"Yepshina"
Por fin había llegado Yepshina. Tardó casi dos años en que mi solicitud fuera aceptada y unos meses más en confirmarse el envío. El día en que recibí la noticia fui el hombre más feliz de toda la Colonia. ¡Sólo se construían 3 de ellos al año! Y pensar que me habían elegido por mi servicio entre tantas aplicaciones. Había escuchado muy buenos comentarios sobre estos modelos. Una Yepshina o un Muzh costaban casi 10,000 cruts (¡más de 10 millones de cunies antiguos!) y cada persona que tenía uno o una, era, según los reportes, muy feliz en todos los sentidos. Era un lujo para el que yo había ahorrado desde antes de llegar a la Colonia como coordinador de relaciones externas. De hecho casi todas las mujeres de aquí estaban casadas y las pocas que estaban solteras eran un poco difíciles de consentir. En alguna ocasión salí con una chica que hizo base por unos meses, pero no funcionó. Sólo le interesaba pilotear y su casa estaba en la segunda luna de Júpiter. ¡Nada cerca para ir a visitarla cada Martes! ¿Has viajado en el nuevo “Cruisier-Nez”? ¡Es mucho mejor que el modelo anterior! - me dijo. Y toda la noche hablamos de ella, de sus viajes, de su casa, de su última prueba Claussen, de cómo los anillos de Saturno tienen la capacidad de hacer más rápido el viaje entre la atmosfera y el color rojo. Sinceramente me aburrí. Me cansé de negarme y de convertirme en una enorme oreja sin nombre, interés o siquiera un hombre deseado.
Por eso cuando me enteré de la nueva generación de androides bio-psicológicos, decidí no esperar más. Decidí amar por primera vez a un ser que -según la descripción del folleto- era “totalmente confiable en su crecimiento humano y en su relación con su pareja. ¡Basta sólo elegir el programa deseado! ¡Llame ahora y encuentre el verdadero amor en este Universo de posibilidades!”
Por eso, cuando llegó Yepshina, mis ansias mezcladas con nervios no me dejaban respirar con ritmo y sosiego.
El timbre sonó y me acomodé el cabello, la corbata y alisé mi traje. Miré la pantalla que apuntaba a la entrada de mi departamento y ahí estaba ella, esperando a que abriera mi puerta. Era justo como la había imaginado…
“Mande una foto, descripción completa y detalles particulares que quisiera aplicados en su Yepshina, tanto físicos como mentales…” Mandé la foto de una modelo terrestre que encontré en un almanaque del año 2004, antes de la dispersión del 45. “¿Hay algún problema si la foto es de una modelo que vivió hace más de 800 años?” El operador se jactó de tener un banco de fotografías con mujeres y hombres de todas las Colonias, Planetas y hasta Lunas habitadas. Incluidos Marte y Tierra con antecedentes de toda la historia humana. “Si vivió, lo verá” era su frase.
Kate Moss se llamaba la modelo que había visto en aquella revista; y ahora estaba esperándome justo afuera de mi puerta. Traía un vestido negro que dejaba adivinar su contorno delgado; cabello corto y castaño, con una sonrisa que iluminaba toda mi esperanza. Abrí la puerta… Sus ojos saltaron y con un entusiasmo inusual en los humanos, saltó hacia mí. “¡Hola Valerio!” me dijo mientras me abrazaba y me besaba la mejilla derecha. Se separó un poco de mi y clavó sus bellos ojos negros en mi cara, sonrió y dijo: “Dime, ¿cómo me voy a llamar?”.
Ella trabajaba como responsable de la biblioteca de la Colonia. Nos veíamos para comer y platicar de nuestro día. En ocasiones íbamos a Toshe, la Luna más cercana de aquí para pasar el fin de semana. Vivíamos felices, habitando y conquistando día a día el alma de cada quién.
Me acuerdo que una noche de invierno, creo que en el mes de Vratya; ella se volteó con un movimiento rápido y me miró con aquella mirada que tanto me descubría feliz. Estábamos a punto de dormir y su pregunta me confundió sin dejarme tranquilo por varias horas. Fui a la cocina por un vaso de agua y apagué la luz detrás de mí. Me acosté despacio y en silencio, mirándola con ternura y confusión. Su respiración era tranquila y con ritmo, por un momento parecía una niña inocente y casi divina.
“¿Cuándo nos vamos a morir?” me había preguntado.
Me había dado pena y piedad preguntarle por la duración del uranio en su sangre. “No lo sé Elah” fue mi respuesta con voz seca. “La Yepshina sólo dura 2 años” (leí en el formato) “la protección en el dispositivo psico-biológico es necesario para mantener la seguridad y el orden en nuestra producción. El contacto por más tiempo podría ser contraproducente y agravante para el Humano que lo utiliza. Velamos así por la tranquilidad y felicidad de nuestros clientes.
Y entendí el porqué de esta cláusula que firmé en la conformación de mi pedido… Era yo quien sufriría más por la pérdida.
FINAL
Antes de cerrar el sobre, besé en la frente a Elah. Ella sonrió con una especial dulzura que casi me obliga a quemar el sobre y la carta. Miraba entretenida por la ventana como aterrizaban las miles de luces en el agua y cómo otras tantas despegaban dejando una ligera estela de aura marina.
Había sido tan feliz en este año y medio… Bien valía la pena mandar la carta.
Las manos del Director General de la Compañía abrieron con vacilación el sobre que había llegado desde la lejana Colonia Proshe-Pz. ¡Era tan raro recibir cartas tridimensionales esos días!
El sobre se abrió y la carta se desplegó frente al escritorio del intrigado Director. Mientras la imagen se acomodaba y las letras aparecían legibles, la dirección del sobre apareció de nuevo ante los ojos del hombre que estaba sentado y fumando. “Valerio Rutz…” Alzó la vista y por fin la carta se revelaba legible. Al final de ésta, un video con imágenes en verdad enternecedoras.
Al terminar la carta apagó su cigarro con ansiedad y apretó un botón del escritorio llamando con desesperación a su secretaria. Gritó algo incoherente y se apresuró a la puerta para salir corriendo de ahí.
“Señor Director. Decidí escribirle esta carta para, de cierta manera, motivarlo en sus estudios tan avanzados de psicología humanoide. ¿Podría Usted inculcar en ellos la sensación de pérdida? En esto, los humanos somos expertos. Y por ello le regalo esta imagen...”
El video mostraba como una mujer miraba perpleja el cuerpo sin vida de su dueño. Ella sentada en el sofá blanco y sin poder procesar lo que sucedía frente a sus ojos. Él, con un claro hueco en el pecho producido por un láser que seguramente le quemó todo el interior. Sus manos se aferraban con ternura.
A Elah le quedaban un par de meses para comprender ese proceso tan extraño llamado Muerte…
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