Devuelta en la casucha, sentada en el balcón, mira el cielo entre cortado por las ramas del árbol pelado y piensa. Piensa que en algún momento ella no estuvo acá, sino allá, allá lejos pasando las casas, muchos más allá de los edificios de la capital, siguiendo una estrella se fue allá donde no es acá, dígase, se fue a otro lugar. Cada recuerdo trae consigo otro, y así ella va recordando día por día ese maravilloso viaje. Si se concentra lo suficiente, y a veces lo hace, puede sentir tanto ese lugar que su entorno puede hasta cambiar. Si se concentra lo suficiente- que aunque le cueste, a veces lo hace- puede cambiar el clima y el paisaje, traer el frío de un invierno continental, y cambiar las cosas de su lugar; puede convertir aquella manzana cuadrada de barrio y convertirla en caminos sinuosos y altiplanos; puede recubrirla entera, por todos lados, de gatos salvajes y peludos buscando un poco de comida; puede transformar a la señora que barre las hojas de otoño, por tres señoras ancianas cubiertas con sus burkas sentadas en un banquillo en frente de sus casas, sin decir una palabra. Pero el momento de volver a la realidad nunca deja de llegar, y toda esa puesta en escena que pudo concentrar en su cerebro para proyectarla en la realidad llega a su fin. Las ancianas musulmanas vuelven a ser un ama de casa que es dueña de un celular, los gatos desaparecen, la nieve se derrite, y todo en su casucha vuelve a la normalidad.
Pero un día algo pasó. Un día en el balcón, como todos los demás, y aunque le costó – créanme- Marietta se concentró como nunca jamás ocurrió. La proyección fue tan intensa y real que absorbió por completo la realidad. Fue tan inmensa la proyección que alcanzó la ciudad de punta a punta; no, ¡aún más! ¡La provincia! ¡El país! ¡¡El mundo entero!! Marietta no lo pudo creer, salió corriendo de la casa a saltar de alegría por las callejuelas empedradas, saludando con intensa emoción a las ancianas en burka y acariciando a todos los gatos que hubiese, sin olvidarse ni siquiera de uno. Que feliz que se puso Marietta ese día; deseó tanto estar allá, del otro lado, donde no era acá, que pudo convertirlo en realidad. Nunca más ese árbol pelado manchando el cielo, nunca más ese balcón encogido, nunca más las madres que usan lavarropas y nunca más manzanas cuadradas, ciudades pequeñas, mundo encogido; ahora era el tiempo de la inmensidad.
Muchos años vivió Marietta extasiada, porque le tomó muchos años aprender el idioma nuevo, las nuevas reglas, religión, cultura, gastronomía, códigos de familia, de amigos, de hombres, códigos de etiqueta y des etiqueta, códigos de insultos, de ofensas y disturbios. Tuvo que aprender una historia y geografía totalmente distinta; así que durante muchos años Marietta vivió siempre emocionada, con constantes sorpresas y fascinaciones, estaba en un mundo más allá del que ella siempre conoció y pensó que podría ahora vivir su vida entera sin un solo momento de tedio. Pero Marietta se equivocó. Luego de unos largos años, se encontró un día en un balcón mirando el cielo interrumpido por cientos de minaretes y se encontró concentrándose en su viejo balcón; comenzó a proyectar su viejo árbol, y su vieja calle; y tanto lo extrañó, que pudo, de nuevo, intercambiar su realidad. Ahora Marietta vive en su antigua realidad, la de acá en Rosario, en Argentina. Con sus prácticas manzanas cuadradas, y su clima ideal templado. Pero de más está decir que su vida nunca volvió a ser normal ni aburrida, ya que Marietta desde aquel entonces descubrió que tenía un poder muy especial, y su vida nunca volvió a ser igual.
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