Rosa hace treinta años que trabaja incansablemente doblando ropa ajena.
Planchando uniformes, de médicos anestesiólogos, ambos, pantalones y chaquetas.
La pila es más alta que ella, que es pequeñita, dulce exquisitamente tierna y pudorosa.
Del country, muy renombrado, donde trabajaba por unos pocos pesos, para que la dueña se hiciera las liposucciones debidas y jugara al tenis con las damas de la sociedad, de ahora y de antes, donde se reúnen las viudas de los jueves, la injuriaron mucho.
Quizás porque no escondieron bien los dólares, no los encontraron , quizás sus ambiciones de riqueza eran desmedidas y no perdonaron no subir más en la escala social.
El asunto es que un día la increparon que faltaba el dinero. Los dos, la abogada y el anestesiólogo Mónica y Marcelo. Subidos al trono de la abundancia, creyeron que Rosa se iría sin pestañear.
Pero Rosa lloro durante varios días hasta, que hizo saber el motivo de su lamento a sus hijas.
Todavía están en el litigio. Quizás la abogada, pretenda hacerse otra estética en su rostro, y enviar a su hija al mejor TOP de los colegios, y con solo PERTENECER.
El tiempo pasa y Rosa tiene cada vez mas trabajo, su marido se ha ido con una joven regordeta que le ha dado una hija.
Y el novio que tenía se ha muerto de un infarto.
Rosa adora a sus nietos. Y a sus hijas y yernos.
Su Mandra es la limpieza, los pisos ajenos y los pisos propios relucientes.
Recuerdo un día en que encero la escalera.
le dijo
Marta- encéramela.
Rosa- Mire que se va a caer...
Marta- vos encérala.
Y Marta rodó por los escalones encerados.
Ahora trabaja para otro familia que hace unos veinte años que la reclaman.
Y donde los muros son altos, para que nadie espíe lo que se vive en su interior.
Como en toda familia, hay conflictos, reyertas, camas calientes, camas frías, sabanas gastadas, y comidas fastuosas, maridos infieles, y esposas sumisas y obedientes.
En esta casa, eso si el azúcar no se mezcla con la cucharita del café.
Entonces queda blanca, pura inmaculada, como su alma.
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