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VIAJE IMPREVISTO


Manuel decidió emprender un viaje; Manuel se fue. Anoche mientras todos dormían y sin que nadie lo notara tomo sus maletas y se embarco en ese desconocido rumbo del cual estoy segura que no volverá más; y es que tal vez si llegase a hacerlo algún día, ninguno de los que le conocimos estaría ya en este mismo lugar.

Yo lo presentía, estaba casi segura de que luego de la visita de su hija menor el decidiría hacer ese viaje que tantas veces pensó en hacer pero que por una u otra razón tuvo que postergar.

Aquella noche en mi dormitorio mientras trataba de conciliar el sueño, sentí un gran golpe en el corazón... se que en ese momento él estaba abandonando el hogar, pero, a pesar de no saber exactamente su paradero estoy tranquila, porque sé que aquel lugar será mucho mejor que este... al menos para él.

Muchos lamentan su repentino viaje, y los comprendo, pues incluso yo, que lo conocía tan bien, no dejo de sorprenderme con lo ocurrido, y es que se fue tan de improviso, tan callado, tan sumergido en sus recuerdos y pensamientos, tan igual que como llegó hasta acá, que nadie imagino nunca que se marcharía, pero creo que fue para mejor, ya que de haberlo sabido, estoy segura que hubiesen intentado impedírselo, provocando en él un dolor aún mayor.

Quedaron muchas cosas inconclusas, muchas historias que terminar de contar, pero que tuve el privilegio de ser una de las pocas en saber, sin necesidad de que él me las dijera, y es que bastaba buscar tras esa envejecida y cansada mirada para darse cuenta de todo lo que sentía. Tal vez eso le paso a su familia, tal vez ellos no supieron ver más allá de lo que les decía con la boca, con el lenguaje torpe de sus manos o con sus, a veces, desarmonizadas acciones.

Ellos ya saben que se fue, lo supieron hoy muy temprano por la mañana, pero la verdad, creo que de haberles avisado antes hubiese resultado inútil, pues recién, luego de todo el día, y cuando está casi anocheciendo llegaron a buscar las cosas que Manuel dejo acá, cosas que no necesitaba para el viaje.

Sus hijas venían calladas. La menor de ellas, al voltear la vista, su mirada se estrelló con la mía, yo supe de inmediato su culpa, y por si quedaba alguna duda de ello asentí con la mirada, corroborando su triste sentimiento. Ella bajo la vista y las lagrimas volvieron a rodar por sus mejillas.

Había un silencio seco y extraño, el mismo de hace casi un mes atrás, cuando una de las nietas llegó con mi gran amigo hasta acá. A pesar del frío que hacia, el sol iluminaba fuerte, nosotros, los demás viejos sentados en los escaños del jardín tomábamos el poco calor que lograba enviar el sol. Yo tejía. A Manuel lo dejaron sentados cerca de nosotros mientras la muchacha se perdía tras la puerta de la oficina de Administración donde la esperaba la directora del establecimiento para finiquitar los últimos detalles. Manuel se puso de pié observando cada cosa y a cada uno de los que nos encontrábamos ahí, hasta que por fin se atrevió a hablarnos
- ¿Hace mucho rato que ustedes están acá?

Nosotros quedamos un tanto desconcertados, no sabíamos exactamente a qué se refería, tal vez la pregunta la hizo con ese fin, pues antes que nosotros pudiésemos responder, agregó

- Yo vengo a hacerme un par de exámenes y me voy.

Levanté rápidamente la cabeza y lo miré. Su voz estaba segura de lo que había anunciado, y eso había logrado asustarme y sorprenderme, todo a la misma vez; pero al mirarlo, vi como movía sus manos en forma nerviosa, mientras su mirada asustada y húmeda me pedía con urgencia que lo acogiera, logrando conmoverme hasta lo más profundo. A pesar de ser un poco mayor que yo, de un momento a otro lo vi como un niño y tuve ganas de abrazarlo y acurrucarlo junto a mí; él sabía la verdad, pero la ocultaba... incluso de él mismo, pues de lo contrario no hubiese resistido la pena.

De ahí todos guardamos silencio y no se volvió a oír ruido alguno hasta pasado cerca de una hora, cuando la nieta (ya una mujer adulta) salió de la oficina y como intentando escapar de Manuel, de nosotros y de la dura misión que le habían encomendado, fríamente se acercó al vejo y dijo

- Ya Tata, aquí lo dejo para que se haga los exámenes, en unos días más lo vamos a venir a buscar, ¿Bueno? –Sin esperar respuesta dejo junto a él un pequeño bolso de color café, y dando la vuelta se marchó con la cara triste, pero con un gran alivio dentro.

Cuando ya habían pasado algunos minutos, y casi sin sonido, solo con el movimiento de los labios, Manuel se limitó a responder “Bueno”. Aquella fue una tarde muy triste.
Los primeros días Manuel casi no hablaba, pasaba tardes enteras sentado en los escaños que estaban frente al portón de entrada con la mirada perdida, como si con ella hubiese logrado escapar y llegar hasta donde los suyos; donde aquellos a quienes de vez en cuando molestaba, pero que por sobre todo amaba mucho.

Varias veces lo vi volar por las nubes que cubrían nuestro cielo, otras veces lo vi reír de muy buena gana, y otras, llorar con un cansancio y una pena acumulados por loa años vividos, pero todo lo hacía en silencio, todo lo hacía con la mirada, mientras esperaba a que alguien lo fuese a rescatar de esa soledad a la que lo habían ido a dejar, para poder volver con los suyos; con su familia.
Recuerdo que solo una vez más alguien lo vino a visitar, pero fue casi por obligación, se notaba por la rapidez de su visita y lo incómodo que se sentía.

Al principio pensé que se trataba de un pariente lejano, o de esos amigos de la familia que se compadecen de uno, mas luego supe que se trataba de su nieto mayor, al cual había ayudado a criar desde muy pequeño. Esa tarde, a pesar de estar al tanto de todo, Manuel se sintió contento; contento por encima de su agónica tristeza.

De ahí no tuvo más visitas hasta cuando vino Loreto, su hija menor. Justo aquella tarde con Manuel conversamos largo rato; me contó de su esposa ya fallecida y de su hijo mayor que se encontraba en otra ciudad, también me habló de su otra hija, la que lo cuidaba, vestía y daba la comida, la misma que impulso a traerlo a este lugar a hacerse los exámenes. Me habló de su nieta regalona, la que lo trajo hasta acá, e incluso supe de sus dos bisnietos.

Ahora que lo pienso bien, no fue solo una larga conversación, sino mas bien un perpetuar sus vivencias y dejarme encargados sus recuerdos... sin duda fue algo mucho mayor que una simple conversación.

Esa misma tarde mientras conversábamos llego Loreto. No fue necesario que Manuel me la presentara, la había descrito tan bien, que de mirarla supe que se trataba de ella, la preferida, la más hermosa. Yo me levanté del asiento recogiendo un par de lanas que se me habían escapado, y busque otro asiento para dejarlos solos.

Me instalé a unos metros de ellos donde, aunque con más dificultad, igual lograba escuchar lo que conversaban. Al principio fueron solo saludos, pero luego, cuando Loreto había logrado plasmar en el rostro del anciano una expresión alegre y un poco de tranquilidad, vino lo imaginado. De pronto con voz firme, segura y de vez en cuando suave, la muchacha empezó con ‘la noticia’

- Papá, ¿De verdad estas bien acá?, ¿No te falta nada?

- No... no me falta nada, pero los exámenes aún no me los hacen y me quiero ir... –en ese momento no pude dejar de mirar a mi amigo y ver el susto que tenía a la respuesta que estaba a punto de recibir. Por un momento me sentí tan asustada y nerviosa como él; los dos sabíamos lo que aquella mujer, joven y con una familia ya formada, podría decir

- ¿Pero cómo papá?, ¿Es que aún no te quieres dar cuenta? –Loreto intentó poner cara de duda, pero por encima de ésta se le notaba el agradecimiento a su padre por haberse referido al tema, y poder decirle de una vez por todas lo que tenía pensado, y antes que Manuel dijera algo que cambiara el rumbo de la conversación agregó - Papá, entiende, tu no puedes estar en la casa, te vas a tener que quedar acá y...

- ¿Por cuánto tiempo –interrumpió Manuel con la voz entrecortada.

Loreto dio un gran suspiro, como si la pregunta de su padre hubiese resultado obvia, respondiendo en un tono más severo

- Por todo el tiempo que te quede. Tu dices que no te falta nada y no te tratan mal –y antes que Manuel objetara algo, dijo, dando por finalizado el tema- Entonces no sigas haciendo preguntas que no tienen importancia. Bueno, ahora me tengo que ir.

A esas alturas mis tejidos habían pasado a segundo plano, sólo me importaba Manuel, sólo él...

La regalona había tomado su fina cartera y dando un desabrido beso en la frente a su padre se dispuso a partir, pero antes que lo hiciera, Manuel apenas sacando la voz le preguntó

- ¿Me vendrán a ver?

- Mmm, yo creo que sí, pero no creo que muy seguido, recuerda que todos trabajamos y tenemos nuestras familias y cosas que hacer, pero siempre que podamos vendremos, adiós y cuídate.

¿Porqué le habrá dicho que se cuidara?, si no era de nosotros precisamente de quien debía cuidarse... Loreto le había dado el consejo demasiado tarde.

A penas Loreto se fue me acerqué a mi amigo pensando en lo destrozado que podía estar y segura que necesitaría que alguien estuviese a su lado para llorar tranquilo, y desahogar todo lo que estaba sintiendo. Pero no fue así,; una vez más Manuel me sorprendió. Con los ojos muy brillantes (brillo que no logré descubrir si era de pena, alegría, emoción, orgullo o dolor) y una calma muy especial me dijo

- ¿Se fijo que era hermosa mi niña?. Aunque para los demás ya es toda una mujer, para mi siempre seguirá siendo mi niñita.

De ahí no dijo más. Fue lo ultimo que hablamos. Se levantó del banco y sin decirme nada se fue al dormitorio, del cual no quiso salir ni siquiera a la hora de cenar. Yo estaba preocupada por él, fue por eso que antes de acostarme aquella noche, fui a su dormitorio, golpeé y como no respondió, me tomé la libertad de abrir la puerta.

Tenía sus cosas muy ordenadas a los pies de la cama, y bien arropado bajo las frazadas me miró sonrió con mucha calma. Comprendí lo que deseaba. Lo miré una vez más y nos agradecimos el uno al otro, siempre con la mirada.

Me fui a mi dormitorio y como no podía conciliar el sueño me puse a tejer, pensando si acaso mi chaleco negro estaba a mano para levantarme con al día siguiente.

Anoche Manuel decidió emprender un viaje, Manuel se fue.









Lorena Paz Díaz Meza


Texto agregado el 16-07-2004, y leído por 1875 visitantes. (19 votos)


Lectores Opinan
24-10-2004 Que cuento más entretenido, pero muy, muy triste. Mala hija - lo peor. Van mis 5* y felicitaciones. jorval
24-10-2004 Un cuento triste, que rescata la belleza de las lágrimas no derramadas y la pone en exposición. Me encantó. Vlad_Temper
18-10-2004 Me llevo a una especie de ternura nostalgica, no quite la vista del cuento hasta que termine de leerlo por completo... me gustó mucho lorena. felipegaldoz
13-09-2004 Sabes ?, este cuento lleva una musica nostalgica, tracendental y con un mensaje oculto de la realidad y sabiduria de la vida. Si creo que hace falta un poco en la afinacion de la narrativa...no mucho pero el toque del final "...Manuel se fue", solo demuestra tu espiritu sensible y, aparentemente la persona mas afectada fuiste tu y no los seres mas cercanos a Manuel. Bueno...son estas historias las que me gustan. Saludos !! Adrianu
29-07-2004 Este relato me ha emocionado sobremanera. No solamente el contenido, sino la exquisita forma de narrarlo. Es tan intenso que, conforme se lee, el corazón se va haciendo chiquito y el sentimiento grande. Manuel, el viejo, se le mete a uno en el alma y te hace vivir !Tantas historias reales!. Ese viaje no fue imprevisto. Fue madurando en un corazón censado de tanto recordar... Las estrellas son lo de menos. Bajaría el firmamento, junto con manuel montado en una de ellas. Besos. rodrigo
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