Era la noche número 197 del mismo año bisiesto.
Ella tenía un nombre exótico que combinaba con su color de ojos y comenzaba por “K”; el mío, no importa ahora. Había una mesa ovalada llena de recuerdos y de asientos llenos de personas con… más recuerdos.
“K” cantaba entre humo y sonrisas hasta que… sonó esa canción.
Yo, miraba fijamente a la ventana en busca de una figura que nunca apareció, esperando escuchar el timbre que nunca sonó mientras… gritaba una canción.
Una mujer con una coraza forjada por los años presidía la reunión mientras de vez en cuando daba un chupo de dedo (cigarro) y sonreía mientras sus pulmones contenían el aire contaminado que le daba vida al mismo tiempo que movía su cabeza con el vaivén de la música. Y… tarareaba una canción.
Un hombre con una crucecita de madera en el pecho, sonreía con una extensa dentadura blanca mientras sus ojitos de color miel, desmentían el propósito de su gesto y… tarareaba una canción.
Una niña, con la mirada fija, perdida, aún sin recuerdos, aún sin infinito en los ojos (gracias al cielo) con la boquita entreabierta, jugaba con un celular mientras… tarareaba una canción.
Había otra persona relativamente nueva que de vez en cuando tenía una luz azul, era la persona que tocaba la guitarra mientras sonreía con algo de inocencia y despiste… las letras, sonidos y palabras salían de su boca y “K” las escuchaba con la negación ansiosa propia del que escucha por primera vez que tiene cáncer… Sí, era sólo una canción… de la que ahora ella y sólo ella, era la protagonista, un cuento que se deslizaba llorando entre las cuerdas que a su vez se contorsionaban y… convulsionaban.
Cada palabra suscitaba un recuerdo más…, cada curva de la guitarra le recordaba su cuerpo, tal vez por eso aferraba su mirada al instrumento como lo haría si él estuviera ahí. De pronto, las lágrimas ya no le pertenecieron más al cuento, ni a la guitarra, ni a las cuerdas, le pertenecieron a sus ojos negros. Tristes.
Sus manos morenas, temblorosas, nunca murieron, lo confirmé cuando después de algún tiempo empuñó un cigarro, sonrió y… fumó.
Finalmente salió humo... y la boca se lo llevó.
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