Bienvenido sé a este mundo, niño bueno
que ahora naces en la lúgubre ciudad.
Te recibe, con aplausos, todo el cieno
que corrompe a su inhumana sociedad.
Bienvenido sé -y descubre, desde niño-,
que en sus calles no tendrás jamás cariño,
pues el sol de la justicia nunca brilla,
ni hay instancia a la que puedas recurrir.
La ciudad, en muchas veces, nos orilla
al suicidio y al constante delinquir.
Para ti no se vislumbra una esperanza,
pues el odio es un infierno en que te ahogas.
Tu destino es consumirte entre las drogas,
o morir en una riña, por venganzas.
La desdicha has de entender a edad temprana
y sabrás como es la vida en un hospicio.
Cuando crezcas ya serás adicto a un vicio,
como el tinner , o tal vez la marihuana.
Donde vivas, privará la corrupción,
será un núcleo que los hombres no comprendan,
donde el pan y la justicia se revendan;
donde el hombre haya perdido la razón
y conviva en una horrenda hacinación.
En tu casa, has de encontrar tan sólo furia,
y a tus padres, enfrascados en disputas.
En las calles, verás sólo prostitutas
que se venden a los hombres con lujuria.
¡Ojalá que aún estuvieses en el seno maternal,
donde sólo nos circunda la tibieza!,
donde el hombre no conoce la tristeza,
ni el dolor desesperante, sin final.
La ciudad es un océano de miseria,
donde priva categórica la histeria,
donde al pobre no le asisten nunca leyes,
pues han sido diseñadas para reyes.
Será injusto lo que tengas que vivir,
la injusticia sempiterna de este mundo
te ha de ver como un desecho nauseabundo,
que es preciso pisotear y destruir.
¡Bienvenido sé, pequeño que ahora naces!
y comprende que un infante, desde niño,
en las calles no hallará jamás cariño.
¡La ciudad te impartirá pronto sus clases!.
AUTOR: ALBERTO ANGEL PEDRO.
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