Han okupado nuestra casa, al principio fue solo la planta de arriba, empezamos a oír ruidos extraños y un día no pudimos entrar, la puerta estaba atrancada.
Lo mismo pasó en las otras estancias y más tarde en la primera planta. Ahora estamos arrinconados en el sótano, entre las habitaciones que fueron del servicio y el cuarto de la plancha.
Estamos encerrados, con unos ruidos infernales que no nos dejan vivir y con las cuatro cosas que hemos podido recuperar como mi colección de sellos, lo dedales que mi Encarnita he ido comprando en nuestros viajes y excursiones y el caballete y las pinturas de Ricardito que tanto le entretienen.
Casí no nos atrevemos a salir, tenemos miedo de que a la vuelta ya no podamos entrar, además siempre que lo hacemos nos encontramos todo tirado por el suelo y las paredes llenas de pintadas obscenas.
Hemos llamado a la policía , pero los okupas son muy listos y se encuentran todo silencioso y en orden y nos toman por locos.
Ricardito lleva tiempo sin poder dormir; termina en nuestra cama, tembloroso el pobre, ahora que tendría que estar festejando a alguna muchacha.
Cada mañana de once a once y media se cuela un rayito de sol, entonces nos sentamos en nuestras sillitas de playa y lo devoramos.
Hemos decidido irnos,volver al pueblo, antes que nos confundan con los fantasmas, con estás ojeras y la palidez de nuestras caras.
Les dejamos la hipoteca, a ver como se las apañan para pagarla.