Quisiera esta tarde
invitarte a Richie’s
(aunque haga años que cerraron sus puertas
y nuestros primeros bailes
estén cautivos en las latas de conserva
del hipermercado que ahora ocupa su lugar).

Quisiera pedirte
que te pusieras el vestido de niña recatada
en el que quedó presa mi mirada (justo entre el tercer y cuarto
botón de tu pecho)
el día que te conocí.

Quisiera no alcanzar a rozarte
y no poder decirte nada
(dejar de una puñetera vez de hablar
del trabajo, de los niños,
de la lista de la compra,
de planificar las vacaciones, el sexo, los domingos).

Quisiera besarte con la torpeza
de un colegial.

Quisiera inmortalizarte
en mitad de la pista de baile
con todos tus sueños todavía
intactos
sobre tus primeros zapatos de tacón.

Quisiera no haber sabido tu nombre,
ni tu dirección, ni tu teléfono,
ni a qué sabían tus besos.
No haberte prometido nunca
que jamás moriría el colibrí
que habitaba tu lengua.

Quisiera esta tarde invitarte a Richie’ s
y desafiar
y vencer
el espacio que quedó entre aquella pista de baile
y nuestra cama.