Me esfuerzo en poner atención y escuchar sus gritos. No entiendo lo que dice. Al menos no por completo. Sólo escucho murmullos y una que otra palabra suelta. Sé que grita porque la veo mover los brazos y abrir mucho la boca y las venas de su frente están infladas, igual que cuando me grita. Grita, pero la escucho como si estuviera lejos, muy lejos, y su voz es apenas un susurro. Apenas puedo ver. Siento como si alguien tuviera su mano dentro de mi cabeza y la abriera y cerrara sin importarle mi opinión.
-¿Qué?- intento levantarme del sillón- No entiendo.
-Nunca me entiendes. Siempre tengo que repetirte las cosas. Estoy harta.
-De verdad. No me siento bien. ¿Podemos hablar más tarde?
-¿Te sientes mal? ¿Y cómo crees que me siento? ¿Como la Mujer Maravilla?
La miro caminar en ropa interior por la sala, dando vueltas alrededor de una línea imaginaria frente a la mesa de centro, tapando el televisor. Sólo lleva unos calzones azul marino transparentes (no recuerdo si fui yo quien los compró o si ella misma lo hizo o si ya los tenía desde antes de conocerme) y una playera sin mangas que apenas le cubre el ombligo. No lleva sostén y sus pequeñas tetas brincan a cada paso que da. Me gusta. Siempre me ha gustado. Tengo ganas de decírselo y de abrazarla y llevarla de vuelta a la cama y de decirle que se calle y me de un beso, pero sé que no podré hacerlo. La fiesta de anoche me dejó molido.
-Ya me cansé de ser tu pendeja. Estoy hasta la madre. Hasta. La. Madre. ¿Me escuchas?
Muevo la cabeza lentamente de arriba abajo. Poquito. Sé que si la bajo un poco más comenzaré a vomitar y ella me odiará por ponerla a limpiar. Tal vez ni siquiera lo haga y tenga yo que ponerme a hacerlo con toda mi infinita torpeza.
-Mírate. Mírate- estira los brazos hacia mí. De su boca salen gotas de saliva-. Ni siquiera te puedes sentar derecho.
-Ya te dije que no me siento bien. Perdón.
-Me tiene podrida tu actitud y tus fiestas y tus amigos y todas tus fans. Sobre todo tus fans -mueve las manos en el aire, con los dedos muy abiertos, como si se estuviera abanicando-. ¿Quieres estar con esas perras que sólo se la pasan hablando bien de ti? Pues quédate con ellas. Yo aquí termino contigo. Ya no te soporto.
-Muñeca...
Me gustan sus calzones transparentes. Me gusta lo pequeños que son y la forma en que, si pongo atención y miro fijamente, alcanzo a distinguir su vagina depilada. Me gusta cuando se da la vuelta y me deja mirar sus nalgas y la raya entre sus nalgas. También me gustan sus piernas morenas y sus pies pequeños. Se lo he dicho, sobre todo en esas noches que me da por besarla completita. Si ella fuera una paleta, yo me la comería.
-Estoy harta de que te andes acostando con otras mujeres y de que les escribas historias y cartas y les dediques tus discursos y les regales tus libros. Estoy harta de que me trates como tu pendeja.
-Pero yo no hago eso, muñeca- extendí mis brazos hacia ella y ella me responde dando un paso atrás-. Sabes que sólo te quiero a ti. Que mi pensamiento sólo es para ti. Que nadie más vive en mi corazón.
-Ya no te creo- dijo con lágrimas en los ojos. Da media vuelta y se mete a la habitación-.
Lentamente, con las dos manos en el sillón, me pongo de pie. El suelo se acerca y se aleja y la luz es tan blanca que me quema los ojos. Las piernas me tiemblan, apenas tengo fuerza. La noche anterior fue igual que todas. Al menos es lo que puedo recordar. Mucha música y whisky y dos líneas y luego otras dos y luego quién sabe cuántas más y entre línea y línea otro poco de whisky. Recuerdo lo mucho que me reí con ¿Priscila? ¿Godzilla? ¿Princesa? No recuerdo el nombre. Era una chica que apenas podía poner un pie delante del otro y que no dejaba de preguntar si conocía a tal o cual artista de la televisión. Le dije que yo no veía televisión, mucho menos novelas, pero que había ido a varias fiestas con artistas. Entonces debes conocer a fulanito, me dijo, el que sale a las diez de la noche, uno de cabello largo. Tal vez. Tal vez lo he visto, dije. Aunque lo cierto es que no soporto platicar con alguien que jamás ha leído un libro y que tiene faltas de ortografía hasta cuando habla. Los artistas de la televisión no me caen bien, pero yo, extrañamente, suelo agradarles (aunque nunca hayan leído mis libros y nunca lo vayan a hacer). Les encanta tomarse fotos conmigo y sentir que por un momento son menos idiotas de lo que en realidad son. Lo único que me sorprendió de ¿Manila? ¿Mantilla? eran sus enormes tetas, impresionantes si me dejan decirlo (aunque jamás, nunca, lo confesaré abiertamente delante de mi novia y si llegas alguna vez a decírselo yo lo negaré con todas mis fuerzas, estás advertido) demasiado grandes para un cuerpo tan delgado y pequeño. Lo cierto es que me quedé con ganas de verlas al desnudo. Ahora pienso en esas tetas y me imagino el tamaño de sus pezones; seguro eran del tamaño de un portavasos y de color negro, como los más sucios deseos que una mujer como ella pudiera tener. Recuerdo que me tomó de la mano y me dijo al oído Quiero que me hagas cosas. La piel se me puso chinita y cuando ella me llevó al baño yo apenas ofrecí resistencia. Pero lo cierto es que soy un cobarde. No sé cómo actuar delante de una mujer que no conozco y que sólo quiere tener sexo conmigo. No sé cómo hacer eso. Cuando ella comenzó a besarme, la imagen de mi novia en casa, molesta porque no quise rogarle que viniera a la fiesta conmigo, me golpeó como un martillo. Fingí que alguien llamaba a mi teléfono y que tenía que salir de ahí inmediatamente. Lo siento. La verdad es que soy así. Tengo una fama inventada y que en realidad me gustaría que fuera real, pero con la cual no podría sentirme cómodo. Han sido más las mujeres a las que he rechazado que las mujeres con las que he tenido sexo.
Camino hasta la cocina y saco el Johnny Walker del refrigerador. Tomo el primer vaso que encuentro y me sirvo un poco. Le doy un gran trago y me sirvo un poco más. Abro la gaveta donde guardamos las medicinas y me tomo dos Advil. Me quedo de pie unos momentos, respiro hondo en espera de que hagan su efecto el alcohol y el ibuprofeno. De pronto recuerdo a mi novia y que no la he escuchado gritar en varios minutos. ¿Seguirá gritando o sólo soy yo que me he quedado sordo?
Miro el departamento que compré, pero que ella decoró con tanto cuidado durante varios meses. Veo los sofás Padova color gris contra la pared blanca y el ventanal que da a la calle. El librero Porada con todos mis libros favoritos. El mueble Tonin Casa hecho en caoba que sólo sirve para que el televisor de 52 pulgadas se vea más elegante. Miro la alfombra persa que trajimos de uno de nuestros viajes. Miro uno de mis zapatos volteado en el piso. Miro mi saco y mi corbata desparramados en el suelo y me doy cuenta que así es mi vida: algo vacío en medio de un montón de muebles de marca.
Ella sale de la habitación y se mete en el baño. Sigue llorando, pero ahora ya no va en ropa interior. Se ha puesto un pantalón de mezclilla ajustado y zapatos. Lleva también una camiseta negra que dice “Hard as a rock” y sobre el cabello una diadema con un corazón azul. Cruza el pasillo sin mirarme siquiera.
-No te vayas- digo en voz baja, tan quedo que apenas puedo escucharme-. Por favor.
Escucho que jala la palanca del retrete, que se lava los dientes. Pasa una última vez a la habitación y sale con dos maletas grandes. La miro y no puedo evitar que por mi cabeza crucen las palabras Qué bonita eres. Ella siempre me ha parecido la mujer más hermosa del mundo y, aunque no lo creas, nunca jamás le he sido infiel. He estado muy cerca de hacerlo, de engañarla de la forma más ruin, con muchas, varias más jóvenes que ella, pero no le he hecho. Desde que estoy a su lado, dos años hace de eso, sólo he estado en la cama con ella y sólo quiero estar con ella el resto de mi vida. Es la única que ha sabido hacerme feliz, aunque yo nunca he estado a la misma altura. Soy demasiado torpe para quererla del mismo modo en que ella lo hace. Soy un idiota.
-¿Y bien?- se cruza de brazos frente a mí. Se ha lavado la cara y ahora ya no quedan lágrimas. Lo único que delata que ha llorado son sus ojos rojos e hinchados-.
-No he hecho nada. Te lo juro. Me he portado bien.
-Siempre dices lo mismo, siempre te perdono y al final me lo vuelves a hacer. Ya no puedo soportar que me trates como si fuera una puta con la que sólo vienes cuando quieres coger.
-Tú no eres una puta. Eres mi novia.
-Pues no me tratas como si fuera tu novia- baja los brazos, respira profundo y se sienta junto a mí. Pone una mano encima de mi mano-. Sabes que te quiero mucho. Tal vez más que a mí misma. Te he dado más de lo que nunca quise darle a nadie. Lo sabes. Contigo he hecho tantas cosas que jamás hice. Siento que ya no me queda nada más por dar porque todo te lo he dado a ti. Estoy seca por dentro. Pero no puedo permitir que acabes conmigo. Tengo dignidad ¿sabes? Ya no puedo soportar el rumbo que ha tomado nuestra relación. Sé que si seguimos juntos, la única que lo va a pasar mal soy yo.
-Pero... ¿y nuestro proyecto de felicidad? ¿Lo recuerdas?
Ella sonríe de manera forzada, con los labios muy apretados. Sus ojos lucen tristes.
-Tú hiciste pedazos ese proyecto. Yo hice todo lo que tú me pediste, pero tú jamás cambiaste. No puedo esperar toda mi vida a que hagas algo que sé que nunca vas a hacer.
Me aprieta ligeramente el brazo. Siento que me estruja el corazón.
-No te vayas- repito en voz baja-. ¿Qué voy a hacer sin ti?
-Debiste pensar en eso. Ahora es demasiado tarde.
-Soy un tonto. Perdóname. Voy a cambiar.
-Siempre dijiste eso. Estabas bien unos días y luego volvías a ser el de siempre. Sé que sucederá de nuevo. Pero la culpa no es tuya. La culpa es mía por permitir que todo esto siga pasando.
-Te juro que ahora si va en serio.
Ella me acaricia el rostro por última vez y mueve la cabeza de lado a lado.
-Creí haber tomado la decisión correcta al estar contigo, pero no fue así. Por las mañanas no me levantaba con la intención de conocer a otra persona, ni de enamorarme de nadie más, como tú. Yo estaba contigo. Respiraba para ti, comía para ti, era feliz para ti. Pero creo que eso nunca te importó. Eras todo mi mundo. Eras mi completa adoración.
-Tú eres mi mundo.
-Las palabras no bastan. También debiste demostrármelo con tus acciones. Ahora ya es tarde. Me siento cansada y tengo un boleto para un camión que sale en media hora.
Se pone de pie y aspiro el aroma de su perfume. Siempre me gustó su aroma y el aroma del shampoo especial que utiliza para que el tinte rojo de su cabello le dure más tiempo. Es la mujer más femenina que conozco. La mujer con quien me siento orgulloso de caminar y de ir a las presentaciones y a las fiestas. Pero en algún punto todo comenzó a deteriorarse y yo no supe como enderezar el rumbo. No supe seguir las instrucciones. La miro caminar hasta la puerta, arrastrando sus maletas, y yo le doy otro trago a mi whisky.
-¿Lo ves? Ni siquiera eres lo suficientemente caballeroso como para ayudarme a cargarlas.
Intento ponerme de pie pero me voy de espaldas. Un poco del whisky se derrama sobre la piel del sillón.
La miro detenerse en la puerta, sujetando el picaporte, con las maletas en el suelo. Sé que ella espera que me levante y la tome de la mano y le siga diciendo que se quede a mi lado, pero soy demasiado orgulloso para hacerlo. Jamás le he rogado a nadie. ¡Por Dios! Allá afuera hay cientos de mujeres que darían una pierna por pasar la noche conmigo, por vivir en este lugar ¿Por qué tengo que rogarle a alguien que ya no quiere estar conmigo?
-De seguro ya tienes a alguien ¿no es así? Ya me remplazaste- le digo-.
-Eres un hijo de puta.
-¿Quién es? ¿Eh? ¿Tu exnoviecito ese que “tanto te quiere”? ¡Dime!
-No, pendejo. Yo no tengo a nadie. No soy como tú.
-No empieces a insultarme.
-Ya no me importa. Esta es la última ocasión que nos vemos ¿Me escuchas? La última. Es una pena que hasta el final seguiste siendo un patán.
-Sí. Lárgate. Ve a que ese pendejo te coja y te trate mejor que yo, porque él sí es mejor que yo ¿no? Él sí te ayudaría a cargar tus maletas ¿no? –doy otro trago a mi vaso y me deslizo un poco en el sillón-. Pues los dos pueden irse a chingar a su madre.
Ella me mira y mueve su cabeza de un lado a otro.
-Nunca cambias ¿verdad? Cuando te miro así, diciendo todas esas tonterías, me doy cuenta que mi decisión es la correcta.
-Ya. Lárgate. ¿No te está esperando un camión?
-Te amé, Carlos. Lástima que tú nunca me amaste ni la mitad de lo que yo te quise a ti.
Dijo esto y desapareció tras la puerta.
-Puta.
Mi vida es una sucesión de momentos dolorosos. Cuando mi padre se fue, cuando abandoné mi casa, cuando me divorcié por primera vez, cuando comenzaron a morir mis amigos. Siento que, como ella solía decirme, lo único que hago bien es escribir y beber. No sé cómo tratar a la gente que me quiere (porque de la gente que no me quiere ni siquiera me ocupo). Recuerdo mis peleas con mamá, la forma en que la hacía llorar mientras seguía gritándole todas esas cosas que tanto dolor le causaban. Recuerdo que de la misma forma traté a mi exesposa. También a mi novia (ahora mi exnovia) la trate igual muchas veces. Soy un patán y un idiota. En eso les doy la razón.
Por dentro me siento mal. Muy mal. Pero no sé cómo cambiar. Ya estoy muy viejo para aprender nuevos trucos. Yo mismo me he malcriado.
Me levanto y camino hasta la ventana. Soy como un bebé que está aprendiendo a caminar. Cada paso me resulta más difícil que el anterior. Hago un esfuerzo por sostener el vaso en mi mano y mi cabeza aún no deja de doler. Llego hasta la ventana y la miro abajo, con sus maletas a los lados mientras espera un taxi. Recargo la frente en la ventana y vuelvo a decir en voz baja, muy baja, con los ojos cerrados.
-Perdóname. No te vayas. ¿Qué voy a hacer sin ti?
Y casi sin darme cuenta, comienzo a llorar. |