Cuando trabajo en el restaurant muchas ideas brotan, estoy segura que mejorarè con el pasar del tiempo y además que las hojas que siempre caen en la azotea, las recogererè con mayor diligencia el próximo veinte de mayo, pero no es la razón de las hojas o los platos que lavo seis veces a la semana, lo que causa esta sensación de fantasía en un restaurant, que ya tiene un gran lugar en mí.
Este lugar se asemeja a sentimientos y comportamientos particulares, con una señora Rina que inventa el paso piqueando cada pedacito de pizza y saboreando la focaccia con delicadeza, su templanza y el humor ligero al mezclar una lisura en medio de un no saber decir nada a nadie, es simplemente un suspiro por continuar la existencia.
Porque el alma sabe pecar en soledad, imaginando de todo un poco y recordando cuan grande pueden ser nuestros sueños o tan pequeñas nuestras inquietudes.
El sábado cuando fui a buscar trabajo, viendo el mar corto, profundo, vacío, conseguí arrancar la atención y focalizarme, despuès de tanto tiempo, en encontrar trabajo, solicitè a diez u once locales su atención y seis apoyaron mi propuesta de dejar el curriculum.
Despuès en medio de la avenida, intentando buscar el camino correcto hacia el trabajo, la señora Rina en la puerta, dando paseitos sola me obliga a pensar en una soledad similar, la de "marcho" mi abuelo, que en sus mejores èpocas, presionado por el destino, convierte sus días, dizque inútiles en aventuras diarias y constantes, no se deja abandonar en siestitas ni mucho menos en conversaciones grupales, más bien, sin que haga escándolo y averigue la opinión del otro de su comportamiento, comienza a explorar una avenida larga y comprometedora, luego las plazas y de esta manera frequente los más extenuosos detalles de lo que más tarde llamaría, tiempo perdido, o soledad encausada.
Una soledad no mata atmósferas, crea para bien o para mal, el paralelo de lo que queremos. |