La tarde ha caído y la noche, impasible, se abre paso con su manto inerte sobre la humanidad, en un degradé de tintes oscuros que todo lo cubren y nos obligan a encontrarnos el alma a puro tacto. Parece que hoy, todos anduvieran quietos, parece que la energía, agotada, ha menguado su titileo constante, me pregunto ¿Cuántos permanecerán vivos aun? Y es, entonces, cuando, por entre el silencio de mis ojos te apareces como un fantasma imaginario, como una ilusión óptica bastarda engendrada en mi memoria pagana, como una onda incontrolable que desemboca en la comisura de mis labios, que inexplicablemente comienzan a rezar tu nombre, me he dejado de mi al arrojo de mi corazón suicida, como un ente condenado en el día del juicio final. Una sucesión de espasmos encauzan el transe de mi organismo, que se desintegra en su totalidad. Tocándome por dentro, me pregunto ¿Es esta la curvatura exagerada de mis ojos donde intenté eternizarte en los primeros segundos del amanecer? ¿Es esta mi anca lacerante que cayo al suelo vencida por el peso de tu ruin musculatura? ¿Son estas, y todas, las partes mías que, al igual, siguen mencionándote en cada uno de sus elementos? Todos permanecen, aun aquí, como fieles testigos de tu inconsistencia… esperan, sólo esperan, el viento helado que antecede la impronta de la muerte. |