LA CALLE.
Hervor de ciudad
Entorno a las luces.
Una misma paz
Se cierne difusa.
Aparece el haz de luz
En la canción entre las fusas
Del pentagrama.
El saxo
Suena y sueña la melancolía
A través de un urbano suicidio de olvido.
Colectivo, auto, en
Zig zag,
Pare, alto, mire,
Semáforo, peatón,
Camine por favor...
Rompen la monotonía de la melodía.
Es Rosario al mediodía, peatonal por si se olvida.
Nada sabe la calle,
Donde nadie mezquina
Preocupaciones,
Esparcimiento y vacilante queja.
Nada sabe la calle,
De ningún adiós,
De ningún bostezo,
De ningún apearse,
De ningún te quiero,
De ningún aparearse.
Quedan en tropel
Las muestras que dejan los vivos,
Aquellos catafalcos rengos,
Aquel buzón, ese cartel,
El carrito de pororó,
Los faroles sin luz,
Algunos que viene a ser
Sombra perezosa de mosaico.
Quedan las histerias,
Las valijas,
Zapatos caminando,
Sus cordones colgando como
Lenguas de serpiente muerta,
El boleto,
El pan,
El panfleto,
Aquel anacleto con pinta de botón.
Aquel artista tardío
Que pinta su obra,
El colesterol que invade,
El coraje de cruzar la senda,
El ansia que sabe
De querer y no poder,
El estrés,
La inmortalidad de los espejos,
Las vidrieras del alma,
Y los espías de entrecasa,
Que aseguran que estoy Aquí,
Negándome al dolor,
Como idiota,
Cegándome de amor
Por alguien que me robó un beso,
Blandiendo mi esqueleto a la luz,
Deseando algo más para cada uno,
Besando las flores,
Recordando los nombres,
Y con esos nombres,
Compartir un café,
Una charla en intimidad
De vivir sintiéndose Vivido.
¡Que amor! (la calle)...
No sabe de ningún adiós.©
Daniel o. Jobbel |