-¿Me presta su alma?
Dí vuelta la cabeza sorprendida por la pregunta, definitivamente la mujer estaba haciéndome una broma o en el peor de los casos, era una loca.
-¿Me presta se alma? Repitió.
Apuré el paso y sujeté la cartera con fuerza por la correa preparándome para darle un golpe defensivo.
Los ojos eran grandes almendrados y color miel, con mirada vacía, que miraba sin ver y parecía atravesarme.
Por mi parte, apelé a mi “mirada aleja plomos”, la que habitualmente uso con las gitanas que me persiguen para “te adivino la suerte madrecita” o militantes de dudosas religiones que quieren salvarme del Averno, siempre la acompaño de una especie de gruñido, palabras masticadas que traducidas serían algo así como “dejame de joder…”
No resultó. Ella seguía caminando un paso detrás de mí repitiendo su cantinela con vos monocorde, -¿Me presta su alma ,por favor?
Me pregunté que clase de karma tengo para que chiflados y desposeídos se peguen a mi como los bichos en los parabrisas de los autos, “mierda”, fue lo único que pude decir.
Nos estábamos acercando peligrosamente a casa, no tenía ningún interés que la desquiciada supiera donde yo vivía, solo pensar en tenerla atrincherada en mi vereda repitiendo una y otra vez la frase me enfurecía, así que opté por ser mas firme y clara en la respuesta, modular claramente como si hablara con una retrasada y gesticular para ser entendida, -¡Dejame de joder! Casi grité.
Ella siguió sosteniendo mi mirada furibunda como si nada, atravesándome con los ojos vacíos como de ciega, me miraba sin verme…y empecé a asustarme pero la rabia también estaba ahí.
Ya en la esquina y a pocos metros de mi puerta me dí vuelta, la sostuve por los hombros y la sacudí violentamente. Una lágrima, solamente una lágrima rodó por su mejilla, las esferas de sus ojos cobraron un minuto de vida, solo un destello casi imperceptible, y la mujer se esfumó de entre mis manos.