Nada cuesta la tarde sentado en el filo del horizonte, tirado en un infierno de letras, tartamudeando al ritmo de las risas ajenas, creciendo para no morir, llorando para calmar la pena, más allá de usar los ojos para ver como ignoran la existencia. El atardecer ya no se siente tan dulce, quizás no se responden los saludos cordiales, el naranjo estresa más que lo que reitera los sentidos.
Todos alineados al son del hemisferio, como nos gira el mundo y nos aprietan las estrellas, van tirando de la misma cuerda mientras aún existo acostado en un infierno de letras, tapizando con papel un refugio de ramas, separando una pluma para ambos riachuelos, ya no pesan las manos, no cuentan como tu alrededor no es de lunas y olas, y caigo rodando fuera del blanco, para caer al negro, una película a la cual se le han muerto los protagonistas, siguiendo la trama con las mariposas en el viento. No, ya no es vida, como caminamos en la punta del alfiler, enterrándonos las mentiras, no, esto ya no puede ser vida, lograr apenar al sol, bajarlo de un trono de oro, de un cielo celoso, a unas gotas de agua que se pierden en la esperanza.
Vamos a revisar la teoría, limpiemos nuestra historia, saquemos la maleza que entorpece en cauce de nuestro rio, he llegado a rendirme, no soporto la indiferencia, he llegado a rendirme, ya no te veo plasmada en mil colores.
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