Hace años reposaba plácidamente en su mansión palaciega, los síntomas de su recién superado Síndrome de Moebius eran poco visibles y sin embargo se abstenía de recibir visitas ajenas de su ya escaso círculo de amigos, quienes apenas le dejaban entrever a su ojo omnisciente algunos rumores inespecíficos, que Él los trataba con auténtica gracia, tan solo como una molestia leve, acaso una especie de soplo ventricular.
Hacía varios siglos, exhibió su poderío de auténtico Rey y ordenó enviar -haciendo gala de su clásico nepotismo- a su hijo más reposado a lidiar contra romanos. Pero sus trucos y efectos especiales fueron perdiendo poder, debido a que durante varias décadas los profetas no lograron figurar en titulares y esto se sumó a la escandalosa quiebra de sus empresas monacales de manuscritos con bellas caligrafías y sermones engañosos, las cuales fueron irremediablemente condenadas al olvido, bajo el ruido ostentoso de los linotipos y las redes de telegrafistas.
Ah, eran adorables las épocas, cuando una orden suya podía voltear el dedo justiciero del emperador Flavio Marciano, quien más tarde en pago del favor, obtendría el titulo de santo ortodoxo, -además de que se comprometió a respetar el voto de castidad de su esposa Pulquería - y salvar al cristiano suplicante en el último instante, mientras que de la cadena halaban al león.
Su influencia después del tercer apocalipsis nuclear, era prácticamente inútil, los pocos fieles que aun creíamos en su poder irreal y supranatural, fuimos derivados a una pequeña oficina de servicio al cliente, que escuchaba pero jamás tramitaba ninguna suplica. No obstante, yo aun guardaba esperanza, pues tenía en mi poder una carta que mi madre me reveló, cuando de una preciosa cartera nacarada, extrajo una auténtica recomendación expresa del altísimo.
Llevo incontables días esperándole en esta silla de cuero capitoneado; he golpeado un par de veces, porque me resisto a creer que nadie atienda mi llamado, así que como último recurso desesperado he empujado el sobre bajo la puerta, esperen un momento, ¡alguien viene!, escucho un aleteo de pasos.
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