EL MISTERIO DE LA TORRE DE LOS INGLESES
Omar Guillermo Barsotti
En las oscuras intimidades de finas maderas y bronces de su despacho el Sr. Presidente estaba preocupado. Su mirada, nostálgica pero correctamente sobria, recorría una ordenada panoplia de fotografías distribuida por el insigne lustre de la tapa del escritorio. Serio, concentrado, analizó aquella información vital que se encontraba bajo su profunda consideración. Suspiró. Sin duda aquellas chicas no le llenaban ni los calzones a su Juanita. Con súbita determinación juntó las fotos no sin antes marcar dos que les parecieron potables y metió todo en un cajón junto a la botella de whisky.
No es que su honorabilísima persona no tuviera problemas, pero, en general, sabía que la mayoría no tenían solución y si las tuvieran él no las sabría y difícilmente las aplicaría si las supiera ya que pasarían años antes de que alguien se lo reclamara. Luego de esta sustancial y agotadora disquisición descansó un momento repasando sus cuantiosas cuentas secretas. Volvió a suspirar, no veía las horas de volver a la residencia presidencial donde el parque florido y enjundioso lo rodearía con su fresco verdor mientras poéticamente el asado humea seductoramente en la romántica parrilla. Sólo tales bucólicas imágenes le permitían sobreponerse al peso de la responsabilidad gubernamental.
Un toquecito en el interfono lo sobresaltó .La luz roja titilaba con inusitada insistencia. La cosa era seria. Atendió con una mano temblorosa. La voz varonil de su Ministro del Interior tronó en su desprevenida oreja haciendo ecos en el vacío de su cráneo . Accedió al pedido de una reunión inmediata. de Fernández. Le sorprendió verlo un poco pálido.
- Sr. Presidente – dijo el Ministro, manteniendo el protocolo por si el despacho estaba cableado – debo comunicarle algo grave.
- ¿Se embarazó la Juanita? – musitó el Sr. Presidente tomándose el pecho.
- Peor, Sr. Presidente.
- ¿Qué puede ser peor que una amante embarazada?
- Sr. Presidente, Cancillería acaba de ser informada de que un meteorito muy grande se dirige hacia la Tierra.
El Sr. Presidente recobró la compostura y miró interrogativamente a su subalterno.
- Bueno, es un problema menor, Sr. Ministro del Interior. Que el Canciller se ocupe. Solidarícese con cualquier país donde el meteorito ese vaya a chocar aunque sea Rusia o Israel.
Olvidado del protocolo y las probables escuchas Fernández respondió con inesperada rudeza:
-El meteorito caerá en la Argentina, tarado. Sino no te hubiera molestado.
- ¿En Argentina?- No lo creo – respondió el excelentísimo con una sonrisa levemente sardónica - Según Hollywood tales cuerpos celestes caen en New York, quizá en Los Angeles, ¿ pero aquí?
- La Nasa dice: aquí.- y señaló el piso.
El Presidente sonrió y comentó: “Es una maniobra del neoliberalismo imperialista. Van a pedir una base o algo por el estilo. La hacemos fácil llamá a esos enfermos de la izquierda y que saquen los piqueteros a la calle en apoyo a su presidente que resiste denodadamente al capitalismo inhumano”
Fernández se quedó unos instantes azorado, como si viera a un perro volando o a un empresario pagando sus impuestos.
- También lo calcularon los Ingleses, los Rusos y los Japoneses – agregó el Ministro suspirando pacientemente.
- ¡Dios mío¡ ¿Los “ponja”?. Entonces es serio.¿Y donde precisamente caerá y cuándo?
- Aún no se sabe pero seguro en nuestro país.
- Bueno, eso me tranquiliza. Con todo el territorio que tenemos es probable que choque con alguna provincia, en una de esas le pega a alguna con gobernador presidenciable. Pon a estudiar el problema a nuestros científicos.
Fernández le echó una larga mirada de conmiseración y dijo:
- Nuestros científicos hace rato que se murieron de hambre o se fueron al exterior y unos pocos se salvaron conduciendo taxis - se detuvo y quedó mirando el vacío. Chasqueó los dedos.
- Queda uno, Sr. Presidente. El Dr. Bermúdez. No se fue porque odia los menúes de las aerolíneas.
-¡Pero tiene como cien años!. ¿ será creíble?, ¿sirve para algo?
- Es premio Nobel, presi,
- ¿Tenemos uno?
- Tenemos varios, tarado.
- Tráigalo – ordenó el Presidente con aire digno retomando la iniciativa.
Contrito, renegó: La cuestión del meteorito se le mezclaba con las fotos de las chicas que había seleccionado. Es inútil tomar decisiones de Estado y pensar estratégicamente en este país.
Una hora más tarde el Ministro hizo pasar al sabio, un vejete regordete con peinado revuelto a lo científico.
-Dr. Bermúdez, es un honor tenerlo aquí.
-Si? ¿Quién lo hubiera dicho?, respondió el erudito dejándose caer en un amplio sofá de cuero y dejando al Presidente de pie y con la mano tendida.
El Presidente quedó unos segundos con la boca abierta y luego ensayó una risita de compromiso simulando una broma. Mientras, Bermúdez, observaba atentamente todos los detalles de la sala presidencial, luego, sacudió su leonina cabellera y levantó el rostro en un gesto de interrogación.
- Dr. Ud. ya estará al tanto del grave riesgo que corre nuestra nación.
-Si se refiere a su Presidencia, estoy enterado.
- Caramba, ¡qué gracioso, Dr! Me refiero obviamente al meteorito.
- Ah! El meteorito: 400.000 toneladas de metales raros viajando hacia la Tierra a una increíble velocidad.
- Bueno, bueno…me tranquiliza que Ud. esté estudiando el problema.
- No lo estoy estudiando, lo vi en Discovery channel. – respondió Bermúdez con amargura y agregó: Con el presupuesto que tenemos estamos al horno con papas.
El Presidente no se amilanó, si hiciera caso a todos quienes se quejaban del presupuesto no le alcanzaría ni para un modesto retiro en el Caribe.
- Estimado amigo,- dijo el Presidente – necesitamos su ayuda y consejo. ¿ Qué medidas podemos tomar?. ¿ Sería posible, por ejemplo, bombardearlo antes de que nos golpee? – agregó con lo que cualquier idiota llamaría una mirada astuta.
El científico lo miró con lástima.
- En serio.- insistió el Presidente - ¿Podría destruírselo antes de que llegue?
- Presidente, esto no se arregla con un decreto de necesidad y urgencia. No tenemos absolutamente nada que pueda destruir esa cosa. ¡ Bah! Ya ni nos queda nada que tan siquiera vuele. Obviamente, al chocar contra la atmósfera probablemente se fragmente, pero por el tamaño, el peso y su naturaleza física es fácil que, aunque pierda algunos trozos, sobreviva con un tamaño capaz de hacer un gran daño.
- Y los países amigos, Rusia y EEUU ¿no podrían hacerlo?
- No les interesa, ya lo consulté. Si cualquiera de esos países toma la iniciativa de mover sus misiles el otro considerará que estén aprovechando la oportunidad para bombardearles. Por otra parte, la fragmentación de un meteorito de ese tamaño significaría riesgos para los demás países.
- ¿Nos abandonarán a nuestra suerte entonces? Después de todo lo que hemos hecho por ellos – comentó el Presidente con tristeza.
- ¿Qué hicimos por ellos? – preguntó el científico con sorpresa.
- Bueno…algo habremos hecho en algún momento.
- ¡Bah! . Yo me voy. Si me entero donde irá a caer se lo informaré telefónicamente… desde larga distancia. ¡Ah! Este sillón es de muy buena calidad, hágame un favor, envíemelo al laboratorio. Le aclaro, no es para usarlo, es para subastarlo y juntar unos pesos para equipamiento. Quizá como antigüedad lo paguen bien, no puedo decir lo mismo del resto, me parece que han coimeado al encargado de compras.
Y Bermúdez se retiró haciendo flamear su nívea melena de científico.
El Presidente quedó sumergido en la amarga soledad del poder, luego, de pura casualidad, admitámoslo, algo le hizo clic dentro del cráneo y se sintió iluminado. Llamó a Fernández, ejecutando una voz autoritaria que se reservaba para el ordenanza que le servía el café.
El Ministro se presentó inmediatamente. Escuchó las órdenes y salió a cumplirlas con paso cachazudo.
Una hora después con el andar digno y sereno de un pato camino a la laguna, el flatulento pero honorable Jacobo Zim ingresó al despacho Presidencial precedido por mí .- Sr. Presidente. Estoy a sus órdenes… Humildemente – agregó a regañadientes.
El Presidente se deshizo en una larga sarta de zalamerías procurando destacar la trayectoria de su predecesor y las estratégicas decisiones y acciones que, en histórica oportunidad libró a la Tierra de la amenaza de los extraterrestres parahumanos.
Zim lo escuchó disfrutando con deleite de todas las ponderaciones y no las interrumpió hasta que el Presidente quedó con la lengua afuera, babeando y sin más adjetivos disponibles.
- Excelente, Presidente – dijo Jacobo con los ojitos brillando y el ego inflamado - Diga Ud.: ¿qué le preocupa?
- El meteorito, Don Jacobo – comentó el Presidente con candor.
Jacobo Zim me miró con aire sorprendido.
- Un meteoro – expliqué – de gran porte, va a chocar contra la Tierra.
Por supuesto que Jacobo sabía muy bien de que hablábamos y, en realidad me lo había venido explicando en camino a la Casa Rosada. Así que me resigné a repetir sus palabras para beneficio del Presidente y, cualquier testigo o historiador que estuviera a mano: “ Se trata de un meteorito de unas 400.000 toneladas, en este momento sobrepasando Júpiter y cuyo destino final según los estudiosos será la R.A. Los científicos de todo el mundo lo están estudiando, en especial porque tiene un comportamiento muy raro ya que ha eludido la atracción del sol y los grandes planetas exteriores y su trayectoria, sin duda alguna, apunta a nuestro país. Así se lo han informado al Dr. Zim”. La aclaración la introduje para anotarme un tanto con mi jefe.
- Suficiente – ordenó Zim y aclaró – Así es estimado Presi. De todo el mundo me llamaron para explicármelo. Una inesperada atención, sin duda, pero que ha resultado halagadora. ¿Y qué espera que haga yo?
El Presidente volvió a soltar otra sarta de halagos y melazas ponderando la inteligencia de Jacobo Zim, destacando el hecho de que estaba probado que no había en el mundo otro genio que pudiera solucionar el problema. Temí por un instante que Jacobo Zim se hinchara hasta explotar, pero se limitó a mirar con blanda benevolencia a su sucesor y ha hacer gorgoritos de satisfacción.
- Bueno, Presi. El meteorito en cuestión no solo va a chocar contra la R.A., sino, según las últimas informaciones y ciertos cálculos que he hecho por mi cuenta, caerá justo aquí en Bs.As. Al pasar de las horas sabremos con total exactitud el sitio del golpe.
Alcancé a sostener al Presidente antes de que cayera planchado al piso y lo senté lo más derecho y digno posible en el sillón de Rivadavia. En el ínterin Fernández salió a paso ligero para el baño apretando fervientemente las nalgas..
Oxígeno mediante recuperamos al Presidente, pero el Ministro del Interior tuvo que ser rescatado por una alegre partida de bomberos provistos de máscaras antigases. El baño quedó inutilizado por varias presidencias.
Aprovechando el barullo el Presidente se alzó con las fotos, pidió el consabido helicóptero reservado para estas ocasiones y se desapareció con destino desconocido.
Al final, como es de rigor, Jacobo se instaló en el sillón de Rivadavia rememorando viejas épocas.
- El poder, Sejo…es extraño. Cuando me cansé de ejercerlo lo puse de Presidente a ese mequetrefe pero más tarde empecé a tener nostalgia. Ahora, que lo tengo de nuevo debo confesarle con mucho dolor: no sé que hacer. No me refiero al poder, sino con ese maldito meteorito.
Lo dejé pensando o lo que sea que hiciera su cerebro. Evidentemente el meteorito superaba sus múltiples capacidades de marrullar, especular y trampear. Si tuviéramos a la vista no un meteorito sino una invasión Rusa, Jacobo encontraría la forma de convencer al Estado Mayor moscovita de invadir a Brasil, que tiene mejores frutas, y además cobrarles por el consejo. Pero aquel objeto que nos amenazaba no atendería otras razones que las de las leyes físicas y el genio de Jacobo no está en capacidad de observar ninguna clase de ley. Me retiré yo también por respeto a la autoridad y de paso para estudiar la forma de escapar de Bs.As.
Pero, antes de que pudiera organizarme Jacobo me hizo llamar. Me presenté haciéndome el tonto y esperé las órdenes. Jacobo tenía mejor color y le noté una sospechosa animación. Ni quise pensar qué cosa estaba maquinando. Jacobo Zim aleteó sus escasas pestañas sobre sus ojitos lagañosos y dijo con calma:
- Sejo. Tome esta lista. Ud. ya los conoce por lo de la otra vez. Los necesito para esta emergencia. Yo les explicaré cuando estén aquí.
-Y si no quieren venir – inquirí con algo de maldad.
- Vendrán, ellos saben de que tengo múltiples y jugosas pruebas de sus vidas públicas y secretas. – sonrió como el Lobo frente a Caperucita desnuda y agregó: Me han dicho que en la infame Secretaría de informaciones del Estado, hay un muy buen equipamiento electrónico y un destacado grupito de espías entrenados para defender a la patria. Mándemelos. Cuando Ud. termine véngase para aquí…ah! Dí orden de impedir la salida de cualquiera de este edificio, le digo por si se le ocurre ir a comprar cigarrillos.
- No fumo, Don Jacobo – repliqué temblando – y agregué para inspirar confianza: le aviso en que oficina estoy por si me necesita.
Hay ocasiones en que tengo asco de mi mismo, pero cada vez que veo en el diario las cifras de desempleo y con que facilitad se pasa a la estadística de indigentes, me rindo.
Partí a buscar una oficina y unos teléfonos para comunicarme con aquellas personas de la lista. Había una sola palabra clave, indicaba Jacobo al pie del listado:” INVERSIONES”.
Informé a Jacobo donde estaba y al rato me llamó: “Sejo, dijo con tono alegre. Búsqueme al director de la oficina de catastro de la Municipalidad de Bs.As….ah! y al presidente, o lo que sea, del Colegio de Escribanos. Por favor: nada de asesores, consejeros y mucho menos abogados”
Aquello ya era el colmo de lo ininteligible. ¿Qué planeaba el retorcido cerebro de don Jacobo?
Dos horas después volví al despacho de la Presidencia. Quedé paralizado en la entrada. Una multitud se encontraba cómodamente instalada ante distintos tipos de aparatos electrónicos. Las pantallas centellaban, las computadoras corrían complicados programas haciendo pi-pi como acostumbran. Contra una pared, una enorme pantalla proyectaba un plano satelital de la ciudad de Bs.As. Jacobo me hizo señas para que me aproximara. Su rostro había cambiado hacia esa variedad de depredador que le salía cuando veía a su alcance una tierna y sabrosa presa.
- ¿Todo listo, Sejo? – preguntó casi con cariño.
- Si, Don Jacobo, algunos de sus amigos han pasado a la inmortalidad, pero la mayoría está viajando hacia aquí..
- La ley natural se impone aunque uno tenga todo el poder del mundo – comentó con tristeza.
Los ojitos le brillaban, quizá dolido o quizá debido a la alergia, pero resultaba conmovedor , entonces me arruinó la emoción cuando agregó:
- Menos mal que tengo seguros de vida de todos ellos. A mi favor, por supuesto.
Me retiré en silencio con un nudo en el estómago.
Por fin Jacobo tuvo a su disposición todo aquello que consideraba importante para su operación de salvataje. ¿Pero qué quería salvar?
- La economía, Sejo. Y…por supuestos, vidas. Vidas importantes, como la mía por supuesto – alegó muy serio con las manitos regordetas sobre el pecho y un mudo pedido de comprensión. Asentí con tolerancia pero sin entender.
De pronto en el salón hubo un murmullo entre admirado y miedoso. Las cabezas se movían apuntando a la pantalla donde el mapa satelital mostraba una serie de círculos.
Jacobo levantó ambas manos pidiendo atención. Los traseros se movían inquietos en las sillas como si sus dueños se aprontaran a salir corriendo, pero Jacobo, con mucho tacto advirtió:
- Al que se ausente de este salón, aunque sea para mear, lo hago fusilar con el pito en la mano.
Obtuvo toda la atención y un aire de tranquila resignación de velorio. Luego explicó :
- Lo que Uds. ven en pantalla son presunciones desarrolladas a partir de los probables impactos del meteorito. Según nuestros cálculos – continuó poniendo cara de cálculo- por la masa, la velocidad y la dimensión de este objeto tendremos como resultado final un cráter de un km. de diámetro, treinta metros de profundidad y una honda expansiva con vientos de 300 kms. por hora y una catarata de restos, metálicos y de mampostería , que dejaran la ciudad de Bs.As. hecha una porquería. Ahora sí, salvo aquellos que yo indique los demás pueden irse a sus casas, alzar a sus familias e irse al menos a Lujan. No hagan trascender esta noticia pues producirá un pánico catastrófico. De paso, pueden rogar por todos nosotros... y la Patria amenazada, agregó con voz trémula.
A continuación, en tono serio, con ritmo sepulcral, dio los nombres de quienes debían quedarse.
Solidaria y ordenadamente el resto salió corriendo por puertas y ventanas golpeándose unos a los otros para ganar las salidas con ventajas. No pude menos que comentarle al gordo crápula que acababa de desatar un desaforado pánico pues sin duda, todos avisarían a sus parientes y amigos y la honda expansiva del rumor correría por la ciudad con más daño del que pudiera producir el impacto.
- Es lo que espero, estimado Sejo – respondió enigmáticamente Jacobo sentándose en el sillón del poder.
Me hizo sentar a su lado y preguntó:
- Dígame, Sejo,: ¿en una lluvia torrencial qué se debe hacer?
- Quizá…¿abrir el paraguas?.
- Nones.
- ¿Guarecerse? ¿ Irse a casa a ver TV? ¿ Poner una escupidera en la gotera del comedor?
- Poca imaginación, Sejo. Muy poca. Lo que hay que hacer es juntar agua.
Y me despidió de su lado con un gesto de desprecio. Ahí fue cuando pensé que estaba loco, pero ahora, que me podía ir, elegí quedarme porque el meteorito me aplastaría pero la intriga me pudriría el alma. Lo que siguió después fue relativamente sencillo. Las informaciones se fueron precisando dando al rostro de Zim distintos formatos y tonalidades según las emociones que le producían las novedades, desde el blanco tiza, al púrpura terrorífico, y desde ahí al beatífico rosado de satisfacción. Color que me preocupó más que ninguno.
Reunió en el salón de conferencias a sus compinches para darle las últimas instrucciones y todos se retiraron a cumplirlas. Amanecía el último día, de las calles llegaba un rumor constante y ominoso. Al fin Jacobo me llevó aparte y me explicó:
- Los últimos datos, Sejo, son éstos: el meteoro golpeará exactamente sobre la Torre de los Ingleses. Necesito que Ud. averigue fehacientemente de donde salió esa Torre y que está haciendo ahí. Apenas lo sepa véngame a ver.
Partí en misión imposible, pero un rato después había conseguido suficiente información. La Torre de los Ingleses no era de los ingleses ya que estos la habían donado a nuestra Nación en 1910 en reconocimiento por todos los bienes que les permitimos depredarnos. Luego por la razón que fuere la rebautizaron como Torre Monumental. Está recubierta de símbolos de dudoso gusto, relacionados con la corona Inglesa, culminando en un enorme reloj. Ubicada en frente de la estación Retiro parece recordarnos que alguna vez los ferrocarriles fueron británicamente puntuales.
Informado Jacobo Zim empezaron a moverse los múltiples factores que él, estratégicamente había diseñado para la ocasión: Primero, el Escribano Mayor le tomó juramento como Presidente Provisorio, mientras, el Senador a cargo de la Vicepresidencia le ponía la banda, le daba el bastón y tomando una valija bastante gorda y pesada dejó su propia renuncia y desapareció. Segundo, un Decreto de Necesidad y Urgencia, sobre todo de urgencia, ordenaba la subasta pública de todos los terrenos de la Estación Retiro y de la Torre Monumental hasta donde llegara la propiedad de la Nación. Tercero, un único comprador se presentó con una cifra ridícula y se quedó con la propiedad subastada. Tercero, en atención a la insólita oferta de propiedades en Bs.As. los escribanos fueron autorizados a escriturar en bloques mientras a toda velocidad el Colegio de Escribano, escudándose en un Decreto especial, certificaba las operaciones, asentaba las escrituras, y obvio, facturaba. Luego, todos los escribas, junto con los componentes del Colegio de Escribanos y embolsados sus emolumentos, daban los tres hurras y partían alegremente para Aeroparque portando la documentación como si fuera la copa del mundial.
Los socios de Jacobo hacían lo propio para Ezeiza llevando los correspondientes certificados de escritura repartidos equitativamente y dejando su óbolo en la alcancía del Presidente.
En la Casa Rosada no quedó nadie. Jacobo y yo mirábamos desde los balcones un Bs.As. vacío. Tan sólo quedaba un piquete que, despistado, seguía batiendo el parche en medio de Plaza de Mayo molestando a las palomas y a un par de jubilados que les echaban granos de maíz con total despreocupación.
- Sr. Presidente – dije respetuosamente – ¿Me podría explicar que ha sucedido? La intriga me mata.
- Y lo va a matar el meteorito sino tomamos nuestro helicóptero urgentemente. Ahí le explicaré.
Sobrevolamos una desolada Bs.As. y Jacobo mirándome con una sonrisa soñadora explicó:
- Sejo. Ya que la lluvia torrencial es imparable, estamos juntando agua.
- No entiendo.
- Le explico, querido y fiel amigo: la última información es que el golpe será sobre la Torre de los Ingleses. ¡Ah!, entre paréntesis: decidí devolverle su nombre original para no ofender a los ingleses. Estuve tentado de nominarla como Torre de Jacobo, pero hubiera sido demasiado obvio – sonrío dulce y asquerosamente y prosiguió con las explicaciones:
- He sentido que mi deber era preservar los valores inmobiliarios de Bs.As. ya que cuando trascendió la inminencia de la tragedia todo el mundo salió a vender sus propiedades. Así que compramos todo a valor de los terrenos descontando los costos de limpieza. Yo, por razones sentimentales me quedé con todos los terrenos alrededor de la Torre de los Ingleses incluyendo Retiro. Sabe, yo, de joven, era muy feliz en el Parque Japones instalado en ese lugar. Nostalgia…comprende.
Asentí impaciente para no escuchar más hipocresías y seguí esperando el resto de la historia.
- Sejo, si se cumplen las previsiones de los científicos, medio Bs. As. quedará hecho pelota, con perdón de la expresión. Así que los nuevos propietarios deberán enfrentar los costos de reconstrucción para que la Patria no pierda un patrimonio tan importante. Yo, por ejemplo, voy a reconstruir la Torre y el edificio Cavanagh y veré como queda Puerto Madero. Me sacrificaré, Sejo, ¡ qué le voy ha hacer!.
Seguíamos sobrevolando Bs.As. en un círculo a varios kilómetros del lugar del impacto ya que Jacobo no se quería perder el fenómeno y además había vendido los derechos de filmación. En ese momento uno de los pilotos nos informó que había una comunicación para el Presidente. Jacobo se calzó los auriculares y escuchó durante unos minutos, hizo algunas preguntas, asintió.
- Me informan de algo extraño Sejo. El meteorito ha entrado en la atmosfera terrestre pero a una velocidad muy reducida. Se lo puede observar envuelto en una nube de humo y llamas, pero entero. Veamos.
Maniobró con la enorme computadora de a bordo hasta que obtuvimos una visión perfecta del meteorito. Seguía en su rumbo reduciendo la velocidad mientras el fuego y el humo desaparecían y se definían los detalles: una inmensa bola roja con facetas que la hacían parecer una pelota de futbol de cuero monstruosa cayendo lentamente a través de un cielo inefable.
- ¿ Qué es esto, Sejo? – musitó Jacobo con voz trémula.
- No sé, Don Jacobo, pero no es un meteorito. Espero que no sea otra de los “parahumanos”.
- ¡Calle, por Dios! No convoque a los demonios – gritó alarmado.
El meteoro era sin duda una nave tripulada. Ahora la veíamos a simple vista: descendía lenta e inexorablemente directamente hacia la Torre de los Ingleses. Escuche un grito de sorpresa de Jacobo:
- Está abriendo una porta en su parte baja.
Así era, varios gajos de la “pelota de futbol roja” se abrían como una flor. Ahora la nave estaba casi detenida sobre la Torre de los Ingleses. Jacobo suspiró tomándose el pecho como si,- si tuviera corazón - fuera a sufrir un infarto y dijo:
- Espero que no haga lo que sospecho.
Así era, sin embargo. La bola roja bajó lentamente introduciendo por la abertura a la Torre, sin tocarla. Se posó suavemente en el suelo hasta que el edificio desapareció en su interior. Varios brazos con inmensas palas mecánicas surgieron en un segundo y se hundieron en la tierra alrededor de la base del monumento. Luego, lentamente se retrajeron tragándose completamente todo el edificio. Se cerró la porta y la esfera se iluminó iniciando el ascenso. Atrás quedaba un inmenso pozo y algo de polvo que se asentaba en cámara lenta. La nave tomó paulatinamente velocidad y se perdió silenciosa y discretamente en el cielo.
- Se la llevó, Sejo.
- Si Don Jacobo. Limpita. Pero,¿ para qué?. ¿Qué pueden hacer con ella?.
- Muchacho, qué otra cosa que venderla en algún planeta remoto. Ahí me madrugaron. A mi ni se me pasó por la cabeza.
- Evidentemente hay otros Jacobo Zim en el vasto universo – comenté con sorna.
- Bueno, m´hijo, al menos sólo tendré que gastar en reconstruir la Torre, pero el resto me quedó enterito y seamos sinceros, muy baratito. Sabe Sejo, estas invasiones comienzan a ser redituables.
F I N
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