muñeca en hornacina
(cuento en verso libre)

Voy venciendo mis miedos como buenamente puedo,
de todos los miedos que tengo
solo hay uno, que puedo contaros, hoy.

Las muñecas de tez blanca, vestidas de encaje
con la cara de porcelana.

Moran, en las casas antiguas
con olores de otros tiempos
guardadas en hornacinas de cristal en forma de campana
muy quietas y expuestas en el aparador del salón
junto al reloj grande de bronce,
de Diana Cazadora con el seno al aire
los pastilleros de porcelana
las fotos de la familia en marcos de plata
sobre el tapete blanco de encaje,
bordado en finos hilos de oro,
con sus borlas colgando.

Por la tarde cuando se asoma el aplastante sol
por las rendijas de la persiana mal cerrada
dejando afuera los sopores y los vapores
de las calimas de las calles
y dentro el fresco del salón, fresco de casa antigua
de gruesos muros, y un par de losetas levantadas en el suelo
suavemente ventilado por el incesante rotar
de la maquina del fresquito, que colgada del techo,
va cubriendo el salón, por partículas de todos los polvos removidos
los polvos de las historias que en salón, se han vivido
en la suspensión, de no tener nada mejor que hacer
que dejarse caer despacito.

A esas horas, en las que todos duermen placenteras siestas
la muñequita de la hornacina, se pinta los labios como todas las tardes
y empieza a afilar la navaja, con el cuero del barbero,
de la barbería que cerraron hace más de veinte años.

La familia inmovilizada en precisa instantánea, en las fotos del aparador
en sus marcos repujados de plata, tienen el miedo en el alma
y el pavor en los ojos,
la conocen, saben de la crueldad de la muñeca no amada,
la que postergaron al escaparate de la hornacina
en lugar de a los brazos de una niña,
también vestida de encaje, y con sus lazos de raso de seda en las coletas
la niña de la risa sincera y el llanto desconsolado,
cuando le dijeron, que la muñeca nueva, no era para jugar
que era muy valiosa y de colección.

Cuando a hurtadillas paso por su lado, noto que me siguen
unos ojos celeste cielo, celeste miedo
con sus pestañas de punta, siempre peinadas

La psicopatía de la muñeca, es fruto de la quietud y la falta de amor,
de no haber sido abrazada, de no haber sido jugada,
de no haber sido vestida y desvestida
y mil veces peinada, en la dulce canción de la niña
que la amaba, pero no podía abrazarla,
y se la imaginaba en sus brazos arrullándola,
soñándola recostada sobre sus hombros
y dándole palmaditas en la espalda,
como si fuera un bebe con gases.

He de vencer este miedo absurdo,
pensé tumbado en la chaisse-longue del salón
junto al aparador de la hornacina de las gotitas de sangre

Solo le faltan abrazos, solo le falta quererla,
levanté la hornacina de fino cristal
y con sumo cuidado la abracé, como se abraza a un bebe con gases
noté un fuerte dolor en la espalda,
y retirándola súbitamente, la mire a los ojos celeste cielo, celeste miedo
y de un tajo, me degolló la garganta
con la cuchilla del barbero
de la barbería que cerró hace más de veinte años.

Me he despertado de la siesta, empapado en sudor,
con un dolorcillo en la espalda, y en la garganta
creo que tengo un poco de fiebre,
será una amigdalitis de verano.

Adiós abuela, otro día vengo a comer contigo,
Cuídate prenda mía,
Cuando vengas, otro día, te enseñare fotos de cuando era pequeña
verás que guapa estaba, con mis vestidos de encaje
y mis lazos de raso de seda en las coletas.

El padre de mi abuela, mi bisabuelo D. Emiliano de Hiotnes y de Saint- Sulpice
murió degollado en aquella habitación,
con una navaja de barbero, cerca de su mano
un gran charco de sangre sobre la alfombra
la tapa de la hornacina de la muñeca en el suelo

Se dijo que se había suicidado, por deudas de juego


Antonio © M. ( T i T o. M.)
Mayo 2011
Pensamientos Vagabundos