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Inicio / Cuenteros Locales / IsisEraEterna / YO QUIERO TANTO A JULIO

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Mi amor por Julio comenzó cuando lo escuché hablar sobre política en una entrevista que le hiciera aquella periodista catalana en 1983. ¡Vaya combinaciones absurdas se traía! Amaba a Fidel Castro (o al ordeñador de vacas), a Nicaragua con todos sus rusos dentro, se reía como un francés aburguesado y, cuando menos lo esperaba, me conmovió al recordar a Carol muerta. Su cara larga se entristeció y habló de Argentina súbitamente. Pronosticó la caída de los Generales. Inteligente. Aquella periodista catalana lo admiraba tanto como yo, y yo irremediablemente me moría de envidia. Me hubiera fascinado haberme llamado Mercedes o Cora, o Carol o Delia o Niágara, o en el último de los casos, Maga. Lo cierto era que nos encontrábamos frente al televisor, retozando con el frío inmundo de Madrid, y nada podía hacer por cambiar nada. Esa expresión tuya, Julio, tan cómica y audaz de ogro dulce y grande, extremadamente largo. Te sentí irresistible Julio, o quizás, te hicimos irresistible.
A través de tus palabras descubrí que también te encantaban los Cine Clubes. Que disfrutábamos ¡Ay Dios! de aquellas películas complicadísimas, viejas y desconocidas de europeos extraños, que decíamos entender y sublimar; tú las entendías, yo las sublimaba. Realmente encantadores eran tus ruiditos guturales, que se rehusaban a abandonar una lengua tan graciosa como el francés.
"Che, pibe, vos siempre hablaste español, ¿Por qué ahora venís con eso?" La periodista entendía de esas particularidades, así que pensaba sin comentarlo: "Más bien, un snobismo arraigado en la personalidad del intelectual, causante (allá en Buenos Aires) de miradas curiosas". Ja-Ja. En Latinoamérica fuiste el Halley, caído de allá arriba de donde vienen los hombres blancos-blancos, de cabellos rubios-rubios, y que huelen a caballo muerto cuando se bajan del barco.
Entonces, eso eras tú: un cortocircuito. Cortando al azar los gastados conceptos de los sabios conocidos (un tal Borges, por ejemplo); venido de allá en frente, asombrando a todos y levantándote los pantalones para no mojarte de mar; nada, ¡el bombazo!

II

No evadas, Julio; te han hecho una pregunta sobre los "Autonautas" y has ido a parar a las ruinas de Grecia, las que conociste un jueves de verano. ¿Qué por qué tanta exactitud? porque ahí te vimos por primera vez. Sí... el mismo grupo de ahora. Te señalamos con los ojos y tú ni cuenta te diste. Hablamos de ti, cerca de ti y tú ni cuenta. Fabbian había escuchado un lío que hubo con una de tus novelas, creo que "Premios"; un plagio o algo así, no preciso. En resumidas cuentas, fuiste reconocido por nuestra tribu, la auténtica urbanidad de latinos dispersos por toda Europa. Pero, Julio, nos intimidaste; y si tu memoria no te falla, nosotros ni siquiera te hablamos. Nos intimidó tu solemnidad ante esas cosas tan viejas, así que preferimos no espantar tus musas y nos marchamos, como siempre, con la botella de vino bajo el brazo. ¿Quién diría que veinte años después de ese encuentro aburrido de escritor desde lejos, te comenzaría a amar así, tan definitivamente...?

III

Mercedes, la catalana, te recordaba el ochenta por ciento de tus hazañas literarias y sociales, y -admítelo- te acomodaste en el plató, varias veces en tu sitio, por la poca costumbre a la verdad. Nos reímos. ¿Siempre fuiste tan tímido, Julio? No me contestes todavía, esperemos a que el opio se sitúe donde debe. Algunas personas que conozco atribuyen la timidez a la satisfacción de aparentar misterio. ¿Qué opinas? Prosigo. En Madrid hacía un frío apabullante, de esos que de sólo tiritar, agotan. El Canal de televisión, el primero y el programa "Buenas Noches". Estabas sentado junto a otros tres entrevistados: Terencio Meis, escritor; Miguel Boza y Ana Manuel Belén, ambos cantantes. Mercedes Milagros, la periodista, estaba alucinada contigo, pero sobre todo con Miguel. Ya sabes... cantante, sexy, extravagante, con esa imagen ambigua que enloquece a la prensa. Pero yo te preferí a ti; a tus manos largas, a tus intervenciones exageradamente acertadas, a tus ojos de padre sin hijos. Te preferí a ti, Julio, a pesar de que Ana Manuel lucía realmente encantadora. Visualicé en ese momento una escena: Tú y yo ( Bueno, más que escena... fantasía). Me encuentras a orillas del Sena caminando solo. Te acercas y me pides fuego. "Lo siento señor, no fumo". Continúo caminando, no te reconozco. Tú me llamas y me dices así de golpe, sin antecedentes: "Mira, lo único que quiero es que seas Rocamadour; la Lucía está impaciente y te espera". Entonces, de repente, me doy cuenta de quién eres y te abrazo; te digo, "adelante" y nos marchamos, indudablemente, conversando.

IV

Fue un momento tan cotidiano, sentados frente al televisor, un jueves por la noche, comiendo berberechos con galletas saladas, aceitunas negras y algo de vodka. Todo era tan material, tan mundano; la calefacción hacía un ruido loco de artefacto semi-descompuesto; Gina rebuscaba acné en la espalda de un Mariano, despreocupado, atendiendo a tus palabras sin prestar mucha atención. El vecino gabonés había armado un rollo por la huelga del metro y entre sus lamentos extraños sólo sobresalía la palabra Kus-Kus. Pero yo, frente al aparato, escuchaba atentamente cada una de tus ideas. Fue tan decisivo el flechazo que me propuse en ese momento saber qué había sido de tu vida desde 1960, cuando nos topamos accidentalmente en Atenas. Debo confesarte, Julio, que nunca me llamaste mucho la atención; mi ídolo y señor nuestro había sido, hasta ese momento, Pedro Páramo por su novela Juan Rulfo...

V
Desde pequeño imaginé el momento como algo distraído, casual y esperado, exquisito y fuerte. Sin embargo, fue a través de esa máquina iluminada, cargada de tubos con rayos catódicos, la que me produjo el malestar incomparable; ése saber que eras tú y no otra persona. ¿Por qué tardaste tanto, Julio? estaba a punto de regresar derrotado a mi país, diciéndole a mi padre: "Perdí mis mejores años, viejo. Ese no es un mundo fantástico y me hicieron sufrir, te equivocaste papá".
Comenzó -mi padre- a obsesionarme con la idea de partir. Anécdotas, sugerencias, citas de sucesos dignos de imitar. Tal vez haya sido el afán de que su único hijo gozara de aquella experiencia ineludible, propia de nuestra tradición familiar. En fin, que en el peor de los casos garantizaba independencia emocional. Desde entonces he elaborado tantas hipótesis...
Diez días después me encontraba en primera clase, vuelo turbulento, sofocado con la idea de ver y sentir; Europa. Eso era lo principal: la sensación, el roce. No casual, naturalmente. "Unas vacaciones, hijo, te harán bien". "Pero, papá, ya son casi tres años. En fin... recuerda que el mes próximo viajo a Grecia y el pasaporte oficial se me extravío; arregla eso, viejo. Hasta pronto".

VI

Te quise conocer personalmente. Quizás estrechar tu mano: "Es un placer, maestro". Quise averiguar tu itinerario, las personas que te conocían. Quise conocer al taxista que te llevaría de El Museo del Prado al parque del Retiro, a la mujer que te vendería castañas tibias o al joven caricaturista que te dibujaría en cinco minutos en el Paseo del Prado. Mi primer impulso fue tirarme a la calle, pero ya estaba muy entrada la noche y tú seguramente estarías dormido. Mencionaste algo sobre tu salud y la necesidad de no extralimitarte. Lo recordé. Entonces pensé en el Canal; pero no resultaría; esos tíos nunca daban esa clase de información y mucho menos sobre personalidades como tú. Lo mejor sería esperar. Y la noche era tan larga, dulcemente interminable, que me ayudó a trazar mi estrategia, basada en el rescate del gnomo; exactamente igual. Yo sería algo así como el Troll mayor (aunque no perverso), heroico y temerario.
Mencionaste a Petro, tu mesonero favorito del restaurante argentino "Los Estribos". Lo conocí y le di buena plata; se portó como todo un negociante, y gracias a él supe de tus escapadas solitarias al "Whiskie Jazz Club". ¿Por qué solitarias, Julio? me hubiera gustado acompañarte, aunque sólo hubiese sido como tu valé o tu chofer o la labor más insignificante que me hubieras asignado. Me lamenté en ese momento no saber un coño de Jazz ni de boxeo; me lamenté por no ser la persona más adecuada para quererte, aún con todos tus defectos... Y el tiempo no me permitió rectificar, ni siquiera por ti.

VII

Mi pasión eran las piruetas y malabares con cualquiera en cualquier momento. A decir verdad, no creo que disfrutásemos de las mismas cosas; tú, un intelectual sobrehumano; yo, un simple intento. He olvidado por completo qué fue lo que me atrajo de ti. No lo recuerdo, Julio, y ahora pienso en la posibilidad de brujería. No. Estoy seguro, no fue fetichismo... sólo simple y sustanciosa brujería pagada por no sé quién para retenerme aquí.
El imbécil lo etiquetó: "Uranismo. El tratamiento es largo y necesita tu absoluta disposición, de lo contrario la convicción de lo erróneo persistirá; de nada servirá que te obliguemos". El siquiatra parecía muy impresionado por la jerarquía de mi apellido y una y otra vez repetía términos médicos altisonantes para impresionar a mi padre. Pero no me convenció; y después de muchos años no consiguió sacar de mi cabeza la imagen de ese hombre grande, adornado de una hermosa barba, y con ojos envidiables por la falta de hijos.
¿Cuál fue el escritor que dijo que habían estrellas gordas, hinchadas de tanta noche ? ¿Lo sabes, Julio... lo recuerdas? Sí, sé que lo sabes. Pues yo soy una de esas; y ahora que has muerto, tú eres la noche...

FIN

Texto agregado el 15-07-2004, y leído por 397 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
14-05-2005 Esta bueno, pero no tienes ni idea de lo que es un monologo jeckill
10-02-2005 Me gustó mucho tu ironica narrativa inteligentemente expresada, ¡felicitaciones! jordanvenceli
07-02-2005 Y por qué están tan lejos, verdad? No encuentro palabras adecuadas para expresarlo. Me quito el sombrero, bravo! raulsegrob
19-01-2005 por primera vez leo algo que me deja sin palabras!!! Esta increiblemente bello!!! me encanto. t felicito... yussi
22-10-2004 Me ha gustado mucho. Felicidades! Nicodemus
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