Dices agradecido en tu mesa: “¡Gracias, dios,
Por estos alimentos que nos brindas!”
Pero, ¿has visto su forma en el arduo día
Arar la tierra, sudar la frente, segar el trigo con la hoz?
¿Acaso no son tuyas las ensangrentadas manos
Que revientan sus callos por el duro trabajo?
¿No es tuya la espalda que se corva al peso
Del costal de maíz, de arena, de esfuerzo?
Y cuando en su lecho de fiebre tu hijo padece
Ruegas al ente celeste el pronto alivio,
Mas te pregunto, si es que en verdad es divino,
¿Por qué la enfermedad existe y nunca cede?
Porque clamas por la anhelada recuperación
Del vástago enfermo olvidando que atrás
Sano estaba, entonces, atención a mis palabras
¿No será a quien oras el mismo que le enfermó?
“¡Gracias dios por brindarme tal felicidad
Que ni vinos, ni mujeres, ni música pueden igualar!”
Pero, ¿qué vale tu dicha, ¡ay tan efímera!
Que apenas cuando llega al suspiro se va?
Hablando de tu alegría olvidas tu sufrimiento
No viendo que éste pesa más en la balanza;
Si crees que blasfemo, si crees que miento,
Sopesa tus penas con tus risas que el aire arrasa.
Seguro de tus palabras, soberbio, arrogante,
Atribuyes a dios la propiedad del amor,
Nadie más que él puede amarte,
Nadie más que él jamás te amó;
Llegas a tu casa y te recibe tu esposa
Con los brazos abiertos, en su pecho ardor,
Y tus hijos te cubren con besos de su boca,
Dime, ¿cuántos de esos dios te dio?
Prefiero mil infiernos antes de “gracias dios”
Decir, sabiendo que mérito ninguno tiene;
No escribo sus versos ni sus piernas me sostienen,
No acarició con sus manos ni canto con su voz;
Sé lo que los años no él, me han descubierto,
Me guía tan sólo la sabiduría de la vida que no
Su palabrería, y a modo de burla, sin respeto,
Digo que soy ateo “gracias a dios”.
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