Leyenda del lucero del alba
“Ana, la niña de las ovejas, despertaba con el primer canto de los gallos. Salía de su casa, cruzaba un monte de espinillos y llegaba a un arroyo. Allí, cerca del agua, solían pastar las ovejas. Ella descansaba a la sombra de un sauce, y después de la siesta volvía por el mismo camino.
Una mañana se durmieron los gallos. Cantaron cuando el sol brillaba en lo alto del cielo. Ana partió con las ovejas, atravesó el monte y descansó como siempre a orillas del arroyo. Al regresar, la noche le salió al encuentro. Se extravió en el monte de espinillos. Llamó a las ovejas por sus nombres, y de las ocho sólo acudieron seis. Faltaban dos, las más pequeñas: Nahel y Ruth.
-¡Nahel! ¡Ruth!
Pero las dos ovejas no podían oírla, estaban lejos, perdidas.
Y lloró amargamente.
Un niño escuchó el llanto y se encaminó al monte. Se escuchaban de él cosas maravillosas. Se decía que había nacido en un establo; que tres reyes salieron del Oriente para verlo y adorarlo; que una estrella les servía de guía, y al llegar los tres reyes al establo se quedó la estrella detenida, inmóvil, sobre la humilde cuna de hierbas y de pajas. Se decía también que el niño hablaba con los peces y las sirenas del mar y que ellos les contaban los secretos del agua; que todas las tardes subía a una colina y lo rodeaban los pájaros y las palomas; que donde él pisaba crecía una flor y que su palabra era como una música.
Cuando llegó al lado de Ana le preguntó:
-¿Por qué lloras?
-Porque se me perdieron dos ovejas, - respondió Ana.
-No llores –dijo el niño-.Las encontrarás.
-¿En dónde?
-Llámalas, y estarán a tu lado.
-¡Nahel! ¡Ruth!
Aún vibraba en el monte de espinillos la voz de la niña cuando dos ovejas pequeñas le besaban las manos. Eran la mismas, las que ella había visto nacer, que durmieron al calor de su pecho y bebieron en su regazo los primeros sorbos de leche.
-¡Han vuelto! – exclamó asombrada.
Y volvió a repetir:
-¡Han vuelto!.
Después se quedó pensativa. Caminó un trecho y dijo:
-Hoy me engañaron los gallos.
-¿Crees que los gallos pueden engañarte? –preguntó el niño.
-Sí – contestó-. Cantaron después que nació el día, y yo debo salir muy temprano y llevar mis ovejas a orillas del arroyo donde el pasto es tierno y jugoso. Tengo que salir antes de que nazca el día para estar de vuelta con las últimas luces de la tarde. Y son los gallos quienes me despiertan, y hoy me engañaron.
-Quizás se quedaron dormidos – explicó el niño.
-Ahora voy a tener miedo – se lamenta Ana-. Me acostaré pensando que los gallos pueden volver a dormirse, y entonces saldré más tarde con mis ovejas, y cuando regrese la noche me atajará en el monte y me perderé.
-No tengas miedo. Ya no se dormirán más los gallos.
La tomó de un brazo y caminaron juntos en silencio. Al llegar al arroyo dijo el niño señalando el agua:
-Una vez aquí se cayó una estrella. Voy a buscarla.
Ana esperó al pie de un árbol con sus ovejas. El niño bajó al arroyo y las aguas se abrieron para darle paso. Al regresar traía en las manos una estrella.
-Voy a arrojarla de nuevo al cielo –dijo.
Extendió los brazos y subió la estrella. Y en ese instante cantaron los gallos saludándola.
_¿Oyes? – dijo el niño, y agregó-:Todas las madrugadas le cantarán los gallos. Ya no podrán dormirse. ¿Comprendes?
Y así nació el Lucero del Alba"
Autor: Javier Villafañe, poeta, cuentista y, sobre todo, titiritero arg. contemporáneo. Del libro "Los sueños del sapo"
Es simple, tierna, infantil y sin mayores pretensiones, pero como todos tenemos alma de niño, vale para cualquiera, sin distinción de raza, credo, religión o nivel intelectual.
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