Si llego a los sesenta, cantarán palomas,
alegres, entre eucaliptos y salvias.
Un espejo cóncavo me mostrará la belleza
de un mundo de espuma.
En el ropero de un baño, Marylin,
(desaparecida lógicamente),
me regalará el último amanecer
como mi amante princesa.
Iniciaré un viaje naif a mí mismo,
escribiré el diario de amor y odio,
la crónica del psicópata del teléfono,
(que no acabará aquí seguramente)
Ordenaré conquistar Paris, mujer,
para que tu infidelidad sea bendita.
Así, con tu amante se verán a las nueve,
dándose, sin penas, el segundo beso.
Bicicleteando la galaxia esperaré,
oculto entre la sombra y la luz,
que llegue el vergel del edén, tu.
En tanto, veré, con manchas en la vista,
a los grillos saltando en soledad.
Porque a los sesenta de nuevo se nace
y no queda otra que pasar el examen y amén. |