Nuestras sombras quedaron en el mismo lugar, aunque se quemen los espíritus, aún puedo ver su figura en ese asiento, en donde nos besamos, en donde todas las preguntas que nos pudimos haber hecho se resolvieron con la misma respuesta, la única que esperábamos escuchar, la única que decidimos aceptar.
Nunca podré saber que hubiera sido de mí ahora si no me hubiera dedicado a mover el Sol por verla feliz, tampoco quiero saberlo, quisiera que estuviera aquí, que decida compartir su sonrisa conmigo, que quisiera verme una vez más, que solo me de trece minutos de su tiempo, trece lágrimas más, que recordemos trece besos en los que nos sintiéramos superiores al mundo entero.
Ella podría dudar de todo lo que hizo o no hizo por cambiar el color de mis ojos, podría dudar sobre lo que sintió o por lo que decidió hacer, por lo menos traté de mantenerla con vida, de que sus hojas no se marchitaran con esa lluvia que emborronaba las cartas que le di. La fantasía que algún día me mantuvo con vida cada momento se hace más fría gracias a las palabras que ella se rehúsa a decir.
Todo lo que va quedando lo guardo en una cajita de fósforos, en la cual me escondo todos aquellos días en los que se me escapen las ganas de vivir, refugiándome, soy débil, prefiero serlo, por lo menos puedo decir que fui real, y que no me importaba que viviera a quinientos o diez mil kilómetros, hubiera corrido por ella igual.
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