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Inicio / Cuenteros Locales / dyada / El tiempo y la carne.

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Esa necesidad de olvidar su yo en la carne extraña, es lo que el hombre llama noblemente necesidad de amar.
Charles Baudelaire.


El momento apagado. Madeleine. Silencia.

Abre los ojos porque el día le despunta en los párpados. La resaca le da vueltas al cuarto. El olor a vómito y Jack Daniels es penetrante. Asoma el brazo, desliza su cuerpo sobre la cama, los pies sienten el frío del piso. La mano en el cajón, los dedos sobre el cigarro, el humo en mantas blancas sobre su cabeza.

Se disipa un poco la mente. Retumba un instrumento de percusión desconocido sobre el lateral izquierdo de su cabeza. El espacio vacío entre su cerebro y su cráneo es lentamente congestionado por el humo que aspira con placer y un dejo de asco. Tose desde el pecho, con una pequeña obstrucción en su pulmón derecho.

Acabado el cigarrillo increpa a su cuerpo para hacer el esfuerzo, lento pero seguro, de levantarse. Se tambalea un poco. Su mano izquierda busca una pared que parece estar muy lejos. Duda, pero no cae. Es tan sólo la impresión de la caída lo que la ha sorprendido. Camina insegura hacía la puerta, pasos descalzos sobre suelo de cerámica congelada. En el baño, opaca y sucia, la espera el vertedero de su interior, donde dentro de poco dejará lo que ingirió la noche anterior.

Más pasos. Alguien dice su nombre. Ella se sobresalta, no recuerda estar acompañada. El gesto de su boca es de indiferencia. El de él, su gesto. No entiende por qué se empeñan en amanecer con ella, ¿acaso no pueden levantar su culo sucio de la cama?

El noche hiere. Laura. Profunda.

Me desvanezco lento, se retraen mis pensamientos perdiéndose como volutas de humo en el aire. Me hundo cómodamente en su cuerpo, quiero dejarme a su lado y ver cómo el mundo se me va perdiendo. Duermo. Las fibras de mi cuerpo se relajan, otras se contraen, esperando que mi mente finalmente sueñe. El tiempo pasa tan abstracto que pierdo la habilidad de contarlo. No sé si se ha detenido o avanza más rápido. Es tibia la cama y suave su piel, húmeda de sudor. Se mezcla a la mía sin pudor, combinando nuestros humores en uno solo, haciendo de nosotros el producto de dos. Algo quisiera susurrarle, pero el sueño me invade, este cansancio profundo que me inunda llenando mis agujeros de sopor e indiferencia.

Me arde algo que es indefinido para mí detrás de los músculos de mi abdomen. Despierto con un suspiro profundo, como ahogada en ensoñaciones. El dolor se siente líquido y sin forma recorriendo mis intestinos. Debo levantarme y dejarle pero no quiero. El dolor es una molestia en esta eterna, secuencial y corta escena en la que duermo cerca a sus brazos y despierto para separarme de ellos. Debo levantarme y cruzar al otro lado. El lado vacío de mis entrañas. Debo dejarle porque hay dolores que no abandonan y que crecen. Debo dejarle porque mi sufrimiento no hace parte de esta vida con él, hace parte de la vida con otros, hace parte de la vida caótica y visceral que disfruto fuera de sus brazos. Hacen parte de mi lado vacío.

Me levanto. Otra noche me espera y el día se ha ido con su aroma.

Llega la hora. Malena. Inminente.

-¡Sácame de aquí! No aguanto más-
Ella ya no sabe de qué le sirve gritar otra vez. Él no la quiere escuchar. El olor putrefacto de sus emanaciones no la marea. Lleva los pantalones húmedos y los ojos secos.
-¡Sácame de aquí! Malnacido seas, tu madre parió un monstruo, eso es lo que eres.
Grita, gime. Su desespero se ve en la forma brutal como se agarra del pomo de la puerta. Ya no siente la mano. Sangre coagulada brilla sobre la herida. No ha sentido la necesidad de limpiar. Antes habría enloquecido con tanta mugre y desastre.
Llora, grita, patea la puerta, pero nada pasa. Ya no escucha la respiración de él al otro lado ni pasos ni puertas que se abren ni agua correr de las llaves, ni la cisterna, ni siquiera la televisión o el teléfono.
Una mosca de cabeza brillante se detiene en su hombro derecho, la observa, el tornasoleado azul verdoso se le ocurre hermoso. Las moscas no se paran si no en la mierda. Ríe y carcajea estruendosamente
- Lo sabes ¿verdad? Eso es lo que ha sucedido. El cabrón de tu amigo te lo ha contado todo. Pues sí, malparido de mierda, me lo comí con él en tu cama, en tu cuarto, en tu casa, es más, sobre esta misma puta puerta me ha penetrado, me lo ha metido hasta que me ha hecho chillar de placer como la puta que nunca fui contigo. Lo sabes, ¿verdad? –
Sus carcajadas irrumpen como eco que se devuelve y se estrella nuevamente contra las mismas paredes, chocando también en sus sucios oídos.
-¡Sácame de aquí! Me duele la mano, no la puedo mover… ¡vamos! – se queja y baja el tono de su voz lamentándose – No sabes cómo me arrepiento… todo lo que hice… fue… no sé por qué fue… ahm… ¡tal vez el cabrón de tu amigo te pueda dar una explicación mejor ¡¿por qué no lo jodes a él? ¿por qué no te lo tiras a él como lo hiciste conmigo? Siempre te ha gustado, ¡eres un maricón de mierda!
Nada. Se ha ido. Se ha cansado de torturarla y ahora la deja allí a su suerte. Ella no sabe qué hacer. No suelta el pomo, pero empieza a patear la puerta con mucha más fuerza.

Texto agregado el 01-06-2011, y leído por 142 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
11-06-2011 La forma en que narras logra que las imagenes surgan con su carga de tensiòn. Me gusta. elijoa2
01-06-2011 REALISMO MÁGICO: "Ella no sabe qué hacer. No suelta el pomo, pero empieza a patear la puerta con mucha más fuerza." (1*) Murov
 
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