La leyenda del Diablo de Abra de Zenta 1. Parte
Antes de que los primeros rayos del sol iluminen el Mercado Central de Villazón llegan los puesteros cargados con toda clase de mercadería. Vienen abrumados, a veces con chiguas, a sus espaldas, llenas estas con sabrosas manzanas, peras, ciruelas y duraznos. Otros mas afortunados llegan con sus mulas o burros en cuyas alforjas transportan distintas hortalizas como: papas, trigo, maíz, cebada, ajipa, haba, arveja, quinua y alfalfa. Indudablemente no puede faltar la carne fresca de toda clase: cerdo, oveja, cabra, llama, conejo, y vizcacha; y de aves de corral: patos, gansos y gallinas, habiendo una gran variedad de perdices, palomas, y a veces suris. Tampoco estaría el mercado completo sin los puesteros de artesanías: alfarería, artículos de cuero y tejeduría, platería, muñequería, y todo tipo alforjas, canastos y sombreros, que con orgullo exhiben y ofrecen a la venta. Si algo faltaba para completar este cuadro multicolor, afuera de la ciudad y en los corrales de las pircas se venden en la subasta pública toda clase de animales útiles: mulas, burros, llamas, guanacos, cabras y ovejas. Esta sería la descripción del movimiento del mercado. La otra, la de sus puesteros: gente común, sufrida, que llega todos los días caminando de lejos y con la ilusión de venta de sus mercancías.
Belisa Crepusculario, una joven y linda imilla, protagonista principal de esta historia, contaba apenas con quince añitos. Dueña de inocencia, belleza, y frescura, bajaba de su pueblo natal Yavi, tres veces por semana para ofrecer en el mercado, los frutos de su pequeña hurta. Al principio ofrecía su mercancía fuera del edificio, hasta que un gentil vendedor le brindo compartir su puesto. Acepto agradecida y en adelante ahorraba la plata para poder comprarse un burrito para transportar su carga. Pero la vida tejió otro destino para Belisa…
Desde que bajo, hacia un par de semanas de la montaña, en donde por vez primera se desempeñaba como pastora de cabras y ovejas, algo raro sucedía con ella. Había estado en el refugio montañés en otras oportunidades, pero nunca sola. Esta vez, y por distintas razones, ni su madre, ni su hermana la podrían acompañar. Aislada así del resto del mundo, cuidaba de los animales, los ordeñaba, elaboraba los quesos, y ayudaba en el nacimiento de las crías. A veces pasaban varios días, sin que llegase alquilen para recoger los quesos elaborados y traerle algunas provisiones. Inocente y joven, nunca presto la debida atención a la leyenda, que las mujeres contaban en el valle, sobre el Zupay, durante las largas y oscuras noches al lado del fogón. Y dice la leyenda así:
“En las oscuras e interminables noches de Luna Nueva, el Diablo sale de su caverna, situada el las montañas de Abra de Zenta, y va en busca de una imilla inocente y virgen, para hacerla suya. Entonces se desata un furioso viento con ventisca blanca, que el Zupay utiliza para su viaje. Todos los animales buscan un seguro refugio.”
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