Seguramente, el diurno camino
no está hecho por un sendero de rosas.
Alguna que otra guerra avisada,
los lamentos de quienes están en paro,
la distancia entre el salario y el fin de mes,
las permanentes quejas de los universitarios,
la muerte de un proyecto en marcha,
el visible dolor de la mísera indiferencia,
nos llevan a encontrarles soluciones
en permanentes divagaciones nocturnas.
Es allí que la búsqueda de la noche,
se transforma en un simétrico desahogo
de aquellos vívidos minutos impropios,
en nuestro primer intento, frustrado,
por fugarnos de la profundidad
con que la precaria luz ilumina el día.
Así, llegamos a nuestro refugio
de la nocturnales horas, para encontrar,
a solas, el esbozo de una idea,
a la luz de una pertinaz meditación
en la que derramamos cansadas neuronas,
escarbando inclementes la vida por dentro
con la marcha del reloj a las vueltas,
acompañados solo por el silencio pronto,
quedando cautivos de ese instante
como quien quiere, devoto, alcanzar la salvación. |