Niño que estás enfermo, niño que no te puedes curar, cierra tus ojos y empieza ahora a soñar.
Niño que la oscuridad te envuelve metidito entre las sabanas de tu cama, abres tu ojos de pronto e incorporándote ves delante de tí un alma.
Te mira y te sonríe y tu sabes porque, es alguien que conoces, es alguien que te viene a recoger.
Vuelves a recostarte y cierras de nuevo los ojos, y esta vez, sabes que no los abrirás más.
A tu lado hay ahora una sombra, una sombra que pasa su mano por encima de tí, una mano que va quitándote el último aliento de tu respirar.
Sales de tu cuerpo y te acercas discreto a quien conoces, te indica el camino y lo sigues con seguridad.
Desde tu habitación te vas moviendo por toda la casa, pides un deseo, un último deseo antes de desaparecer.
Quién de la mano te lleva, asiente y te deja un momento en libertad, quieres llegar hasta dónde tus padres duermen, decirles hasta luego, pues sabes que pronto junto a ellos volverás.
Los besas a ambos y de su cama te separas, retornando para dar la mano a quién con paciencia te espera.
Niño que flotas y que con tu viaje a un mundo de luz llegarás, tu muerte fué dulce, pues estuvo envuelta en un sueño, en un sueño profundo en el que no te pudiste enterar.
Tus padres mañana sin vida te encontrarán, pero nunca sabrán que tú entre medias de ellos todavía andarás.

Escrito por Carlos Them.

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