Alberto estaba sentado en su sillón, y veía por la ventana hilvanando pensamientos sobre las imágenes que se formaban. Es común en los días de lluvia hacerlo, ver sobre las calles empapadas cómo se derriten los autos o personas, los colores grises y la aceleración de todo allá afuera. Fue por eso que tanto le llamó la atención aquel viejo, barbudo de cabellos blancos y saco roto, caminando como ajeno al panorama. Primero en una esquina removiendo unas piedritas que ahí se encontraban, las miraba absorto, las estudiaba. Se deshacía de algunas y se guardaba otras. Así estuvo por un periodo de media hora, la gente que cruzaba a su lado o por la otra vereda simplemente parecía no advertirlo, más preocupados por evitar mojarse o no pisar en falso. Su siguiente paso fue cortar hojas de algunos árboles, pero no cualquier hoja, las seleccionaba con alguna especie de lógica imperceptible a la vista. Algunas incluían ramas otras no y así iba llenando sus bolsillos. Por momentos parecía enfurecerse cuando no encontraba lo que quería. Pataleaba, movía los labios o gesticulaba histriónicamente, y con esa misma efusividad parecía alegrarse cuando daba con sus objetivos. De repente pareció quedarse en blanco, miró al suelo, luego al cielo, acarició con su mano derecha su larga barba blanca y por último decidió al parecer ir a sentarse bajo un techito donde tenía una gran bolsa negra con objetos que Alberto no alcanzaba a ver desde su ventana. Sacó una libreta muy vieja y una lapicera y al juzgar por su movimiento tachaba y anotaba en ella, mientras prendía un cigarrillo. Luego sacó una de las piedras de su bolsillo y se quedó mirándola y levantó la vista, la fijó en un punto del árbol del cual antes arrancaba hojas, se acercó a él con la piedra en la mano, el cigarrillo se apagó en su boca cuando salió del techito, rodeó el tronco dando la espalda a la calle. Extendió su mano derecha hacia una hoja que a simple vista nada tenia en particular. Con la piedra en la mano izquierda parecía compararlas, como cuando alguien tiene dos piezas que unidas forman algo distinto, pero no se está seguro si son ellas realmente. ¡Cuidado! Gritó Alberto desde la ventana, el viejo no dio ningún indicio de haber escuchado y un veloz auto moderno lo empapó al pasar a su lado, haciendo que el anciano suelte la piedra, lanzándose de cabeza a los charcos a buscarla un instante después, revolvía desesperado las pequeñas y mugrosas lagunas formadas por la lluvia con una evidente furia en su rostro. Más de media hora había pasado y el viejo revolvía y revolvía los charcos con la triste luz de la calle iluminándolo, transcurso de tiempo en el cual habían pasado dos o tres autos sin que el los advirtiese bañándolo con las aguas sucias, pero él sólo se ocupaba de buscar. Alberto indignado por la mala suerte del hombre decidió buscar su linterna, botas y piloto y ayudarlo en tan noble tarea. La linterna al lado de la mesa de luz, pero las botas y el piloto parecían haber desaparecido, pasaron unos minutos y presa de la ansiedad y la desesperación decidió salir sin estos. Corrió hacia la puerta con la linterna en la mano y la abrió. Dio unos pasos hacia delante, suficiente para terminar absolutamente mojado y notar con suma tristeza que el viejo no estaba más, se habían ido él y sus cosas. Corrió hacia la esquina, miró hacia todos lados y nada vio. Ni siquiera el auto que a toda velocidad pasó empapándolo con la sucia agua de la calle.
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