La campana suena estando listo yo desde el comienzo de la última clase. No entendí nada de la materia nueva en matemáticas (como si fuera cosa nueva), ni programé el panorama para el ansiado fin de semana. Solo tengo una cosa en mente; Ella.
He esperado este momento desde su mensaje de texto. ‘‘¿Por qué cada minuto parece un día?’’. Dejo mi cotona (Siendo que los viernes las cotonas se llevan a las casas). Salgo corriendo, no hay tiempo para despedirse de los compañeros. Llego a la puerta principal del colegio, que para variar los días viernes está repleta de niños queriendo huir del establecimiento que nos prepara el futuro, nos enseña el pasado, y nos arruina el presente. Sin importarme alguna regla de cortesía, me abalanzo a la salida empujando a quien se me interponga y comienzo a correr. Corro, corro y sigo corriendo, como nunca antes con tanta ansiedad y adrenalina, aún con el incómodo uniforme, los zapatos y el bolso que casi volaba aferrado a mi pecho empapado por la emoción.
Llego al primer semáforo. “Chuuu…”. Cambia a luz roja cuando mis pies se acercan al paso. Espero, espero y cambia a luz verde tras unos treinta segundos de larga e infinita espera. Soy el primero en cruzar. Continúo corriendo, atravesando el centro comercial, un nuevo semáforo, esquivando gente y chocando con otros, ignorando a los conocidos de la ciudad que me saludan, con la meta de llegar a la plaza municipal a toda costa.
Voy llegando. Piso la plaza, jadeante, con el sudor corriendo a través de mi frente. El cosquilleo en mi estómago anuncia lo que ya se. ‘'¿Dónde está, dónde está, dónde esta?’’. Debo descubrir por que me pidió que nos viéramos.
Los ‘‘skaters’’ transitan imparables a través del asfalto, dando saltos y acrobacias, ciclistas, transeúntes, ancianos en las bancas, Pentecostáles predicando, niños en triciclos, bailarines de ‘‘Break Dance’’. Me detengo sobre un angosto cuadro de cemento en la acera. La busco entre los escolares, recostados algunos sobre el césped de la plaza alguna vez bella. Algunos con cigarrillos en sus bocas, otros caminando por el centro de reunión de la juventud estudiantil, pero no logro hallarla entre las faldas y ‘‘jampers’’ que transitan en las cercanías.
En mi ansiedad exploro la posibilidad de una llamada a su celular, pero alguien toca mi hombro. Me volteo. Es ella.
- Ho…hola.- digo yo tartamudeando, esperando un beso.
- Hola.- responde ella.
- ¿Cómo estás?- pregunto, aún esperando mi beso.
- Emmm, bien…oye, tengo… - Una prolongada vocal “o” queda en mi mente, sin permitirme poner atención a las oraciones que proseguían - tengo que decirte algo – no emito sonido alguno, tan solo esperaba que terminara de hablar, pues seguía en trance por su tartamudeo.
Ella era vergonzosa, pero nunca la había oído enredarse así. Bajó la mirada, estaba nerviosa, cosa que ya había distinguido, pero ahora aumentaba.
– Emmm, quie… quiero pedirte disculpas, yo… es decir… - vuelvo en mi. – No te amo…- termina por decir – fue solo un impulso… no quiero ser mas que tu amiga.
No logro asumir las últimas palabras expulsadas de su boca, sin poder creerlo yo…
Me despierto acelerado, sudado, agitado y asustado. ‘‘¿Era un sueño?’’. Si, todo fue un sueño, aún son las seis a.m. del viernes, pero… hoy tengo que ir a juntarme con ella a la plaza y, este sueño, ruego que no sea una premonición o algo así. ”Dios mío ¿qué es esto?, una premonición… ¿de qué?, es imposible’’. Pero no logro convencerme de nada, de la imposibilidad de un futuro como ese. Sin llegar a un consenso conmigo mismo decido que será mejor levantarme, así que inicio la rutina de cada día. Una ducha, me visto, un rápido desayuno y parto al colegio.
Llego al colegio, a la sala de clases, saludo a mis amigos y me siento a esperar con un nudo en mi estomago y mi mente atestada de ideas, repitiendo el reciente sueño una y otra vez. Poco a poco la sala empieza a llenarse de mis compañeros. Empieza el griterío típico de un aula de clases. Vuelan las vulgaridades, los chistes, los sobrenombres, las bolas de papel y las risas, hasta que comienza la primera clase… que tarda al menos quince minutos y un reto de la profesora, disgustada por el desorden de la clase. Miro la hora, y apenas son las 08:17 a.m.
No tomo atención de la clase de Filosofía, como en mi sueño, ni en Taller de lenguaje, donde la profesora me llama la atención por no responder una mísera pregunta de Literatura Hispánica. La clase de Inglés me parecía como nunca más interminable, siendo que es uno de mis fuertes. “¡Dios!”. Clase de Matemáticas, la peor en toda mi vida, los cuarenta y cinco minutos más largos de toda mi vida. El día de clases más corto de la semana se ha vuelto el más largo de mi vida.
Todo parecía un “Deja-vu”, repitiéndose las palabras de mis compañeros, las respuestas de la “matea” del curso, las insistentes vendedoras de otros cursos, todo, pero faltaba que se cumpliese el hecho más importante. Mi mente no lograba conciliar la paz durante ningún segundo. Pienso. No puedo detenerme. Pienso y pienso en las posibilidades, lo que fue y lo que será… hasta que… ‘‘Y si fuera real… entonces… ¡ya lo sé!’’.
La campana suena, y yo… no estoy listo. Me dirijo hasta mis compañeros, planeo el panorama para el esperado fin de semana. Aún sigo nervioso, no estoy seguro de que todo salga como pareciera o quisiera que salga, pero no tengo otra opción. Guardo mi capa en la mochila recordando que me la tengo que llevar los viernes y salgo de la sala, despidiéndome de algunos compañeros.
Llego caminando a un paso algo acelerado a la puerta del colegio. Si, está llena de niños perturbados, todos apretujados tratando de salir, pero esta vez mantengo la cordialidad y tuve complacencia por los otros, dejo salir a las mujeres primero y en cuanto me es permitido, salgo de inmediato, pero no corro.
Siento mi corazón latir rápidamente ansiedad se muestra nuevamente en mi rostro, al parecer algo pálido, nervioso, por ella y lo que ha de acontecer. A la distancia veo como el semáforo cambia rojo, pero al llegar yo, la luz se torna verde y logro atravesar sin detenerme. Avanzo tranquilamente y paso por el centro comercial, luego llego al segundo semáforo, tras una caminata acelerada, pero no agotadora. Éste está en rojo. Sólo un minuto de espera en el que comienzo a sentir un poco de prisa. Luz verde, retomo el paso y saludo a algunos conocidos de por ahí.
Avanzo hasta llegar. Piso la plaza, recordando el sueño de la noche ya pasada.
Comienzo nuevamente a buscarla con la mirada, pero la veo. Avanzo lentamente hacia ella. Siento el mismo cosquilleo en mi estómago, aún sé de qué se trata, pero ahora…recuerdo el por qué de esto…
Ya va una semana desde la última vez que nos vimos, en esa coincidencia de encontrarnos en la casa de un amigo en común. Yo la había conocido hace un año, cuando éramos vecinos de un barrio pobre de la ciudad. Siempre hubo algo especial. Cuando me mudé, hace un par de meses, decidimos seguir en contacto. Y así fue durante unas semanas, pero luego, por razones que Dios sabrá, nos distanciamos… hasta el sábado anterior, cuando me hallaba sentado, reflexivo, sobre una de las sillas, bebiendo una gaseosa barata, mirando por la ventana que daba un día gris, la veo entrar por la puerta de la casa de mi amigo. ‘‘¿Ah?’’, fue la única expresión que salió de mi boca cuando sonrió, también impresionada por mi presencia.
Estará de más decir que el curso de la reunión cambió rotundamente. Nos reímos, conversamos, y nos mantuvimos juntos, casi olvidando al anfitrión y los otros invitados. Luego fui a dejarla al paradero del micro, como un buen caballero. Hubo un momento de silencio. Nos miramos, como si nunca nos hubiéramos visto antes. Y su micro salió al paso. ‘‘Ahí viene mi micro, me voy’’, dijo. Pero no podía irse invicta, así que cuando se volteaba, tomé su mano, su cintura, y la besé. Ella no se negó. Un beso que duró unos hermosos segundos, casi como si el mundo se hubiera detenido, un momento suspendido en el tiempo inexistente. Poco a poco nos separamos, lentamente, para no olvidar el calor del otro en ese día gris. No hubo más palabras, no eran necesarias, nuestros labios se contaron nuestros secretos, y eso bastaba para ambos. Ella partió, tomó el micro, y yo la observé. Diez minutos parado como imbecil, sin poder reaccionar a mi enamoramiento…
Pasado ese hecho transcurrieron los días, donde soñaba despierto con ella, con su beso (o mi beso, da igual), hasta el jueves, cuando inesperadamente recibo un mensaje de texto de su parte. Ella pedía que nos viéramos el viernes (es decir hoy) en la plaza municipal, después de clase. Y aquí estoy.
Está parada sobre un angosto cuadrado de cemento en la plaza, se mueve, se tambalea, nerviosa y me busca con la mirada a través de los blazers, las camisa y las corbatas, pero no me encuentra. Camino lentamente, inseguro, nervioso, asustado, recordando el dolor de un corazón roto, recientemente, en mi sueño.
‘‘Skaters’’, niños en triciclo. Yo me voy acercando más a ella, y aún no me ha ve. La observo, con su jamper, la mochila sostenida por su brazo izquierdo, con sus cabellos al aire, las pecas en su rostro, sus ojos oscuros brillando a un potente sol, y su mano derecha en la boca, mordiéndose las uñas.
- Ho…hola.- ahora soy yo el que tartamudea sin esperar un beso.
- Hola- me saluda con una sonrisa nerviosa y un beso en la mejilla.
Nos miramos, con sus ojos clavados en los míos, casi leyendo mis pensamientos. Otro momento suspendido en el tiempo. Todo se detiene, los “skaters”, los niños, sus madres, los escolares y sus humaradas de tabaco, alquitrán y nicotina. Nadie hace ruido, pues todos esperan mi guión. Todos esperan que yo diga…
- No te amo. |