El Último
El paisaje es desolador dentro de la Eurípides VI. Paneles quebrados, amasijos de cables chispeantes, vidrios trizados, miembros humanos y no humanos esparcidos por doquier… La misma imagen debe dar ahora la nave de rescate en la que vine, la Eurípides VII… Pero… ¿Alguien podía prever el horror? ¿Existe algún ser capaz de prever semejante cadena de aberraciones?
Avanzo por un pasillo de luces titubeantes. El tejido metálico gime bajo mis pies. Pronto encuentro un nuevo cadáver. Me acerco, le presiono la yugular, cuento… no caben dudas: muerto. Una puerta automática se abre y doy con la cabina.
A través de los cristales puedo ver la superficie de Tritón. Un suelo grisáceo, resquebrajado, cubierto de estalagmitas… Sobre el horizonte, se elevan cada tanto unos géiseres helados de nitrógeno líquido y metano… Un poco más arriba, veo una enorme bola azul zafiro… Neptuno. A mi izquierda, a unos trescientos metros de la nave, se alza una enorme grúa perforadora. El suelo a su alrededor se está resquebrajando, y pronto caerá al helado mar, un mar que un principio era nuestra ilusión… Pero, otra vez: ¿quién podría imaginar que bajo la capa de hielo habría tales demonios, en lugar de las esperadas rudimentarias formas de vida?
Escucho un ruido. Luego otro. Vienen por el pasillo. Por mí: el último. Me agacho, preparo la pistola de plasma. Mis visores térmicos me advierten de cuerpos en movimiento tras la pared… Tres, cuatro, cinco… Son muchos. Apunto, la puerta automática se abre.
Entran en tropel seres de pesadilla: tumores de extremidades delanteras largas, raquíticas, terminadas en guadañas óseas. Sus extremidades traseras son aletas deformes, grotescas. La piel de su espalda y torso es dolorosamente brillante; sus escamas refulgen como gemas. Sus cabezas son una protuberancia chata, sin ojos, con una especie de boca dispuesta en forma vertical, de la cual asoman pequeños dientecitos con forma de corcho.
Todo sucede en décimas de segundo. Soy rápido: por algo soy el último. A unos chillidos siseantes, de ultratumba, los suceden ocho disparos que reverberan en la cámara. El resultado es el esperado: cuerpos humeantes, abiertos en canal; miembros separados que por inercia se siguen moviendo; charcos de sangre blancuzca haciéndose más y más grandes. Liquido a pisotones a los moribundos y salgo de la sala.
Cruzo varios pasillos hasta que doy con una escotilla. Se abre con un chillido y me precipito al exterior. Afuera está frío. 197 grados bajo cero indica el termómetro de mi traje dérmico. Un grupo de bestias salen a mi encuentro. Con mi pistola empuñada, reparto plasma por doquier. Nuevas explosiones, chillidos y sangre.
“¿Y ahora qué?”, me pregunto. Las dos naves destruidas… ya no hay lugar a donde dirigirme.
Corro, sin un rumbo concreto, entre géiseres gélidos que estallan a metros de mi posición… Lo único que quiero es alejarme del pozo nefasto que hemos abierto… Un portal aciago a un mar de pesadillas...
¿Pero saben qué? No todo es tan malo, después de todo. Puedo durar, escabullirme y esperar a que venga una nueva nave. Sí, soy lo suficientemente bueno.
No por nada soy el último.
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