Cuando trato de ver detrás de las sombras
y detrás de toda incertidumbre,
cuando detrás de todo no hay muchas cosas
ni silencios ni recuerdos, ni memorias:
solo el silencio, solo la tentativa.
Porque siempre me culpe por no perdonarme,
porque siempre me perdone por no culparme
las viejas cosas, las viejas sensaciones,
lo que el tiempo me escupió a la cara
y lo que la vida me robo por ser una puta vida traidora.
O tal vez porque siempre he cargado otras cosas,
otras sensaciones, que no, no eres tú,
porque otras cosas siempre ocultaron las sombras
y las que no eran tú siempre fueron una mentira
o siempre fueron una tentativa de infinito.
Porque no quise detener el tiempo
y porque no quisiste retener otros tiempos,
porque siempre fue algo más allá,
todo siempre fue un más allá de posibilidades
que me entretuve en pensar sin atreverme a vivir.
No, no es nada de la vida, ni la muerte;
no es nada de la repetición, no es nada de la necedad
de sobrevivirme, una y otra vez,
nada de la necesidad de sentir una y otra vez,
hasta que uno encuentra una puerta que es una salida.
No, no es eso, no es la incesante manera de tratar
con el subconsciente, de buscar engañarle
y dejar que se deje llevar a otros escondites,
que nos ha logrado engañar, que nos ha insinuado:
porque toda la necesidad de vivir es una insinuación.
Y tras eso, sin la menor necesidad pensarlo todo,
y esconderlo todo en un viejo baúl “sin fondo”,
en un viejo precipicio que nos intenta atraer,
escondernos, esconder que al final siempre sentimos
que el absurdo era una eterna escusa de fugarnos.
Porque tal vez detrás de las sombras, detrás de todo,
detrás de las viejas infinitas puertas, detrás del todo,
de ese todo que lo une todo, hay una respuesta absurda
y tan inocente, tan leve y delgada, como la línea de la vida
que lo responde todo, que lo enseña todo.
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