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Para el hombre moderno Marcel Peleche estuvo loco de remate, pero el vivir en París y ser su locura extravagante le hizo un personaje célebre.
Su “fotografía fija” o “sutil” forma parte de las colecciones de espiritistas y amantes de lo raro. Decía Marcel que la mayoría de las cosas de este mundo estaban a salvo de nuestra obtusa percepción, que los sentidos eran pocos para los infinitos seres de la naturaleza, que sólo se ve lo que se conoce y que por eso el mundo es tan ignorante.
El tiempo era uno de los fenómenos que no podíamos percibir más que indirectamente. Le gustaba detenerse en las conversaciones de borrachos para escribir cosas como:

“El tiempo pasa y nosotros lo vivimos como transcurso, identificado con el devenir estamos encadenados a él por nuestra propia grosería. Los seres sutiles están libres de este apego. Son eternos y se mueven por el tiempo sin envejecer ni un día. Tenemos demasiado miedo de la muerte para librarnos de su soga. Existen seres tan sutiles que se escabullen en el transcurso de un pestañeo, seres tan permanentes que son invisibles a nuestra vista, acostumbrada a distinguir tan sólo diferencias, seres tan quietos que se confunden con el paisaje, como si estuvieran cubiertos por lianas. ¿Cómo verías una estatua que da un paso cada mil años?”

Es célebre por su “Fotografía de un Eonante” Colocó una cámara con una “emulsión vaga”, apenas sensible a la luz -y una “apertura de diafragma del tamaño del pinchazo de un alfiler”- en la plaza de l’Hôtel-de-Ville enfocada a donde se expusieron los condenados célebres del antiguo régimen, cuando la plaza se llamaba de Grève. Allí permaneció hasta que fue olvidada por la mayoría y tomada como parte de la parafernalia del mobiliario urbano. A los catorce años, ya enfermo, Marcel reveló el negativo de su invención obteniendo una fotografía en la que se distinguía como una sombra en la niebla cuya silueta era de un ser dotado de algo parecido a alas en las orejas y pies. Le llamó Eonante. Dijo de él:
“Cada paso, dijo, de este ser, es un siglo. Como nosotros vemos el paisaje cambiar en nuestros paseos, él ve el mundo cambiar en los suyos. Un paso atrás vio los condenados colgados en el Patíbulo de Montfaucon, un paso adelante verá los cielos de París cubiertos de máquinas volantes, otro paso y las estrellas caerán, verá el fin de este mundo y el comienzo del otro como nosotros vemos el anochecer y el posterior amanecer”.

Texto agregado el 09-05-2011, y leído por 175 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-05-2011 ¿Y las siguientes 2 mil palabras que le faltan a esto? Aristidemo
09-05-2011 Iiiiiiiiiiiiiiii, muy bueno, lo tenía todo pero me faltó un final más contundente. Genial ambientación. Egon
 
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