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Cazando aventuras

Abrí las persianas de madera tradicionales de los bares, dejándolas ondear. Me encaminé a una mesa y me dispusé a ser atendido. El olor rancio del lugar mezclado con el alcohol me saturaron las fosas nasales. Un perfume barato me hizo levantar la cara. Aquel rostro angelical y unos ojos tímidos (a pesar de trabajar en ese lugar) Un par de insinuaciones eróticas me hicieron olvidar mi trago.
-¿Qué vas a tomar me preguntó?
-¡Me traes un tequila por favor y sírvete lo que quieras!-.
Sonrió tímida, su escasa costumbre de trabajar en el lugar la hacían presa fácil.
Cuando se alejó observé sus atributos traseros, en ese momento mi instinto animal se varó y se perdió en sus caderas.
Regresó con mi tequila y su cerveza.
-¡Me llamo Livia me dijo!
Conversamos un poco de todo. En realidad no estaba conversando, me estaba vendiendo, no me resultó difícil, la cultura regular y mi elocuencia hacían que esa actividad me resultara natural, solo era cuestión de conectar un poco mi cerebro con la lengua y las ideas fluían.
La rutina ensayada continuamente se perfeccionaba.
Le dije que a mí no me importaba que ella trabajara en ese lugar, que creía que en esos sitios, podía encontrar mejores mujeres que en la calle, por que el sufrimiento las hacia mejores seres humanos. La escuché contarme acerca de su fracaso con su pareja anterior; sus excesivos celos. Entonces le ofrecí una mejora diciéndole que no era celoso, que tenía confianza en las mujeres, que tampoco era posesivo, que las mujeres no eran un objeto si no seres humanos integrales, que merecían la oportunidad de crecer en todos los ámbitos y desarrollar su potencial.
La credibilidad aumentaba en forma proporcional a su estado de embriaguez. Vino el punto fino, escribí un pensamiento en una servilleta, inspirado más en mi lujuria que en un iteres genuino.

Estoy atrapado en tu piel y tus ojos, porque la vida me ha regalado la maravillosa oportunidad de conocerte.
Deseo que sigas permitiéndome estar a tu lado para poderte regalar felicidad y compartir las mejores cosas de la vida contigo.

La coloqué estratégicamente frente a su silla, espere a que regresara, lo miró, lo leyó de forma torpe, esperé a ver la expresión de sus ojos y vi que se abrían y que su boca dibujaba una sonrisa.
Me percaté de mi victoria, aquello estaba hecho.
-¡Qué lindo!- dijo.
-¡Eres una persona muy especial!- reitero.
-¡Sólo lo que tú mereces!- dispare.
-Vamos a bailar- me invitó.
Al ritmo de: Fue en un cabaret donde te encontré bailando, vendiendo tu amor al mejor postor soñando...
Se colgó de mi cuello, se acercó, la sentí vibrar bajo mi piel y me dijo:
-¡No puedo creer, lo que estoy sintiendo contigo!-
-Yo sí- dije internamente.
Sutil la acerqué hacia mí. No se resistió, comencé a besar su cuello y con esto a sentir un calor agradable, intenso, y gocé del momento. Mi piel estaba reclamando su cuerpo. Percibí una sutil ansiedad que me pedía una conexión con su alma, pero no aprobé porque aquello era cacería. El resto fue rutina, salí para esperarla en la calle. El alcohol saturado en mis fosas nasales al mezclarse con él oxigeno de la calle, produjo un olor particular en mi nariz que evocó un pensamiento ególatra de triunfo. Me la llevé, sacié mi lujurioso instinto, la mañana me encontró en una cama, y un lugar que no eran mi casa.
Repetí la historia las veces que la novedad lo pidió, para obtener hasta la última gota de su voluntad, en nuestros encuentros no faltaron: rosas, peluches, chocolates, además otro pensamiento enmarcado en un cuadro barato.
Un día llegue al bar y no la encontré, la muchacha que me atendió no era tan linda pero era novedad, entonces comencé a ejecutar el plan; todo resulto exitoso, volví a saciar mi ego con esta presa, la miré tendida en la cama y me dije: -¡Soy bueno en esto!- mi ego estaba inflado a punto de reventar.
Al otro día regresé por mi nueva caza, mi ser reclamaba más de la novedad. Al salir del bar sentí que algo me atravesaba la espalda, poco a poco algo frió se encajó entre las costillas; un dolor intenso me caló hasta la medula, fueron los segundo más dolorosos, el metal reclamaba un espacio que no le pertenecía. Abriéndose paso a la fuerza. El dolor y la sorpresa me hicieron caer de rodillas hacia el frente, el olor a miedo, sangre y muerte calaron mis sentidos, mientras escuché a Livia decir:
-¡Si solo querías cogerme para que me enamoraste!

Emilio Hernández.

Texto agregado el 24-05-2011, y leído por 177 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
24-06-2011 Un cazador cazado, muy bueno y todo regresa verdad?****** shosha
24-05-2011 que el amor enloquece... quise decir. girouette
24-05-2011 En la realidad ocurren venganzas tan crueles como esta. Pareciera que el enloquece y el protagonista jugó con fuego. Excelente relato. girouette
 
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