Me siento un alma perdida,
dudo de ser inteligente hombre,
y me invade el corazón
un sentimiento sospechoso,
cuando no veo grietas de la realidad
en ningún botón del control remoto.
La explicación, sin nada más,
está en el adiestramiento
que, sin introspección,
mete en nuestra vida
de manera discordante
esa histeria volátil en blanco
que, como un juguete, nos lleva
a algo así como la soledad.
Como una novela eterna
o un examen que pasar,
la tele con sus estaciones
trasgrede nuestra naturaleza.
Antes, ahora y después,
nos muestra escenas
de amantes, viajes, muerte,
gemidos, celos o noticias,
como si con ellas lográramos
los placeres de la contemplación.
Me aburre esa idiotizante nada.
El problema es que el niño abstracto
y el hombre táctil tienen en común
por ombligo, la televisión. |