Siento como caen esas últimas gotas de lluvia sobre mi cara, bajando al ritmo de mis lágrimas, entremezclándose con un sabor salado y húmedo en mis labios. Mis pies descalzos ya no distinguen si lo que piso es tierra mojada, o si es lo vivido junto a él, lo que me dio y me robo el frenesí del mar en abril.
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Miro el reloj, dándome cuenta como los segundos se van transformando en minutos y estos en horas. Pasan las horas y aun sigo aquí, sentada. La verdad es que no me explico como llegue hasta este rincón, que es un lugar más alejado de este pueblo que me es tan gris. Sin embargo, la arena que juega con mis dedos desnudos y el viento que baila con mi pelo me son enormemente familiares. Tal vez es el aroma, ese olor a árbol en flor, ese dulzor que van dejando las mariposas al pasar, seguramente es todo eso lo que me hace recordar y despiertan en mí un deseo que no puedo manejar. A pesar de todo, nada logro distinguir con facilidad. Hace ya algunos años me cuesta diferenciar el presente con el pasado. Mi vida se va entrelazando con pasajes por vivir, con los que vivo o con los que viví, uuf, ni se bien lo que acabo de decir… A veces suelo escuchar voces, gente que va y viene por las calles, las campanas de la iglesia, ding dong son las doce. Miro al cielo y veo como el sol alumbra todo a mí alrededor, pero no logro sentirlo en piel.
Llevo algunos minutos de pie en este lugar, dejo mis pies hundirse en la suave tierra, los muevo, juego con mis dedos y veo como le hago surcos a la tierra. Pienso en como la soledad me ha hecho cambiar, y ahora al pasar los años, puedo decir con seguridad, que desde aquel día nada es igual. Miro la tierra y veo como los surcos de apoco se van transformando en su nombre, Ana, corto, simple y de poca variedad, empero bello a su personalidad. Me acuerdo que hace algún tiempo ella solía correr entre estos árboles jugueteando con mis miradas, cierro los ojos, pienso en esas miradas que soltaban tus profundos ojos negros, que todo los descubría con solo descansar en mí. ¿Porque tuvo que pasar? Adonde sé…
Ahí esta él, al igual que un niño aburrido de esperar. Vestido de blanco, como solía hacer esos memorables días de verano. La emoción se apodera de mí, torpemente encamino mis pasos hacia él, alzo mi mano y la dejo descansar en él. Me dejo inundar por una sensación extraña pero a la vez tan mía que estremece todo mi cuerpo, corre una brisa helada y como ángel caído me voy quemando por dentro.
Despierto de golpe de mi ensueño, su mano en mi hombro me salvo del recuerdo. La abrazo, la beso, tomo su cara entre mis manos y la vuelvo a besar… Nos dejamos caer suavemente, revivimos nuestras mas intimas aventuras, secretos y placeres. Toco las piedras a mí alrededor, siguen ahí, guardando cada momento en su interior, calladas, inmóviles, siempre esperando un nuevo suceso. Creo que me río, la verdad es que si, no puedo parar de reír. Te miro, sigues igual de hermosa como siempre, inundándome de felicidad.
Me acaricia, me besa y de apoco voy reviviendo mi juventud. Con mis ojos cerrados me dejo llevar por sus manos, sus labios, sus…!!! Abro bien mis ojos y confirmo lo que presentí, pequeñas gotas de cristal caen del cielo y se posan en nuestros cuerpos. Miro como van dejando aureolas en lo que queda de su blanca ropa y sin poder oponerme siento como esta se va llevando parte de mi alma. Burlándose de mí, me miran las piedras, aun calladas, quietas, absorbiendo la última escena. Suavemente le toco su cara, sus labios, sus pies…
Siento como caen esas gotas de lluvia sobre mi cara, bajando al ritmo de mis sonrisas entremezclándose con un sabor dulce y húmedo en mis labios. Mis pies descalzos distinguen lo que piso, es la tierra mojada con los restos de los recuerdos con ella, traídos y llevados por la serenidad del mar en abril.
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