Ni una mísera brisa
que humedezca la quietud
en las sequedades del silencio,
amontonándose en la cuneta
las palabras yermas
de la última primavera,
en que el manto blanco
permitió la poesía completa.
No, no es de nadie la culpa
que es solo nuestra,
de que calle el viento
para que el verso sangre.