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(NOooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo oo oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo ooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo LEER, FALTA DEPURARLO)

ni yo puedo leerlo

El soladito de plomo (parte 3)

Lo realmente paradójico, es que siendo de plomo, me sienta como un flan. Y es tremendo tener la conciencia que podrías ver tus pedacitos esparcidos, desparramados más allá que tu sombra.

Yo creo que por eso tuve aquella pesadilla, pese a que en general no recuerdo mis sueños. Debo dormir como cualquier mortal, pero como jamás despierto en el preciso momento del visionado, al día siguiente no recuerdo nada y pareciera que no sueño.

Al dormir, no sabía que el sueño terminaría en pesadilla hasta que fue demasiado tarde, osea, igual que el fin de mi relación. Como todo lapsus onírico, lo irrelevante no aparece hasta que tiene un significado, y en un principio era sólo yo y ella, dibujados como siempre al estar juntos, como si soñara un bonito recuerdo de los de antes, con esos mimos comunes de ser pareja y la convicción que el azar nos premió presentándonos. Me gustaba creer que vivíamos con la sensación de ser los portadores de las únicas zapatillas con propulsión a chorro jamás creadas.

Sin embargo, una incomodidad iba cuajando en mi interior. En mi sueño me había convertido, literalmente, en un soldadito de flan. Y si bien gustoso permitía que ella untara su dedo en mi pecho y lo llevará a su boca, varias veces y tiernamente, condescendía porque todavía era un flan dulce. Ver su rostro alegre, de quien come un postre único, era gratificante. Incluso, comenzó a untarme con 2 dedos, luego con los 5. A besos. Mordiscos. Genial. Yo era un manjar.

Sin embargo las percepciones suelen cambiar. Yo creo que si bien al rato comencé a variar mi sabor, creo que seguía siendo el mismo flan con una similar presentación, y quizá ese fue el problema; ella siempre usó el mismo molde desde que nos conocimos, y en un principio le era suficiente, pero al final debió darse cuenta de mis defectos, debió darse cuenta que al desmoldarme nunca lograría ser la réplica de su molde, y se cansó de intentarlo, y perdió el apetito, la fe, y sin poder controlar el impulso creciente de seguir comiendo, siguió, como si estuviera obligada a seguir pese a dibujársele una leve mueca en el rostro, que finalmente no pudo disimular. Seguramente concluyó que iba a explotar y aunó su empeño en su último bocado, y esta vez, su mano completa, se hundió en mi pecho hasta que desapareció para volver a aparecer tras mi espalda. No me lo podía creer. Fue una bola rápida. Mi cara todavía estaba como si nada, sonriente, como si fuese la modeloca de un mago en el show en que le ensartan 7 sables. Luego retiró su brazo, dejándome un vacío; llevándose consigo una parte de mí, un puñado de expectativas futuras y mis ideales en migajas. Por supuesto, también borró mi estúpida sonrisa. Yo aún no me percataba que era una pesadilla, porque todavía no despertaba. Para mi desgracia mis miedos recién eran unos bebes, unos bebes gremlin bailando bajo la lluvia, y les faltaba multiplicarse y crecer y convertirse en niños para adoptar su crueldad característica. Entonces apareció harta gente desconocida al lado de ella, pero rodeándome. Esperando con la boca abierta que ella les convidara un dedo. Un dedo, embutido de mí, por persona. Dedos y bocas, lentamente saboreados. La veía disfrutar la situación. Su conducta me pareció irreconocible, pero era ella, mi bailarina, más feliz que nunca, celebrando con el resto el haberse liberado de un lastre de plomo. Con el último de todos los sujetos destellaba una intimidad especial, confirmada cuando ella sacó una cámara fotográfica y le hizo señas para que se ubicara detrás de mí. El sujeto, a mis espaldas, siguió las indicaciones y posó su rostro justo a la altura del forado que ella había dejado cuando me atravesó. Caí en la cuenta que yo era parte de la foto, como esas figuras de cholguan tamaño real con un agujero en lugar de cara y que suelen existir en zonas turísticas, para que la gente pose su rostro y se transforme en un lugareño autóctono gracias a una fotografía. Eso explicaba porque ahora tenía la cara de un imbécil en mi pecho, explicaba el por qué me ignoraba y porque ahora yo no existía; ella para mí, el amor de mi vida; yo para ella, era utilería. ¿Y el tipo nuevo? Mi remplazo.

La toma de la foto se prolongaba innecesariamente porque el sujeto no terminaba de sonreír lo suficiente, y comenzaron a bombardearse mutuamente con comentarios que parecían la mar de chistosos, que para mí no tenían ninguna gracia porque desconocía su significado. Fregaban, en mis narices, trozos de una complicidad que hacía creer que esta era una foto de muchas anteriores. Por fortuna, se les acabó la hilaridad y el sujeto dio con la sonrisa definitiva. Flash. Estoicamente contuve toda mi tristeza, ninguna lágrima destiñó mi estampa de soldadito de plomo y la fotografía sólo capturó mi inexistencia.

Al abrir los ojos tras el parpadeo del flash, vi sobre mí la cornisa de la ventana del 5° piso y más allá la noche estrellada; recordé que estaba postrado en el jardín exactamente en la misma posición tras haber saltado horas atrás. Había tenido una gran pesadilla, pero no sabía si era bueno o no, el haber despertado. No podría despertar 2 veces y estaba deshecho, incompleto, e igualmente sentía un imaginario forado en mi pecho. Además, en la realidad, no era tan valiente y mi pena desbordó. Lloré. Definitivamente, todavía era un soldadito de flan.

— ¡Pero que mierda te inyectaste! —Exclamó eufórico su piojo—. Bueno, por eso se les llama pesadillas. No es más que una posible realidad creada por tus miedos y vista desde el pesimismo más extremo. Preocúpate si empieces a ver eso cuando estés despierto y serás un celopata oficial.

— Pero a lo mejor ella está ahora con ese sujeto

— maldición, eres un celopata oficial.

continuará...

Texto agregado el 09-05-2011, y leído por 157 visitantes. (0 votos)


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