Cuando nació la pequeña Marta, nadie se imaginó que su carácter sería algo que marcase la humanidad, su madre jamás la imaginó cargando con responsabilidades que no fueran las de madre y esposa. Su padre había tenido la idea en la cabeza de ponerle el nombre de una patrona que tuvo hace un tiempo y que era tan buena como la leche tibia en la noche, pero jamás se imagino que sería necesario acoplarle educación para que la formula surtiera efecto y como buena familia pobre, la dejaron crecer con su carácter sin pedir perdón por nacer como nació, de pies al mundo, su abuela dijo que significaba que siempre podría caminar con la frente en alto y así se dio.
Dieciséis años después Marta tenía el pelo largo hasta la cintura, rizado y negro, la piel tan blanca como el merengue de huevo, unos pechos redondos, caderas grandes, piernas fuertes y brazos gruesos. Los niños de su edad casi ni la miraban, es que era tan alta que siempre parecía doblarles la edad y su risa tan limpia no permitía que nadie se le acercara sin antes preguntarse si sería ella quien le pretendía golpear la cabeza por preguntar tonterías o si callaría a ver cuáles serían las consecuencias. Tuvo que venir uno del otro lado del mundo, que no supiera ni su idioma a domar la belleza natural de la pequeña hembra que nacía dentro de Marta.
Se llamaba Steve, era tan alto como ella, tenía veintidós años, el pelo rubio y los ojos color miel, su nariz era grande y roja, era bueno para el trabajo y el vino, la vio y se enamoró, ella lo miró y pensó que era demasiado rubio, que no tenía con que rellenar los pantalones y seis meses se demoró en decir que si y se casó.
No vivieron felices, casi no se hablaban, cuando ella decía: “¿quiere almorzar? Él respondía: “I’ want lunch”, ella se enojaba y le servía comida. Cuando él le decía; “let’s go to the bed”, ella decía: “tengo sueño, vamos a la cama”.
Asi pasaron días y días tratando de entenderse hasta que un día Steve se dio a entender sin querer hacerlo, se fue a la fuente de soda y se tomo hasta el agua de los floreros, llego tan borracho que al verle a los ojos la nariz regordeta se le veía más roja y grande, parecía payaso de circo, se tambaleaba de un lado a otro y llego vociferando un par de frases que alguien en el bar le enseño: “Mirrame mujerr sho soy erl hombree de la casha y tu tiene que obedecerme y si sho digo hacerr el amorr tu acostarrte y sin rreclamo” “Si quierro comida la quiero en la mesa… y rrapido”
Marta lo miro sin decir palabra la furia de su carácter despertaba por primera vez en dos meses de matrimonio, se puso de pie con la escoba en mano y le pego tan fuerte que le espanto borrachera y todo, respiró profundo y grito: “¿Así? ¡Y si yo digo aprende castellano no lo digo en broma, así que o aprendes por las buenas o te vuelves a la mierda de país de donde viniste, porque no faltará el chileno que me de lo que yo quiero!
Marta aprendió inglés en dos meses y Steve dos días después del incidente cuando ya el moretón de su cabeza había bajado compró un diccionario, aprendió a decirle amor en castellano y otras tantas frases, tuvieron seis hijos, y peleaban cada dos meses, cuando a alguien se le ocurría enseñarle alguna estupidez en castellano al gringo Steve para que llegara repitiendo a la casa, donde la Marta a escoba limpia le enseñaba el idioma.
Cuando Steve murió a los noventa y cuatro años, Marta lloraba a los pies de su tumba, no abrazaba a sus hijos ni a sus nietros que lloraban sin hallar consuelo, ella se mantenía erguida y aferrada a una vieja escoba de madera.
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