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Cabizbajo y con el rabo entre las piernas, viene un perro viejo llorando su desdicha. Camina rengo; una de sus patas le fue triturada por las llantas de una buseta enloquecida en una curva. Desde entonces, como tratando de vengarse, ladra y muestra sus pocos dientes, enfurecido, a cuanta buseta le pasa por el lado; algunas veces, sus quejidos resonaron por la cuadra, cuando algún conductor mal encarado limpió el polvo de sus zapatos en la cabeza del perro. Limber. El "viejo Limber”, como lo llamaban los demás viejos, abandonaba el cementerio central. Recorrió las calles como retrocediendo en el tiempo, oliscando los lugares donde su amo había hecho alguna parada o donde por razón de la costumbre, le hacían tregua al hambre y comían algunas sobras conseguidas en la ruta, antes de llegar a su sitio de descanso nocturno para arroparse con el frio de la noche, el perro, y con cartones ablandados por el uso, el viejo.

Cuando la luz del sol dejaba ver su brillo en el negro pavimento de la calle, se levantaba el viejo, como en un ritual, apoyándose en una muleta hecha con una rama de matarratón forrada la horqueta con trapos de franelas viejas para que no le maltrataran el sobaco. Día tras día, atravesaba la calle, llegaba a la fuente del parque Santander a limpiarse las lagañas de los ojos, cepillarse las encías con un cepillo más viejo que él, a lavar el pañuelo y las medias que dejaba secando ocultas, sobre una rama del árbol cerca de la fuente; luego tomaba las medias y pañuelo del día anterior. Ese día, mediante un gesto poco usual en él, miró al cielo; sintió como nunca ese inmenso azul que le llenaba el alma. Limber lo acompañaba como tratando de imitarlo, bebía un poco de agua que el viejo le ofrecía en una totuma, luego, pintaba la base de la fuente con dos chorros de orines. Perro y viejo, regresaban a su cambuche, sobre el quicio de una de las entradas de la iglesia San José. Recogía los cartones, que le servían de colchón y cobija, doblándolos con cuidado para meterlos en el costal. Se cambiaba el saco y las medias; se dirigían hacia el norte por la avenida quinta a buscar los comederos de la "sexta” o plaza de mercado en busca, perro y viejo, de sus respectivos desayunos. A esa hora ya las cocineras sonreían al sentir los manojos de billetes y monedas, producto de las ventas del primer golpe del día, en los bolsillos de sus delantales presionando sus vientres. Era una alegre sensación. La misma sensación de alegría que le producía al viejo los aromas de la comida recién hecha, los olores de las especias que brotaban de las ollas en las cocinas, que al trenzarse en el aire y penetrar por su nariz, le causaban a esa hora de la mañana, esa evocación de vida como jamás hasta ahora había sentido.

En las cocinas solo quedaban algunos pocos parroquianos y las ollas de los desperdicios llenas de los restos de frituras y guisados, que servirían de banquete en alguna marranera de los barrios periféricos de la ciudad. Perro y viejo llegaban arrastrando sus miserias. Un día doña Consuelo, otro doña Amparo, le entregaban al viejo un paquete con las sobras más limpias que le pudieran haber guardado. Esto lo hacían más por agüero que por caridad. En otra cocina, le llenaban la totuma, con café con leche, en otra, pedazos de arepas blancas y amarillas. Viejo, y perro batiendo la cola, se retiraban a desayunar a un punto de encuentro con otros "colegas”.

Se sentaban en el suelo. El viejo repartía los pedazos de carne y demás entre él y el perro. Le daba en la boca como si fuera un niño pequeño y el perro agarraba de un mordisco el pedazo que presionaba, con su única pata delantera, en el suelo para trocearlo y deglutirlo con facilidad. Por último el viejo le dejaba media totumada de café que el perro tomaba con tranquilidad. El chungo agradecido le lamía los restos de carne y arepa que le quedaban en los bigotes y las barbas del viejo. Este le correspondía acariciándole la cabeza y lomo. Cuando alguno de los "colegas” se acercaba mucho al viejo, Limber, en un acto de propia conservación y defensa de su amo, les gruñía y ladraba a corta distancia, haciendo que el intruso buscara otro sitio donde sorber su mezcla culinaria. Así eran los amores perros y el viejo sonreía complacido.

Satisfecho el estomago, satisfecha el alma. Continuaban su rutina vagando por las calles, viejo adelante, perro atrás. Graciosa impresión era la que causaba este par. Perro y viejo eran como una máquina que abría hoyos en la tierra y sembraba una semilla, de una manera lenta y coordinada: apoyaba la muleta, daba un paso, apoyaba la muleta, otro paso; el perro atrás le seguía dando pequeños brincos siguiendo el ritmo a su amo. A la altura de la Calle Séptima tomaron la Diagonal Santander. Cuando el semáforo detuvo los vehículos, pasaron frente a una buseta donde se oía la voz de una chiquilla cantando a todo pulmón: "gracias a la vida que me ha dado tanto me ha dado la marcha de mis pies cansados…”. El viejo sonrió y siguió su marcha. Siguieron hacia el este por la Avenida Gran Colombia buscando las riveras del rio Pamplonita. El sol desparramaba su brillo inclemente sobre la ciudad y le arrancaba sus colores como en una pintura de Seurat. Al viejo, se le había antojado, ese día, darse un baño en el rio y sentir el frescor de sus aguas correr por su cuerpo. Al ver el rio sintió lastima de sí mismo y del rio, al recordar las majestuosidades de ambos en épocas mejores cuando corrían raudos por la vida sin dejarse detener por nada ni nadie; ahora, en este tiempo, ninguno de los podría hacerse daño. Sintió el agua fresca sobre sus cueros. Apoyado sobre la muleta, buscó algún pozo donde pudiera darse un baño de cuerpo completo. Limber ladró preocupado desde la orilla; el viejo lo invitó a que le hiciera compañía pero el perro decidió estar vigilante en tierra firme. El anciano se acostó sobre el pequeño pozo a disfrutar su baño; inclinó la cabeza hacia atrás para mojarse el cabello y cuando la sacó sintió un pequeño dolor en el pecho. Respiró profundo; el perro ladró con más fuerza. Dicen que los perros huelen el miedo y el viejo lo había sentido. Como pudo, Limber, se acercó a su amo en el agua y le lamió el rostro; ladraba y gemía como queriendo rogarle que saliera del agua; el viejo lo entendió y salieron a recostarse en una playita debajo de un cují. Acostado, desde allí contempló nuevamente ese día: el inmenso color azul azul del cielo, que se clavaba en sus ojos obligándolo a cerrarlos y a la vez lo sumía en una inmensa paz. El hambre lo despertó como a las 3 de la tarde. Del costal sacaron lo que había sobrado e hicieron del desayuno su almuerzo, acompañándolo con una totumada de agua del rio. Se dirigieron luego por la Avenida Los Libertadores hacia el sur y tomaron la calle 18 hacia el occidente.

Las 5 de la tarde. Habían subido los tantos peldaños que llevan al monumento de Cristo Rey en el barrio La Cabrera al final de la Avenida Cuarta. Acostado boca arriba contemplaba la majestuosidad de Cristo sobre la Tierra y sentía que viejo, perro y Cristo emprendían un viaje por el cosmos, a la vez que veían a la tierra volverse pequeña a medida que ascendían, maravillándose con el brillo de las estrellas y planetas que pasaban dejando estelas de resplandor y polvo dorado a su paso. Con los brazos abiertos Cristo les mostraba la magnificencia del universo creado por su padre y los invitaba a llegar hasta la fuente de luz que los atraía como un inmenso magneto. El viejo era un creyente, más no un practicante pero eso le bastaba. Los aullidos de Limber lo despertaron. Eran como las 8 de la noche. Atrajo al perro hacia su regazo para consentirlo, para mimarlo. El perro gemía y le pasaba la lengua por el rostro; el viejo se reía y sentía que esa correspondencia amorosa lo llenaba de gratitud. Mas, Limber, se aparto de él, corrió hacia uno de los bordes, se paraba en sus dos patas traseras y aullaba, aullaba como tratando de rogar por algo, por algo infinitamente grande para él. Luego ladraba con todas sus fuerzas y gruñía mostrando sus pocos dientes y colmillos. El viejo lo llamaba para calmarlo. No entendía la actitud esa noche de este perro loco. Sin embargo el perro si estaba consciente de su comportamiento: había percibido el olor de la muerte y quería ahuyentarla para siempre. El viejo sintió de nuevo el dolor en el pecho y su grito sordo se diluyó en la brisa de la noche.

En la mañana hicieron el levantamiento del cadáver de un indigente de unos 70 años y procederían a esperar si se presentaban familiares a reclamar el cadáver. Dictaminaron muerte natural. Nadie se presentó. Tan solo el perro afuera del edificio municipal esperaba acostado al lado de la puerta. Cuando sacaron el cadáver para darle sepultura en el cementerio central de la ciudad, el perro les reclamó con sus ladridos y por respuesta recibió un amague de golpe con el pie del conductor.
En el momento que estaban sepultando el cadáver en una bolsa negra de plástico como ataúd, apareció Limber para darle la despedida a su amo, a su compañero de ruta, quien en una fosa común, dormiría el "sueño de los justos”. Los tambores de la vida habían dejado de sonar para el pobre. Lo enterraron como N.N. y el único doliente fue este perro valiente que lo acompañó hasta el final de sus días.

Esa noche Limber regresó a Cristo Rey; a latirle a la luna y las estrellas como reclamando justicia por la soledad en que se hallaba. Al otro día como a las 4 de la tarde un vecino del barrio, en una bolsa de basura, echaba el cadáver de un perro viejo que había muerto posiblemente la noche anterior. Agregó a la bolsa de basura un costal con unos cartones arrugados y sucios, un saco, una totuma y un palo con una horqueta forrada con trapos viejos. En el parque Santander, en el arbolito cerca de la fuente, quedaron como estandartes y prueba de existencia, unas medias y un pañuelo colgados en una rama. En el cielo, Cristo Rey se fundía con las constelaciones de estrellas, pero esa noche había una más: la constelación del perro y el viejo. FIN

Texto agregado el 02-06-2011, y leído por 165 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
17-06-2011 Que triste, pero un magnifico relato, de los mejores que leo en estos dias, es una lastima que la gente no lea textos largos, cuesta pero vale la pena, bueno!***** silvimar-
02-06-2011 solo a zepol, le leen este tipo de textos. XD hakovich
 
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