El calabozo es un espacio muy reducido, el largo son dos suspiros más que el ancho, en la consistencia del aire parece que hubiese un cardumen de pirañas pululando en busca del vital alimento.
Hoy es el quinto día en estas paupérrimas condiciones, una cárcel donde impera el resplandor de una fuerte luz mortecina, único artefacto eléctrico presente.
Aunque por suerte un guardia cárcel que se hizo amigo asegura que en breve me irán a trasladar a un penal de máxima seguridad.
Ni siquiera existe un baño, o un patio donde poder estirar los huesos.
Suena escalofriante pero me acusan de haber incendiado con mis propias manos una vivienda con todos los ocupantes dentro, pero soy inocente, sería incapaz de hacer algo semejante, no tengo ninguna culpa, ni siquiera se me ha pasado por la mente realizar una atrocidad de tamaño calibre, nunca peleo por ningún motivo, mi vida pasa por otro lado que nada que ver.
Pero al octavo día de sufrimiento me vengo a enterar de que todo este calvario es parte de una gran farsa, que más bien se trata de una broma para un programa muy conocido de televisión.
A dios gracia ahora puedo respirar con soltura, ya que desde las últimas horas vengo arrastrando un asma impresionante que de hecho me impide respirar con libertad.
Ahora parezco un pobre legendario que recién llega del desierto, una porción de rocío que comienza la retirada rumbo a la vaporización total, pero con la ilusión de cobrar una recompensa que aporte algo de equilibrio a mi desgastado destino.
En fin, magro principio pero tierno final, desde el estudio de grabación solicitan mi presencia, se abre la puerta del falso calabozo, asomo el cuerpo, algo tullido, y con mucho esfuerzo salgo caminando rumbo a donde se encuentra ubicado el conductor del programa.
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