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Al acecho
Otro momento feliz de mi vida fue esa vez camino al trabajo. Me encontraba detenido esperando que cambie el semáforo y sobre la derecha, por la calle que hace intersección, estaba ella (el amor de mi vida) también estacionada con el semáforo en rojo.
La mañana de ese 3 de Mayo había sido demasiado fresca pero no apaciguó al sol de Otoño que faltando dos minutos para las dos de la tarde atravesaba el grisáceo cielo.
Fueron tan solos unos segundos cuando de pronto me vi como un cazador al acecho en medio de ésta jungla de cemento. Me encontraba inmóvil, casi sin respirar, casi sin pestañar. Mis ojos acortaban la distancia entre nosotros y alejaban el brillo del semáforo buscando que éste momento dure una eternidad.
Fue en ese instante cuando te deslizaste avanzando como una ingenua gacela por la pradera sin percibir mi aguda y perforante mirada que no te quería perder el rastro. De todas maneras ya conozco tus huellas, tu olor, tu belleza extra planetaria y de alguna u otra forma te podría volver a encontrar.
Mi ansiedad por salir a tu encuentro no quería medir consecuencias y creo que tampoco le importaba el público cercano o mi esposa, que estaba en casa, ni menos el semáforo en rojo. Es esa ansiedad que corta el pulso, que hace doler el estómago, que hace alargar la vida esperando un llamado. Esa ansiedad de decirte a la distancia mirame….mirame…mirame.
Por fin la luz de mi semáforo se puso en verde y el pedal del embrague pidió por favor que lo suelten inmediatamente y te siga. Las manos como abrojo al volante, los latidos del corazón al compás del motor y acelerar a fondo para alcanzarte era todo lo que me mantenía en razón.
Después de que estacionaste frente a tu casa y mientras bajabas con tu cartera tamaño XXL , tu cintura no se veía tan lejos pero era inalcanzable. Tu hermoso rodete, digno de ser desatado al borde de una cama en esos lugares donde van las parejas y se matan en un lapso de dos horas, acompañaba a tu contorneada espalda y dejaba atrás a tu camioneta y a mi, que al alcanzarte me camuflé detrás de la ventanilla y sigilosamente transité haciendo oído sordo a algún bocinazo que pedía que acelere.
Observé tus manos abriendo la puerta de tu casa y pensé que lindo sería poder entrecruzar nuestros dedos, cerrar los ojos y besarnos suavemente mientras una leve llovizna moja apenas nuestras narices y provoca nuestras risas.
Avanzé metro a metro por calle Italia con rumbo a mi trabajo y vos subiste metro a metro la escalera hacia tu habitación.
Ahora estoy en la oficina escuchando por la radio una canción un tanto vieja…”Hombre lobo en Paris”, acompaño el estribillo diciendo “Aaaaaauuuuuuhhh” y dejo en el aire un suspiro que forma tu nombre. Te amo.
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Texto agregado el 06-05-2011, y leído por 130
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