¡Mañana será otro día!
Llevo acostada tanto tiempo en la desoladora playa del dolor que ya se me hace extraño imaginar otro paisaje.
Mis pechos, colinas erguidas al viento, orgullosas y serenas –que por mucho tiempo me hicieron sentir hoja seca- muestran hoy el rastro de un inmisericorde bisturí y apenas vuelven a ser sensibles al contacto de otra piel. Aún así los amo, sus cicatrices me recuerdan el triunfo en una batalla.
Levanto mi cabeza y una sensación de pérdida, de no ser, de ser sin estar, me abruma… aún sigo aquí.
Mis ojos, hinchados de tanto derramarse en largas horas de dolor, apenas pueden abrirse… hoy no disfrutan del resplandeciente sol, del azul brillante de un cielo iluminado con su luz… hoy hasta esa luz duele.
Mis muslos, tensos y pesados ruegan, por piedad, un poco más de descanso; “no te incorpores”, parecen gritar… y mi espalda, mi cadera, toda esta máquina gastada de músculos dolientes se unen a esta ferviente súplica.
Me abruman sus gritos.
Es como si cada uno de ellas fuese un alma en pena, clamando salvación. Me apiado de ellos. De mí. Seguiré recostada en este lecho vacío. Donde ni siquiera tengo el consuelo de ser tuya. Con ese dolor, externo y profundo, no puedo lidiar. ¡Pero qué más da! Ya vendrán otros días de sol en que nuevamente podré salir a pasear mi sonrisa, hoy exiliada y distante de mi rostro…
¡Mañana será otro día!
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