviosamente en el corral balando de un lugar al otro, presintiendo la presencia del Diablo. El furioso viento blanco de Zenta arreciaba y soplaba cada vez con mayor fuerza; temblaban a su paso todos los animales y hasta la misma naturaleza trataba de ocultarse en las sombras. Al pasar por el corral de Belisa, de pronto se detuvo: el Diablo había olfateando la inocente presa. Con suave voz parecida a la de un ser humano pidió la entrada. Belisa asustada, y abrazada a sus cabritos, no apartaba los ojos de la puerta temblando todo su ser de miedo.
El Zupay imploró, llamó con dulzura, y al no recibir respuesta derribó la puerta y encontró a Belisa desmayada en medio de sus animalitos; apartándolos llevó a la niña al precario lecho. El viento de Zenta cesó por esa noche en su furia, y el Zupay, permaneció con la imilla hasta el amanecer. Ella semiinconsciente y entre las sombras, solo sentía que se había convertida en mujer. Al despertar al alba y con los primeros rayos del sol todo se desvaneció como en un sueño y su nocturno visitante desapareció.
Al poco tiempo Belisa bajo al valle, ya que vino su hermana a reemplazarla. La joven poco a poco olvidó aquellos acontecimientos, pareciéndole un mal sueño, hasta que de repente sintió crecer en su vientre una nueva vida. Pero desde algún tiempo ya, en noches de Luna Nueva, llegaba a su ventana un suave susurrar de viento, y una voz melodiosa que imploraba y llamaba:
“¡Belisa, Belisa, amada mía, cuida de nuestro niño!”
Al poco tiempo, Belisa atendió su propio alumbramiento, en el mismo refugio donde perdió su inocencia, y dio a luz un pequeño varoncito, bello y de aspecto humano, pero que se negaba prenderse de su pecho. La tan inexplicable negativa persistía y Belisa lo alimentaba con leche de cabra. Pero la vida del niño no duró mucho. Desde las altas montañas el viento le traía las palabras:
“¡Belisa, amada, tráeme al niño, mostrarme al niño, ven mi amada, ven!”
Hasta que en un momento inesperado el niño se prendió de su pezón, cobrando al succionar la apariencia de su padre, y terminó su corta vida. Ella lo lloró mucho, ya que logro amarlo, aún después de su transformación. Al día siguiente cargó al pequeño, y subió a la montaña, y en la cumbre más alta lo entregó a su padre.
Y lloró mucho el Zupay, cosa extraña en él, lloró e inundó el valle con sus lágrimas, comprendiendo su inútil esfuerzo e imposibilidad de unirse a un ser humano. Nunca más apareció; solamente se oyen sus lamentos al soplar el viento de Zenta repitiendo constantemente: “¡Belisa, amada, ven, ven, ven a mi ¡”…

Belisa bajó al valle y sequió trabajando su pequeña hurta, cosechando los frutos que Pacha Mama le brindaba. Al poco tiempo accedió al pedido de su socio del mercado y se convirtió en su esposa…
Y dicen las comadres del pueblo que vive feliz, es madre de varios niños, sanos, normales, y bellos. Tan solo a veces, con nostalgia, recuerda a aquel, su primer y malogrado niño, de las montañas de Zenta.

Texto agregado el 04-06-2011, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


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