Como un enfermo imaginario
se condena en su pavor el Ego,
cautivo en una maraña oscura,
en el último viaje de los sentidos
sin necesidad de las palabras,
pérdida ya la identidad sin motivos.
No es el miedo a despertar el ángel
de las muchas cosas insondables
quien lo acosa, sino el preludio
de un amanecer azul marino
y la presencia de un rumor vital
que hostiga: ¿como has llegado aquí?
Lágrimas, palabras, anestesia, olvido,
nada basta, allá, en su sentencia.
Dramático e increíble el ¿por qué?
en siete segundos cruza el límite
y en el crepúsculo, una y otra vez
lo agenda en verdades complicadas.
Hasta que sobreponiéndose, saluda:
“Ahora que te vas, ¿crees que desvarío?”
Si así es, mi opacidad es un despertar
a las grandes alamedas de sus ojos,
al dulce frescor de luna en su marino beso,
al manuscrito de sus dedos en mi espalda,
al ideal de los pájaros de su risa de frijol,
a la procesión con que la flauta de su canto,
me arranca del reflejo inmóvil del espejo.
Y mirando los extraños festones de su piel,
retorna a la normalidad de sus facultades idas
para que todo su Yo, repose embriagador
en el celaje de marioneta de sus manos
y por ellas conducido, alcance el clímax
al escucharle decir… estaré contigo. |