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Después de transcurrir varias navidades se recordaba en varias calles de un barrio de Santo Domingo, cuyo nombre prefiero no mencionar, la vida que vivió la señora Celia. En verdad se le recuerda con mucho afecto por su forma especial de ser en el tiempo de su existencia. Ella era conocida como la mujer de los dulces. Elaboraba para vender dulces de coco y de naranja. Unas pocas veces se le vio también vendiendo arepa. Las actividades de la señora Celia estaban orientadas a la meta de mantener a sus dos hijos dándoles apoyo para que se educaran y fueran criados de la manera más saludable. De sus dos hijos conocí muy bien a Vladimir; bien puedo recordar la primera vez que lo vi como si hubiera sido en este mismo instante.


Conforme a las notas importantes que llevo en mi mente fue un sábado en la tarde que por vez primera llegue a la casa de la señora Celia. Para aquel entonces el sábado era el único día en que yo disponía de tiempo libre. De lunes a viernes tenia clases en la universidad y el domingo tenía clase de informática en un instituto. Quise aprovechar mi tiempo libre para realizar una tarea pendiente que mi profesor de estadística había asignado durante esa misma semana para hacer una exposición el lunes de la semana siguiente. Me dispuse pues a la realización del trabajo practico de estadística en compañía de dos estudiantes que habitaban en la cercanía de mi casa debido a que la tarea era para hacerse en grupo. Pasando por algunos hogares recolectando datos llegamos al hogar de la señora Celia y sus hijos. Con toda la cortesía del mundo fuimos recibidos. La señora Celia impuso su voluntad sobre la precariedad para tratarnos como príncipes. Cuando la señora Celia nos había ofrecido el primer dato llego un jovencito que al saludar se detuvo ante la parte frontal de la casa. Este jovencito era Vladimir, el hijo mayor de la señora Celia.


- Ven mi hijo - dijo la señora - atiéndelos a ellos.


Vladimir nos dio todas las informaciones que le solicitamos. Habiendo partido de la casa de la señora Celia, estando a poca distancia, llegó Vladimir a nuestro encuentro y nos dio un dulce a cada uno como un gesto de cortesía de su madre.


En lo que pasaba el tiempo llego la hora para exponer el trabajo de estadística que mis compañeros de clase y yo habíamos realizado. Dicho sea de paso me sentí muy satisfecho después de la exposición por los resultados obtenidos ya que pude aplicar mis conocimientos a la investigación.



Dentro del mismo ambiente universitario me vi involucrado en un plan de excursión con fines recreativos. Se trataba de un viaje al lago Enriquillo para explorar su entorno y así conocer lo que la gente dice de dicho lago. Muy temprano en la mañana, desde Santo Domingo, aproximadamente treinta personas emprendimos el fascinante viaje. Cuando llegamos a las proximidades del lago pudimos percibir un ambiente novedoso; lo que se hacia sentir como nuevo frente a los nuevos visitantes. Pasamos por Las Barías y el manantial del Valle del Limón - lugares verdaderamente hermosos - y habiendo pasado por La Azufrada llegamos al propio lago Enriquillo. Nos deleitamos al máximo visualizando la naturaleza a lo interior y a lo externo del lago. Tuvimos deseo de llegar a la isla Cabritos la cual esta dentro del lago pero a esa hora el oleaje era muy fuerte; así que nos propusimos hacerlo para una próxima visita. Partimos desde el lago como a la una de la tarde hacia La Descubierta - principal centro para las actividades que se realizan en el lago - y nos enrumbamos hacia Las Barías para bañarnos en un balneario de aguas dulces. Una vez que habíamos llegado al balneario me dispuse a explorar la zona en que nos encontrábamos. Mientras yo caminaba en actitud de observación vi pasar un muchacho cerca de mí. Por casualidad él también me vio. Me miró para verme nuevamente. Yo de igual manera lo miré pues me parecía haber visto su rostro en otro lugar. Entonces me dijo: - ¡yo como que te he visto! - Y yo a ti también - le dije - pero no recuerdo donde haberte visto antes. Continué dialogando con el joven muchacho y me di cuenta de que él era Vladimir el jovencito que había visto en la ciudad de Santo Domingo. Fue desde aquella ocasión que supe su nombre. A través de él me informé de que su madre era de Neiba. Por aquellos días él había estado en casa de un tío en La Descubierta.


Terminado el asunto de la excursión, ya de vuelta a la ciudad capital, no fue sino hasta unas dos semanas después cuando vi de nuevo a Vladimir. Esta vez lo vi después de haberme detenido al lado de una cancha de baloncesto a ver el juego. Esa misma cancha se situaba como a medio kilómetro de mi casa. Luego del juego, cuando Vladimir se percató de mi presencia en las inmediaciones de la cancha me saludó. El había estado jugando muy concentrado y yo me había distanciado un poco mas de la cancha. Tal vez por esa razón no me había identificado antes de que terminara la práctica deportiva. Desde la periferia de la cancha Vladimir y yo fuimos dialogando a lo largo de una calle que no se prolongaba mucho. Al término de nuestra trayectoria por esa calle Vladimir me dio una breve descripción de como llegar a su casa partiendo de donde nos encontrábamos en ese momento y posteriormente se despidió de mí. Me di cuenta de que la casa de Vladimir y la mía no se separaban por larga distancia. Alguien podía ir de una casa a la otra en un intervalo de diez minutos sin tener que sudar. Claro; siempre que el tiempo no fuera muy caluroso.



Tomando como referencia la primera vez que vi a Vladimir, cabe decir que dentro de poco tiempo él se hizo amigo mío. Se sentía en confianza al momento de hablarme. Me hablaba de su vida; de lo que le sucedía, de sus actividades y de sus aspiraciones. De igual manera me hablaba de lo que su madre, Celia, hacia para mantener a sus hijos.


No tardé mucho en llegar a saber en qué colmado compraba la señora Celia. Varias veces su presencia coincidió con la mía en ese colmado de modo que ya me reconocía cuando me veía. Otras veces yo llegaba al mencionado colmado y le preguntaba a su propietario por "la mujer de los dulces ". "Estuvo aquí ahorita" y "estuvo aquí ayer" eran las respuestas que con mayor frecuencia me daba el colmadero.


Lo que digo de aquella famosa mujer de los dulces se documenta en algunas percepciones propias y mayormente en las informaciones que me suministraba su hijo Vladimir. Bien le parecía a Vladimir tratar temas de estudios junto a mí y otros temas considerados de mucha importancia. Sus palabras me proporcionaban una descripción de sus sentimientos y sus pensamientos y un historial inequívoco de las circunstancias que le rodeaban desde sus primeros años de infancia. De los dulces que elaboraba su madre yo prefería los de naranja; puesto que él llegó a saberlo, para cada encuentro me llevaba uno de esos dulces.


Además de qué tan dulces eran los sabrosos dulces de la señora Celia se conoce el lado amargo de lo que le tocó vivir. Vladimir y su hermano fueron engendrados por alguien que no pudo ser digno de permanecer como compañero de su excelente madre. El progenitor de Vladimir demostró no tener el don de ser el padre responsable que se ocuparía de la crianza y la buena formación de sus hijos. Fue así como su madre Celia tuvo que decidirse a responder por todas las necesidades de sus dos hijos. El medio de producción elegido por ella consistió en elaboración y venta de dulces desde un ámbito doméstico. Así lo prefirió porque de esta manera dispondría de mayores libertades para brindarles a sus hijos la atención y el cuidado que necesitaban. No siempre le iba bien a la admirable Celia con la venta de los dulces. A veces, con lo que lograba vender durante un día no conseguía el dinero necesario para comprar los alimentos del día correspondiente. Gracias a que el colmadero más cercano le vendía a crédito podía superar parcialmente esta dificultad. Decía el mismo Vladimir, en el intento de exaltar la figura de su madre, que en ocaciones las horas de las noches avanzaban sin que él y su hermano supieran de donde llegaría la cena. En circunstancias como estas, su madre teniendo cuatro panes y dos tabletas de chocolate, se desvelaba en decidir hacerles cena ó dejar los panes y el chocolate para hacerles desayuno al día siguiente antes de enviarlos para la escuela. También decía Vladimir que él y su hermano, siendo niños, a veces resignados se disponían a dormir sin cenar y mientras se dormían sentados dentro de la sala, cuando todo parecía indicar que con hambre tendrían que amanecer, una mano suave le tocaba y le despertaba. Despertaba, entonces, frente a su madre la cual ponía ante sus ojos un pan untado de mantequilla. Esto era para él como el sol del amanecer.


Cuando Vladimir ya había cumplido la edad de dieciséis años tenía preocupaciones acumuladas por causa del diario vivir de su madre. Envuelta en sus ocupaciones ella se acostaba muy tarde para dormir y se levantaba muy temprano dejando el sueño para seguir afanada. En adición a esto, la vivienda que había quedado de la relación conyugal entre su padre y su madre tenía agujeros en el techo; al ser esto así en tiempos de lluvia caían gotas de agua sobre la cama que interrumpían el sueño de su progenitora. Vladimir veía todo esto, lo cual llegó a convertirse en sufrimiento suyo. Observando la realidad de la situación Vladimir concibió su gran plan. Un plan por el que lucharía incansablemente, poniendo su corazón y toda su fuerza. Se propuso ser el héroe de su madre. Conforme a su plan él trabajaría lo suficiente para darle a su madre la casa que merecía, la cama que merecía, el sueño que merecía y otras cosas que merecía. Para lograr su deseo consideró dos vías posibles: la música y el deporte. En tanto no desistía de los estudios.


Llegó a Vladimir el tiempo de los exámenes finales. Aprobó estos exámenes sin dificultades considerables para pasar al que sería su último año de bachillerato. A penas se había iniciado la primera semana de vacaciones escolares y la madre de Vladimir, sorpresivamente, cayó en cama quebrantada por una dolorosa enfermedad. La señora Celia era una mujer a la que habitualmente se le veía saludable y enérgica. Su aspecto pudo ser visto por mucho tiempo como el de una persona con salud porque siempre había exhibido un buen estado de ánimo y tal vez porque su labor cotidiana le hiciera disipar el dolor. Luego de ella haber comenzado a experimentar este angustioso quebranto, los primeros en visitarle para ir en su ayuda fueron sus vecinos más cercanos; días después llegarían familiares suyos desde Neiba y otros lugares de Bahoruco. Cuantos medicamentos le fueron recetados no le faltaron; pues fueron adquiridos por obra de sus familiares y de vecinos que le admiraban. Poco después de dos semanas de quebranto la señora Celia comenzó a mostrar signos de recuperación. Una semana más adelante ya estaba reintegrada a sus labores.


Pasado el tiempo de vacaciones escolares, cuando Vladimir había comenzado a cursar su último año de bachillerato, su madre fue quebrantada nuevamente llegando a padecer lo mismo que había padecido unos meses atrás. “Antes de que pase un mes, ya estará sana”, pensaba Vladimir creyendo que ella se recuperaría como en la ocasión anterior. De nuevo recibió la atención y el cuidado de vecinos y familiares. Emprendió Vladimir la tarea de buscar un empleo para comenzar a obrar en bien de su madre reparando el techo de la casa. Le tocó la suerte de encontrar oportunidad de trabajo en una famosa tienda de la capital dominicana. A partir de las dos de la tarde era su horario de trabajo, de manera que las mañanas quedaban libres para estudiar. Se cumplió un mes de haber recaído la señora Celia, luego pasó una semana más y Vladimir vio que su madre no se había recuperado como él había imaginado. Contrario a lo que él esperaba la situación tomó la tendencia del empeoramiento. Aparecían mayores molestias. Por los síntomas que presentaba la enfermedad la gente empezó a presumir la existencia de un cáncer. Pero Vladimir prefería ignorar esta posibilidad para seguir soñando con lo que haría por ella. Apareció el momento en que llegó a sentir que se le acababa el tiempo para ejecutar lo que había planificado en bien de su madre y mirando el techo que había pensado reparar tenía la sensación de que este se caía. El dinero que Vladimir alguna vez pensó invertir en la reparación de un techo tuvo que ser usado en el tratamiento médico de su madre. A veces cuando regresaba de trabajar sentía deseo de sentarse sobre la cama en que estaba su madre para estar al lado de ella, pero entrando a la sala perdía el ánimo de llegar al aposento en que ella se encontraba y se detenía frente a la cortina pues temía ver su sufrimiento. A pesar de todo esto él esperaba ver alguna maravilla que cambiara aquel ambiente de tristeza y se animaba en seguir trabajando. Tuvieron que llegar sin que alguien pudiera impedirlo aquellos días memorables del mes de diciembre. A penas comenzaba el último mes del año y Vladimir, un día más, amaneció con ánimos de joven luchador. Se dirigió al liceo donde le tocaba recibir docencia llevando en su mente la firma idea de que en la tarde trabajaría con gusto por una causa justa. Fue a espalda suya, mientras él cumplía su deber de estudiante y, como si estuviese acechando le sobrevino la muerte a su madre. A la hora del recreo como de costumbre salía hacia su casa. Pero se encontró con algo no acostumbrado: un joven y una joven que residían frente a su casa lo esperaban a la salida del liceo. Esto le provocó asombro y un silencio se apoderó de él mientras se dirigía hacia su casa. Los dos jóvenes no se atrevieron a darle noticia alguna; en tanto que él prefería ignorar la posibilidad de algún suceso no deseado. Todo esto que se dice de lo que él sentía y de lo que pensaba se sabe porque me lo manifestó. Al acercarse a su morada, el ambiente triste convenció a Vladimir de que su madre había dejado de vivir. El fallecimiento de su madre le hizo creer en lo inmediato, que sus planes habían perdido la razón de ser. Amaba el deporte por su madre, amaba la música por su madre, trabajaba por su madre y quería ser profesional por su madre; al parecer, sin su madre estas cosas no tenían sentido.


Le tocó al jovencito Vladimir pasar una primera noche buena sin su madre. Mientras cenaba en compañía de familiares que le mostraban solidaridad observaba la bandeja que su madre usaba en la venta de los dulces, ve frente a él a su hermano como de costumbre, pero percibe que falta alguien que también había sido parte de la costumbre. Yo estaba como invitado y las impresiones del momento me llevaron a pensar que debía hacer todo lo posible para que personas como la señora Celia no fuesen olvidadas.


Empezaba para Vladimir por primera vez un año sin su madre y se sorprendían al verle quienes habían pensado que tardarían meses, tal vez un año, en verlo sonreír. Él había quedado con deseos y energía de hacer obras buenas sabiendo que ya no podrían beneficiar a su madre. Comprendió que había una razón para continuar con su magnífico plan y logró reorientar su propósito. Desde entonces su propósito ha sido hacer por personas necesitadas lo que no pudo hacer por su madre.


Texto agregado el 29-05-2011, y leído por 68 visitantes. (1 voto)


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