No recuerdo como llegué a ese lugar, sólo sé que era un hombre. Tenía unos treinta años, ropa casual, zapatos negros y pelo corto de color café claro. Mi barba señalaba que no me había afeitado en unos cuantos días. Estaba durmiendo en una cama que no era la mía, dentro de un departamento pequeño e impropio, que tenía solamente un dormitorio, un baño y una sala de intermedio con pocos muebles. Presentía que de alguna forma, vivía ahí.
No había nadie cuando desperté. Miré hacia la ventana y estaba abierta, caminé hacia ella y pude sentir la brisa marina que uno percibe cuando se camina por la arena en la costa, esa brisa salada que de algún modo refresca. Me encontraba en el octavo piso, y abajo podía ver un roquerío y una pequeña orilla de playa. Nadie caminaba en la calle, nada se movía, ni el mar, ni las olas, ni las aves. La única señal de movimiento era la del aire, que bailaba con las cortinas y mi cabello.
Decidí recorrer un poco el pequeño departamento, me dirigí hacia el baño. Realmente era muy similar al de mi casa, quizás se había trasladado hasta aquí. Tenía el mismo espejo, el mismo mueble para poner las toallas, cremas, shampoo, entre otros; la vara para colgar toallas, un lavabo con pasta y cepillos de dientes, un jabón líquido y otro normal, y por último, la misma tina de baño con el mismo diseño de cortina. Todo estaba en el lugar correcto, idéntico al de mi verdadero hogar. Sin embargo, mi extrañeza y el recorrido por aquel departamento duraron poco, decidí darme un baño. Lentamente entré a la tina, mientras mis ropas desaparecían una a una y la tina se llenaba con agua y espuma. La ventana del baño se había agrandado y tenía mucha similitud a la ventana de la habitación, con las mismas cortinas moviéndose al compás del viento, quien me decía que debía bajar hasta la arena. Descansé un rato, me levanté, y mis ropas reaparecieron, fui hasta el mar.
No había nadie, no había nada. Sólo edificios y agua. Ni el viento se asomaba ahora, todo estaba desierto y calmado. Mi parsimonia común reflejaba poca sospecha de algo infrecuente, no extrañaba nada. De algún modo me sentía feliz de la lejanía con los demás, y de que las cosas fueran vacías.
No entiendo como comencé a saltar sobre las piedras que estaban en el agua. De alguna manera, el mar seguía muy calmado, casi ni olas presentaba, y yo despistadamente lo recorrí encima de las rocas que me conducían por un camino inacabado. Volví a la arena, pero al levantar la mirada, la playa estaba llena de gente desconocida. Un miedo aterrador recorrió todo mi cuerpo y me hizo sentir un enojo profundo y tiránico con todos aquellos que, irrespetuosamente habían caído en mi sueño y estaban llegando a la playa como hormigas sobre azúcar descubierta.
El mar comenzó su movimiento habitual. El ruido, los autos, el viento en mis oídos, los gritos de las personas… todo eso tan molesto y absurdo, se agitaban mis pensamientos y mi corazón. Empezó a llover con mucha fuerza, pero las personas persistían en estar en aquel lugar. Los relámpagos empezaron a caer sobre todos, destruyendo olas, pero no sonidos, las personas persistían.
Decidí correr y llegué hasta el departamento, que ahora se encontraban en el primer piso. Miraba con odio desde la ventana a todas aquellas personas que juntas morían y juntas vivían, que juntas enfrentaban los rayos desencadenados de mi propia ira.
Fui a tomar un baño nuevamente. Mientras caminaba hacia la tina, las ropas desparecían, mostrando mi cuerpo al descubierto. Mi cabello aumentaba su volumen en todo sentido, hasta cubrir toda mi artificial piel. En el baño, lo rapé y rasuré también la creciente barba, que se confundía con mi pelo de cráneo. A pesar de todo, aún tenía cuerpo de hombre desnudo.
Entré a la ducha, y el agua no alcanzaba a cubrir mi pierna. Contesté un llamado telefónico a nadie: nadie llamaba, nadie hablaba, era soledad absoluta y desnuda en la tina, como la vergüenza en su forma más natural y desconocida: desnuda por siempre, sin mentiras ni engaños, desnuda de tapaduras y amigos disculpando faltas. Luego me acordé de ti, de tu rudeza frente al mundo y de tu resistencia a mi ira. Con rapidez desesperada me levanté de la tina y bajé hecho una bestia en tu búsqueda. Las personas esta vez estaban mudas, pero permanecían ahí, molestándome.
La lluvia seguía, pero ningún rayo me atormentaba. Me recorrió una idea fugaz la cabeza: “Hieres inconscientemente, aunque el daño no pase por tu mente como pensamiento concreto, sino como un posible hecho, como algo que podría pasar, y que finalmente, termina pasando…” ¿te herí al pensar en ti? Concluí que debía eliminarte de mi mente cuanto antes, debía dejarte libre.
Detuve mis apresurados pasos, y las personas todas me observaban. Estaba en el centro de mucha gente reunida, como cuando alguien baila y todos esperan observando ver algo que no puedan hacer.
-¡ALÉJENSE! –grité. Fue inútil, todas se acercaban a mí lentamente y lentamente me fui encorvando, y el suelo se hizo cada vez más placentero y las personas cada vez más aterradoras, y mi miedo cada vez más profundo, tan profundo como tu sonrisa y tus palabras, tan profundo como cuando una persona pierde el control de si misma y empieza a llorar. |