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Odisea por un lugar llamado Tzintzuntzan.

La siguiente historia, no es una simple narración de un viaje a un pueblo mágico, cerca de de Pátzcuaro, ni un cuento de unas vacaciones a un lugar de Michoacán. No, es algo más…
Todo inició un 20 de enero del año 2000, ahí estoy yo de 13 años, en la secundaria 119, salón “B”, con mi profesor Noé; nos está explicando acerca de un viaje a Tzintzuntzan, realmente yo estoy muy emocionado porque no había visitado algún otro lugar que no fuera Morelia. Son las 6 am, todo listo para partir, nuestros padres se despiden de nosotros mientras vamos en el camión. Ha pasado un ahora y 20 minutos, el camión se ha detenido, comenzamos a bajar; es sorprendente, las calles limpias, la plaza cuidada, un pequeño quiosco en medio y nos dan tiempo para ir al baño, creo que me entretuve un poco, el camión ya no está… me quedo pensando y recuerdo el recorrido: primero se iban a visitar las yácatas, entonces ahí voy…
Aquí estoy frente al recinto religioso montado con piedras, puedo sentir la brisa del aire moviendo la infinidad de flores que rodean las yácatas, puedo ver los cientos y cientos de colibríes volando libres y, a lo lejos, puedo escuchar el relinchar de unos caballos; sí, ahí están: decenas de caballos con jinetes barbados, de piel blanca, con la mirada fija, omnipotentes, engreídos… Puedo ver a los indígenas de piel morena con brazaletes de oro, pectorales de jade y algunos con penacho de arte plumario; observan cuidadosamente a los extraños: quedan sorprendidos al pensar que el animal y el jinete son un solo ser, quedan pasmados por el color de su piel y sus vestimentas de metal…, Sí, no hay duda para los indígenas, estos seres tan raros deben de ser deidades supremas...
Los españoles, por el contrario, miran con soberbia a los nativos, quedan horrorizados con la sangre derramada sobre las yácatas de los sacrificios humanos que estos “salvajes” realizan. Veo como se postran ante los españoles, pero estos se bajan de sus caballos y destruyen a sus dioses labrados en piedra, monolitos, monumentos, piramídes y hasta ideas, van cayendo no tras otro, sin piedad… Puedo ver la impotencia y dolor de los indígenas: “No, ariksï t'arhecha no nándika petsa jucharis Diósïs” (!no, estos seres no pueden ser nuestros dioses!.)
Veo plasmada la indignación de los indígenas, casi puedo sentir su sufrir; el ser despojados de sus tierras, de su oro, de sus mujeres… Puedo ver como oran a su Dios Curicaveri para que les brinde protección en la batalla que emprenderán contra los hombres blancos; sus armas son débiles, pero su espíritu de lucha es fuerte… Todo está preparado, colocan barro en su cara, insignia de guerra. Los españoles con sus espadas forjadas de hierro y sus Implacables caballos, tienen ventaja contra las flechas y lanzas de madera, pero en una guerra todo puede suceder… Ahí van los caballos galopando, los indígenas furiosos a pie: deseosos de libertad, motivados tan solo por su deseo de gloria y su sed de venganza… el escenario se muestra atroz, están frente a frente, miles de flechas llueven en el cielo, los jinetes caen, los caballos tropiezan, las espadas reclaman sangre, el caos explota, la guerra ha comenzado, en ese instante…
...“Niño: -un señor me toca el hombro y continúa-: Niño, tu grupo se fue al convento franciscano que está aquí abajo, si quieres te llevo”…
Un hermoso jardín pintado de verde por el césped cuidado, la cruz atrial en medio, sí, estoy en el atrio del convento franciscano; que deleite sentir la sombra frondosa de estos enormes árboles, puedo ver al obispo don Vasco de Quiroga regando estos árboles, para convertirlos 500 años después en lo que son ahora: los olivos más antiguos de toda América Latina. Observo el convento, la fachada, el estilo plateresco, esos murales de estuco en la pared, más adentro un pasillo y en sus paredes enormes cuadros de episodios religiosos con marcos de incrustaciones de oro, veo un cuarto a cada costado y en la cocina una mesa larga donde están sentados los sacerdotes; se disponen a comer el pan, fruto de su esfuerzo; sus vestimentas cafés, su cabeza rapada de en medio y con un Cristo de madera colgando de cada uno de sus cuellos, orando por el alimento de cada día, sí, también de piel blanca, pero al contrario de los jinetes, con un intento de conquistar a los naturales, pero a través de la palabra, de manera pacífica, si puede llamársele así; terminan de orar y comen los sagrados alimentos.
A un costado del convento no podría faltar la santa iglesia católica donde se ve gente en su mayoría española, la gran parte de afuera representa a los indígenas, aun reusándose a las costumbres y creencias de estos invasores peninsulares; por lo tanto están ahí fuera en el atrio, frente a ellos: una capilla abierta, es como un hueco en el convento viendo hacia el atrio, construida con rocas tomadas de las yácatas; ya que los indígenas se reúsan a entrar a la iglesia, el fraile está dando la misa fuera de ella…, ya saben lo que dicen si Mahoma no va a la montaña..., en fin, debo de aceptar que la misa es preciosa con sus cantos en latín.
Aún no veo a mis compañeros por ningún lado, iré al otro atrio; éste es más pequeño, también en medio tiene una cruz de piedra labrada que simboliza la santa trinidad: Padre, hijo, espíritu santo. Puedo ver a los purepechas derramando lágrimas porque los soldados españoles los golpean y humillan; los franciscanos suplican dejen de golpearlos, el maltrato no cesa… los frailes deciden callar. Se Comienza a juntar a los indígenas y los llevan a la cruz atrial, detrás de ella hay una fosa, comienzan a entrar en conjunto caven 6 o tal vez 7 indígenas; los frailes comienzan a bautizar a todos y cada uno de ellos… Me pregunto qué estará pasando por la mente de los indígenas… Uno de ellos, tal vez el más sabio, moreno, con apenas unas canas, con una franja de color naranja en la frente, de 1.75 de estatura, un tanto musculoso, con la mirada perpetua, quizá sea el calzonzi (rey), avanza unos pasos y se detiene frente a mí, observándome fijamente y dice: …
¡Roberto!, ¿dónde andabas?,- un compañero del salón llamado Gerardo-: Ya nos vamos, acá está el camión, ¡vente!. Bueno creo que ya me tengo que ir. Ahora no sabré qué sucedió después. Es hermoso visitar lugares tan hermosos y tan cerca, que a veces no nos damos cuenta que los tenemos. Este fue mi viaje de niño, La siguiente semana visitaremos el volcán Paricutín…
...Escalaremos un volcán real, estén al pendiente.

Texto agregado el 05-05-2011, y leído por 178 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-10-2012 Sin Sun San. O Tzin Tzun Tzan también para mi es especial, por otros motivos quizá igual de importantes . Que suerte encontrar tu cuento !!! azuliz
 
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