César se entretenía recogiendo caracoles en la playa. Los levantaba, les daba un afectuoso golpecito en la concha y los devolvía al mar. Era un simpático y cordial delfín que disfrutaba su oficio. No cualquiera puede ser salvavidas, se decía orgulloso nuestro amigo.
Hay que hablar con las olas,
¡hola!
y cuidar pececitos
chicos;
hay que ser con el oso
amistoso
y saber que ese fuerte león
no es un campeón,
pensar en nuestra amiga
la hormiga;
en fin, ser muy paciente
y valiente.
Sí, señor… cuidar de otras vidas es una ocupación muy delicada.
Así meditaba el delfín César, cuando alguien comenzó a gritar:
“¡Socorro… socorro!”
Era un gatito que luchaba afanoso en el agua, un pequeño imprudente que se fue a nadar demasiado lejos. Y César, con su eterna sonrisa, fue a buscarlo, lo haló por una orejita y lo subió sobre una gran piedra a secar al sol. El pobre tiritaba.
“Gracias, César”
De nada, amigo. Sé más cuidadoso la próxima vez.
Que el mar es hermoso
y peligroso,
que no vienen solas
las olas.
Si no sabes bien
nadar,
no entres al mar,
porfiado.
¡Quédate en la orilla
bajo una sombrilla
y mamita al lado!
("Me cuenta la abuelita Ita", libro de lectura)
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